
Imaginen por un momento que se topan con la lámpara de Aladino, la frotan, se aparece el genio y les concede un solo deseo.
¿Cuál sería? ¿Pedirían algo personal como una cuenta bancaria infinita, una mansión enorme, poder ilimitado para controlar a la gente?
¿O más bien escogerían algo más noble para la humanidad como acabar con la pobreza o que no hubiera niños tristes en el mundo?
Confieso que la primera vez que estudié las teorías de Thomas Hobbes me dejaron una sensación de escepticismo.
Para el filósofo inglés el hombre es malvado por naturaleza, dominado por las bajas pasiones, víctima de un irremediable egoísmo.
“El hombre es el lobo del hombre”, profetizó en su Leviatán hace casi 4 siglos y de no ser contenido por una autoridad superior que lo atemorice, el ser humano es capaz de las peores atrocidades en contra de sus semejantes.
Pero al estudiar la historia de la humanidad nos damos cuenta de que quizá Hobbes no exageraba: desde Calígula hasta Stalin, desde Gengis Kan hasta Hitler, desde Atila hasta Iván el Terrible, sin olvidar los métodos de ciertos grupos criminales y terroristas del presente siglo, la constante es la brutalidad para tener más poder.
Pero, por otro lado, existen innumerables casos de seres humanos que han mostrado una bondad infinita, que se han sacrificado por sus semejantes dando incluso su vida por ellos o por una causa noble.
Yo no creo que el hombre sea el lobo del hombre, parafraseando nuevamente a Hobbes.
Más bien, como reza el antiguo cuento indio, creo que dentro de cada persona hay una lucha permanente entre dos lobos: uno negro, que representa el odio, las bajas pasiones, el egoísmo, la avaricia y el rencor; y uno blanco, que enarbola la armonía, la solidaridad, el respeto, la tolerancia y el amor.
“¿Y cuál de los dos lobos gana abuelo?”, le preguntó el nieto al decano de la tribu Cherokee cuando le contó la historia.
“El que tú alimentes, hijo. El que tú alimentes”, le contestó.
No existen lámparas de Aladino ni soluciones mágicas para vencer los grandes problemas que aquejan a la humanidad, como la desigualdad y la pobreza.
Pero lo que sí existe son las acciones de las personas que alimentan al lobo blanco y esas son las que hacen la diferencia.