Björk es mágica, pero México más

23 agosto 2019
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Björk y el señor Raúl miden casi lo mismo. Ella 1’63 metros y el señor Raúl ocho centímetros menos. Ella tiene 53 años y nació en Reikiavik, la capital de Islandia y él 64 y nació en Mérida, Yucatán. La primera ha dejado boquiabierta a la crítica tras sus primeros conciertos en la capital mexicana donde pasará 15 días viviendo, y el segundo le hace el jugo de naranja todas las mañanas.

Ambos viven estos días a pocos metros de distancia. Desde hace 25 años, cada día, él coloca su mesa de cartón, varios sacos de naranjas y el exprimidor a unos pasos de la residencia que la cantante ocupa de forma provisional hasta final de mes. Se trata de una elegante y discreta casa colonial con dos pisos, cinco habitaciones y un patio interior que cuesta 400 dólares la noche. Björk es una de las artistas más reconocidas del mundo por su música experimental y futurista y en el modesto negocio del señor Raúl lo más tecnológico es la sombrilla. La primera es una artista única…pero México más.

-¿Y cómo dice que se llama?

-Björk

-¿Víctor?

El señor Raúl tiene formación en electricidad y plomería, pero se dedica a exprimir todas las mañanas decenas de naranjas en la esquina de las calles Jalapa y Chiapas de la colonia Roma. Björk Guðmundsdóttir es hija de Hildur una reconocida ecologista islandesa y de Guomundur, un electricista que se fue de casa cuando ella tenía dos años. Así que con la seguridad de quien tiene un pasado común, el señor Raúl prosigue:

“Eran las cinco y media de la mañana y llegó una camioneta y dos coches elegantes con cristales oscuros. De ahí bajaron unos diez hombres de saco (traje) que entraron a la casa rodeando a varias mujeres. Era una bajita, una güera y otras dos negras enormes que iba detrás”, recuerda. Según su investigación “eran un grupo de diputados que venían de reventón a cogerse a unas chicas y a una china que es famosa”.

El espectáculo Cornucopia del que Björk dará cinco conciertos es un impresionante montaje de luces, máscaras, trajes e instrumentos imposibles donde se homenajea la vida, el feminismo y el cambio climático. Entre los espectadores de ese primer concierto el pasado sábado estaba el escritor Juan Villoro, quien la describe “como una voz única que comenzó en plan punk con Sugarcubes pero que ahora tiene una condición hipnótica que por momentos se acerca al delirio”.

“Recuperada de su turbulenta ruptura emocional, ahora profesa un ecológico ‘amor mundi’. Para los pájaros, seguramente es una deidad humana”, resume Villoro sobre el final de una etapa que ella misma definió como “un invierno en Islandia” del que salió Vulnicura, un disco en el que nadie querría ser su ex Matthew Barney.

El señor Raúl también arrastra un dolor profundo, pero de ahí lo único que ha salido hasta ahora es un zumo sin colar. Comenzó la semana pasada cuando se enteró del fallecimiento de su amigo de borracheras José Mantequilla Nápoles. De aquellos días junto al campeón del mundo del peso wélter, recuerda beber hasta caer de espaldas en la zona de las basuras del mercado de San Juan, en el hotel Virreyes o en su cantina de Vértiz. Luego los dos entraron en un grupo de Alcohólicos Anónimos y se perdieron la pista. Pero hasta en eso pierde el juguitero. Al Mantequilla Nápoles, Cortázar le dedicó un cuento y al señor Raúl estas pobres líneas.

-“Se compran colchones, tambores, refrigeradores, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo que vendaaaaa”.

Björk ataca de nuevo. Hace un día precioso. El sol y las lluvias han pintado un cielo despejado y brillante y, por momentos, la Ciudad de México parece un ser amable. Björk sale por la calle Jalapa a dar una vuelta de manera informal. Pero lo que para cualquier mortal son unas chanclas para Björk son unos zapatos de plataforma de cinco dedos de alto y unas medias color rosa chillón.

San Luis Potosí, Querétaro, Zacatecas, Guanajuato, Chihuahua y Álvaro Obregón…En estos 500 metros de la Roma de Cuarón, Björk pasa por dos tiendas de vinilos, una de diseño mexicano, un centro de yoga, un restaurante peruano, una peluquería y una librería. El mundo debe ser algo horrible y la Ciudad de México un lugar invivible, pero en los últimos años se han abierto cuatro librerías en un radio de tres cuadras. A cinco minutos caminando de ahí, el feminicida más famoso de la Roma, William Burroughs le voló la cabeza a su mujer en 1951 jugando a ser Guillermo Tell.

Björk entra en la maravillosa ‘IncreíbleLibrería’, cotillea, toca y se va sin comprar. Luego pasa junto al hospital donde falleció Cantinflas, entra a otra librería, El Péndulo y recorre un mercadillo al aire libre donde jóvenes creadores mexicanos exhiben sus diseños de ropa. Se detiene en la bicicleta de los cocos. En cada esquina a los paseantes se le queda cara de emoji con la boca abierta cuando se la cruzan. No quiere selfies ni en broma.

Un día antes, el sábado, estuvo en el mercado de San Juan pidió jugo de betabel y apio para ella y uno de manzana para Isadora, su hija. Ese día, EL PAÍS también publicaba una de las pocas noticias sobre Islandia. La primera ministra, Katrín Jakobsdóttir, había decidido colocar una placa junto a un glaciar recién desaparecido. En la misma se leía: “En los próximos 200 años nuestros glaciares seguirán el mismo camino. Este monumento sirve para reconocer que sabemos lo que está pasando y lo que es necesario hacer. Solo vosotros sabréis si lo hicimos”.

A 20 metros de donde estos días duerme Björk hay un edificio de seis pisos dañado en el terremoto de 2017 y desalojado por miedo a que se desplome, entre otros sitios, sobre su habitación. En la Iglesia que está frente a su ventana también dejaron de oficiar misa por la misma razón.

Solo una cosa puede dejarle a Björk el corazón más helado que Matthew Barney: saber que en la esquina se levanta un edificio aún mayor. Si la Roma fuera Islandia la placa del glaciar estaría frente el inmueble: “(…) Sabemos lo que está pasando y lo que es necesario hacer. Solo vosotros sabréis si lo hicimos”, firmada por el excalcalde Miguel Ángel Mancera.

Sus amigos la describen como una mujer tenaz, discreta y sencilla en sus gustos. Aunque ellos se refieren a Doña Mercedes, no a Björk. Doña Mercedes, tiene 52 años, y unas manos grandes y morenas que agita con soltura cuando estaciona los vehículos frente a la casa de la islandesa.

-Pero, ¿Víctor o Victoria?, pregunta vacilona. Solo en esta esquina hasta Julie Andrews se hubiera quedado sin trabajo.

 

 

Información de: El País

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