Hombres de honor: Escrito por Enrique Martínez y Morales.

5 octubre 2015
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Apenas vivió un cuarto de siglo. Sus hazañas, sin embargo, fueron tales que después de su prematuro deceso, en el ocaso de la Primera Guerra Mundial, su mística figura quedaría por siempre inscrita en el altar de la inmortalidad. Su forma de ver la vida y de hacer la guerra deja grandes enseñanzas a la humanidad.

Manfred von Richthofen, mejor conocido como “El Barón Rojo”, fue un audaz piloto teutón. Se le acredita haber derribado a 80 naves enemigas, un récord para su tiempo (y para el nuestro también). El Imperio Alemán supo reconocer sus habilidades a tiempo, ascendiéndolo en grados y convirtiéndolo en un héroe nacional, inspirador de juventudes y motivador de multitudes.

Su sobrenombre se debe al color con el que decidió pintar su avión. Orden similar dio al resto de su escuadrón, colorear sus naves de manera vistosa, a pesar de las críticas de las que fue objeto. La acción que le dio su apodo da un atisbo de su noble personalidad. No pretendía sorprender al enemigo mediante un camuflaje, como era lo común, sino desvelar su temeraria presencia a kilómetros de distancia.

Las instrucciones para los pilotos de su unidad eran precisas: no perseguir a las víctimas heridas. Por el contrario, buscó siempre preservar la vida, incluso la del enemigo.

Y como en la guerra, en la política existen reglas de caballerosidad y cortesía. Pero cuando no se respetan, se rompen equilibrios y se generan círculos viciosos. Es el “Ojo por ojo”, las represalias en su más descarnada crudeza que hacen olvidar a sus protagonistas que las glorias son efímeras y lo único perdurable son los principios.

Temerario y valiente por un lado, justo y humano por el otro, Richthofen poseía esa dualidad que sólo los necios consideran incompatible. Admirado y reconocido por propios y extraños, fueron estos últimos, sus adversarios, quienes lo sepultaron en territorio aliado con honores y ritos propios de héroe nacional, justo donde encontraron su cuerpo entre los retorcidos fierros  de su avión escarlata.

El afortunado epitafio sobre su centenaria tumba, redactado por los soldados aliados, resume con tino su vida: “Aquí yace un valiente, un noble adversario y un verdadero hombre de honor. Que descanse en paz”.

Más hombres como El Barón se requieren en la política. Que en lugar de comportarse como francotiradores expongan con arrojo y de frente sus ideas. Que se pinten de rojo y no den golpes camuflados en las ominosas sombras de la inmoralidad. Que dejen de perseguir con inquina al enemigo después de golpearlo. Que le tiendan la mano una vez caído y no busquen aniquilarlo en el suelo.

Hombres de honor, como el Barón Rojo.

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