El trago más amargo de Facebook

30 marzo 2018
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 “Muévete rápido; rompe cosas”. El famoso lema de Facebook se ha cumplido. Literalmente. La red social ha hecho añicos el bien más preciado del que disponía: la confianza de esos casi 2.000 millones de usuarios convencidos de que era posible construir un mundo abierto, conectado (y aparentemente gratis). La compañía no ha preservado adecuadamente los datos privados de esos 50 millones de usuarios que Cambridge Analytica utilizó fraudulentamente para colar noticias falsas en favor de Donald Trump y del Brexit.

El escándalo afecta a los cimientos que sustentan una democracia: consultas limpias a los ciudadanos, como se desprende de las revelaciones de Christopher Wylie, el cerebro de Cambridge Analytica. Ha admitido sin tapujos que el resultado del referéndum británico podría haber sido distinto de no haber hecho “trampas” quienes apostaban por la salida de Reino Unido de la UE en la consulta de junio de 2016.

En los últimos meses se habían recabado numerosos indicios sobre la movilización de tramas rusas para desestabilizar y erosionar los pilares de la UE difundiendo noticias engañosas, bulos y mentiras durante las campañas electorales de Alemania, Francia y Holanda. También en la crisis catalana se ha percibido la mano negra de algunos medios vinculados al Kremlin. Ahora se sabe que no solo estos portales tóxicos han esparcido fake news con fines políticos. También empresas situadas en la órbita electoral de Trump han jugado con ventaja.

Si la información personal es el motor que mueve a los colosos tecnológicos, muchos se preguntan si los usuarios no deberían cobrar por dejar que los utilicen. Tim Wu, profesor de la Universidad de Columbia en Nueva York, sostiene que la gran innovación de Facebook no es la red social, sino habernos convencido de dar mucha información personal a cambio de casi nada.

Solo en la Unión Europea se escriben cada día 20.000 millones de correos electrónicos, se realizan 650 millones de búsquedas y se publican 150 millones de post en las redes sociales. Esta catarata de pinchazos va dejando una huella que es aprovechada por los anunciantes para promocionar sus productos. En el libro El filtro burbuja, Eli Pariser desgrana la estrategia de los gigantes de Internet para sustentar el negocio: “Cuanta más información relevante sean capaces de ofrecer, más espacios publicitarios podrán vender y, en consecuencia, más probabilidades habrá de que compremos los productos que nos están ofreciendo”.

Aunque a veces puede haber un efecto bumerán. Unilever, una de las principales marcas de productos de consumo, ha cuestionado el modelo de las grandes tecnológicas para promocionar sus marcas: “No podemos seguir apoyando una cadena de suministro digital que a veces es poco mejor que un pantano en términos de transparencia”, dicen sus directivos. Con argumentos similares, y escudándose en el escándalo de Cambridge Analytica, la revista Playboy ha decidido eliminar su página de la red social. Pese a todo, los grandes soportes tecnológicos son extraordinarios altavoces para los medios de comunicación. Abren una ventana al mundo inimaginable en los tiempos analógicos.

Información de: el País

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