Pasaba todos los días a las seis de la tarde; la venta de tamales era el sustento diario y por eso recorría las calles del Saltillo antiguo, principalmente las que rodean a la Catedral, como el callejón Santos Rojo.

La gente lo conocía como «El Tamalero»; era mucha la fama de sus ricos tamales de pollo, pero también de azúcar y de res. También había de frijoles, y muy sabrosos.

La ya conocida voz fuerte y varonil del tamalero llamaba la atención; la gente hacía fila para saborear la deliciosa carne que preparaba.

Pero al mismo tiempo algo sucedía en la ciudad del Saltillo; comenzaron las desapariciones, primero una anciana y luego jóvenes doncellas.

No había explicación para que de la noche a la mañana, de las mujeres no quedara ni huella.

A la ciudad llegó una familia a radicar y cuenta la leyenda que uno de los integrantes, muy joven, se enamoró de una muchacha, a la que como muestra de su admiración le obsequió un anillo.

Tiempo después la jovencita desapareció y nunca se supo nada de ella.

Mientras tanto, el vendedor de tamales siguió su venta como todos los días.

La familia que recién llegó a la ciudad le compró una docena; había de pollo, de res, frijoles y queso.

Al comerlos, la sorpresa fue que uno de los integrantes de la familia encontró dentro del tamal que consumía un anillo idéntico al que el joven regaló a quien pretendía.

Desde entonces se sospechó del tamalero.

Luego se supo que en un corto tiempo «El Tamalero» asesinó a 15 personas y con su carne preparaba los ricos tamales que los saltillenses saboreaban.

Nadie supo en realidad cuál era la receta de «El Tamalero» de Saltillo.

Dicen que todavía se aparecen por las calles las almas de las personas asesinadas y luego el grito estremecedor de: ¡Tamaleeeeeees!