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El pacto Rusia-EU que margina a Europa y el renacer de los ultras en Alemania, los motivos.
Desde las escalinatas de este viejo edificio frente a la Koenigsplatz se ve más claro lo que sucedió en Riad entre negociadores rusos y estadounidenses para imponer la rendición de Ucrania, el reparto de su territorio y sus riquezas, y la extorsión del presidente Trump a Volodimir Zelenski para aceptar su próxima oferta o “quedarse sin país”.
Es que aquí, en este lugar de fachada inhóspita que ahora es una escuela de música marcada con el número 12 de Arcistrasse, Neville Chamberlain, Edouard Daladier, Benito Mussolini y Adolfo Hitler firmaron el Pacto de Munich la madrugada del 30 de septiembre de 1938.
Fue la ingenua y fatal claudicación de Francia y Gran Bretaña ante una potencia militarmente inferior, liderada por un fanático que con aspavientos y mentiras doblegó a los defensores de la libertad. Once meses después estalló la Segunda Guerra Mundial.
“Hay razones para tener miedo. Vamos en la misma dirección”, me dice Jan Hoavath, un ingeniero checo que casualmente pasaba por ahí, con sus dos hijas pequeñas, de vacaciones, rumbo a un destino de esquí en la montaña.
La dirección fatídica a la que se refiere Jan es la tomada por Donald Trump, que cree apaciguar a Putin como Chamberlain (primer ministro de Gran Bretaña) y Daladier (presidente de Francia) creyeron haber calmado la ambición de Hitler.
Previo a la reunión del 29 de septiembre del 38, Chamberlain le dio seguridades al presidente checo que tendría presente los intereses de ese país, con el que tenía un pacto de asistencia mutua en defensa (una especie de OTAN de aquel entonces), a lo que el presidente Hemes contestó de inmediato: “Pido que no se tome ninguna determinación en Múnich sin que Checoslovaquia sea escuchada”.
En la reunión acordaron la propuesta de Mussolini –redactada por funcionarios de Hitler- de entregar a Alemania una parte de Checoslovaquia –Los Sudetes-, donde había población de origen germánico, y los checos debían abandonar su tierra y propiedades.
Igual que ahora a los funcionarios de Kiev en las negociaciones EU-Rusia, en que Putin vetó su presencia en las negociaciones, Hitler se negó a que entraran los ministros checos Mastny y Masaryk. Como concesión les permitieron estar en una sala de este edificio viejo y frío, para esperar conclusiones.
William L. Shirer, el gran periodista estadounidense que cubrió la reunión (y toda la aventura nazi), narra en su obra clásica Auge y Caída del Tercer Reich:
“Cuando el primer ministro (Chamberlain) puso objeciones contra la cláusula que estipulaba que los checos, al abandonar la región de Los Sudetes, no podrían llevarse consigo ni su ganado, exclamó: ‘¿Significa esto que los granjeros serán expulsados pero su ganado será confiscado?’, Hitler estalló: ‘¡Nuestro tiempo es demasiado precioso para que lo perdamos discutiendo bagatelas!’. Chamberlain no volvió a insistir”.
En la noche, los enviados checos fueron llevados a una sala donde los esperaba el consejero de Chamberlain, Horace Wilson, quien les entregó un mapa con los puntos que debían desalojar de inmediato. Los checos protestaron de inmediato, y recibieron la respuesta:
“Si no aceptan se verán obligados a arreglar sus asuntos a solas con los alemanes”.
-¿Tienen miedo?-, pregunto a Alexandra y Laura, estudiantes de idiomas en el campus de la Universidad LMV, que está a pocas cuadras del edificio donde se firmó el Pacto de Múnich.
-El miedo más grande es que el domingo (elecciones federales) gane AfD (el partido nacionalista, filonazi, cercano a Putin e impulsado por funcionarios de Trump)-, contestó Alexandra.
-¿Cuál ven ustedes que es el principal problema de Alemania-, insisto, y esta vez responde Laura:
-El problema más grande de Alemania es el olvido de lo que sucedió. No fue hace tantos años. Con AfD, si gana, podemos esperar cualquier cosa. Que la historia se vuelva a repetir-, contesta resuelta.
-¿Ustedes irían a la guerra para defender a Ucrania?- pregunto y las jóvenes se miran entre interrogantes y sorprendidas. Ambas niegan con la cabeza.
Es Alexandra quien lo dice: “No”.
-¿Por qué?
-Estamos contra la guerra, por eso espero que el domingo ganen los partidos democráticos-, dice, y Laura asiente.
Aurora Mellado, que me guía en el recorrido y traduce las conversaciones, explica que ese un sentir bastante generalizado:
“Todo el dinero que los alemanes han invertido en apoyar a Ucrania, miles de millones de euros, y ver que esto va a terminar como se perfila, genera un sentimiento de frustración. ¿Ir a la guerra? Ucrania es un país europeo, pero se le ve lejano, ni siquiera es vecino como para ir a matar o morir”.
En contra esquina de la Escuela de Música, el edificio al que sólo pueden entrar estudiantes y quienes ahí trabajan, hay un museo de esculturas griegas y romanas, el Glyptothek, donde abordo a un profesor que lleva a un grupo de alumnos de primaria.
“No, no pienso que una guerra llegue hasta aquí porque formamos parte de la OTAN”, dice el maestro Lars Forster y se escabulle hacia el autobús, ajeno a la idea de que él y sus paisanos no son de la OTAN, sino que son la OTAN.
Pasamos frente al monumental edificio de la pinacoteca y acompañamos en el trayecto a la Universidad a Yamila y Yohana, estudiantes de educación de párvulos, que tienen preocupaciones diferentes: “Lo principal es el cambio climático, segundo es encontrar una vivienda, y tercero es el bajo nivel salarial que tienen los profesores porque afecta a la educación”, enumera Yamila ayudada por los dedos enguantados por los siete grados bajo cero en que nos encontramos.
-¿Miedo?-, pregunto.
Yohana habla por las dos: “Nos sentimos relativamente seguras, salvo que el domingo gane AfD. Ahí puede pasar cualquier cosa”.
Las palabras de Trump para doblegar a Ucrania nos traen de regreso a este edificio, donde el asesor de Chamberlain sentó a Masaryk y le dijo que Checoslovaquia debía aceptar las condiciones “o arreglar sus asuntos a solas con los alemanes”.
Ya sabemos que sucedió después: Hitler tomó toda Checoslovaquia, se alió a Rusia para invadir Polonia y estalló la Segunda Guerra Mundial.
Por ese camino vamos, me dijo el ingeniero checo en la acera junto a la Koenigsplatz: Putin luego tomará Estonia, Lituania, Moldavia, y también Polonia.
Sí, otra vez Polonia es el punto crucial.
Tal vez por eso el fin de semana Donald Tusk, primer ministro de Polonia, dijo en esta ciudad, luego del discurso del vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance : “Como turista, me gusta el lugar. La gente es amable, la cerveza es perfecta, las pinacotecas excelentes. Como historiador y político, hoy solo puedo decir: nunca más Múnich”.
Información de. EL Financiero