CARAMBOLA A TRES BANDAS DE ENRIQUE PEÑA RUBÉN OLVERA MARINES

18 agosto 2017
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En principio parece razonable suponer que rumbo a la elección de 2018 el PRI podría atraer más votos si postula a un candidato sin antecedentes de militancia que si eligiera a uno con el priismo tatuado en la frente. Eso lo saben hasta sus militantes más críticos, tal es el caso de la exgobernadora de Yucatán Ivonne Ortega o del beltronista José Encarnación Alfaro, que frente al retiro de los candados en el PRI para dar paso a un posible candidato simpatizante, prefirieron guardar silencio e incluso “festejar”, apuntando que esta acción brinda “piso parejo” para los aspirantes.

No era necesario esperar la conclusión de la XXII asamblea del PRI, para saber quién controla al partido, y adelantar que el grupo de priistas aglutinados en la denominada Alianza Generacional terminarían por reconocerlo y aceptarlo. Al menos hasta la conclusión de la asamblea, el priismo se mueve al ritmo del Presidente Enrique Peña.

Por supuesto que nadie puede asegurar se mantenga la calma en tanto se designa candidato, sin embargo, el rumbo que tomó la mencionada asamblea, mostró que el priismo prefiere, como estrategia para atraer más votantes, abrir la casa a un candidato sin militancia con rasgos ciudadanos (o al menos con una imagen de pluralidad), que intentar enviar una señal de democracia civil, desgastándose en un proceso interno (simulado o no) que pueda abrir viejas heridas o evidenciar sus debilidades.

El perfil hacia el que apunta la eliminación de los candados es, sin duda, José Antonio Meade. No sólo porque, según los cálculos del PRI, el secretario de Hacienda representa un rostro ciudadano, sino porque su perfil podría enviar una señal de tranquilidad a los mercados, y de capacidad, sobre todo para empresarios y la clase media desencantada del PRI. La estrategia del PRI es su candidato.

Sin embargo, en la antesala del proceso electoral de 2018, el “en principio” con el que iniciamos esta columna, podría cuestionarse por la salvedad del desencanto hacia la marca PRI, que se refleja en un tercer lugar en las preferencias de la mayoría a de las encuestas.

La intención de rentabilidad política por medio de la ‘ciudanización’ del PRI podría resultar insuficiente para contener la elusión política hacia el partido, que se entrecruza con el crecimiento de Morena en las encuestas y con la irrupción del Frente Amplio Opositor integrado por PAN y PRD. Además, la figura de Meadecomo lo señala el periodista saltillense Arturo Rodríguez en su libro El regreso autoritario del PRI, está ligada tanto al PAN como al PRI, ya sea por su abolengo (hijo de padre priista y sobrino de panista), o por su labor transexenal en el gobierno con ambos institutos políticos.

En lugar de ciudadanizar el rostro del secretario de Hacienda (estrategia electoral que podría resultar escasamente convincente o equívoca para un electorado de “naturaleza” subjetivamente antipartidista, y, sume usted, la presencia de candidatos independientes en las boletas), el PRI debería centrarse en potenciar una imagen de un Meade conocedor de los aspectos estratégicos para el desarrollo del país (Energía, Hacienda, Desarrollo Social y Relaciones Exteriores).

Pero sólo estamos especulando. Aún falta tiempo para la decisión final. Lo único cierto es que, con la eliminación de los candados, el PRI le dio una textura especial a su asamblea: el Presidente ratificó el control que ejercerá para la designación del candidato. La rebeldía no pudo ser, ni será.

Como un refinado jugador de billar, Enrique Peña obtuvo una inigualable posición para buscar una carambola de tres bandas: primer toque, controlar la designación del candidato del PRI; segundo toque, desactivar la rebeldía; tercero, adelantarse a sus rivales, al menos al PAN que sigue sin candidato o candidata visible, y con amenaza de tormenta en puerta.

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