Uno de los insectos que más dan miedo a quien se los topa es el Grillo de Jerusalén, conocido popularmente en México como “cara de niño”. Este animal tiene un aspecto muy particular: es robusto y de tamaño notable, que puede alcanzar hasta 5 cm de longitud en algunos casos. Su cuerpo es predominantemente de color marrón o de tonos tierra. La cabeza es redondeada, con antenas largas que pueden superar el largo de su cuerpo, proporcionándoles un excelente sentido del tacto y el olfato.
Este aspecto espanta a las personas, quienes creen que se trata de un insecto venenoso; no obstante, se trata de un animal inofensivo que la mayor parte del tiempo se encuentra bajo tierra. Aunque el “cara de niño” no ataca deliberadamente, sí puede llegar a defenderse con una mordida que resulta bastante dolorosa para quien la recibe.
El grillo de Jerusalén tiene mandíbulas fuertes, las cuales son utilizadas principalmente para excavar en la tierra y consumir una variedad de alimentos, que incluyen tanto materia vegetal como pequeños insectos. La mordida de un grillo de Jerusalén raramente causa daño significativo a una persona, ya que no son venenosos y su mordida no suele ser lo suficientemente fuerte como para perforar la piel humana de manera grave.
A pesar de esto se recomienda no molestarlos, sobre todo cuando aparecen más en los jardines y las calles, durante las temporadas de lluvias.
Una característica distintiva del grillo de Jerusalén es su capacidad para producir sonidos a través de un mecanismo conocido como estridulación, que en su caso involucra el frotamiento del abdomen contra el suelo o vegetación, en contraste con los grillos que frotan sus alas o patas para comunicarse. Este sonido es utilizado para atraer a parejas y marcar territorio, desempeñando un papel crucial en su comportamiento social y reproductivo.