DOMINGO DE LEYENDA: LA CONSTRUCCIÓN DE LA PRESA VALERIO TRUJANO | LA HISTORIA DE UN PACTO.

5 septiembre 2021
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De su libro «La Mala Hora y otros relatos Tepecoacuilquenses»

Todo lo que es el cuerpo de la presa, no sé si sabías, era la comunidad de Tepaxtitlán; por ahí cruzaba el Puente del Rey, sobre el regimiento del Paso de los Quiñones; bajo el puente pasaba el caudaloso río Tepecoacuilco, que en sus orillas tenía frondosas huertas de hortalizas, principalmente mango criollo, guamúchiles y Tamarindo.

En los domingos de mercado, las mujeres de Tepaxtitlán bajaban al centro de Tepécoa a comercializar sus productos y a mercar los que vendían allá. Cargaban sus mulas con huacales de vara de carrizo, donde llevaban toda la vendimia, y llevaban su canasta colgada en el antebrazo, para traer el mandado de regreso. Entraban por el Paso de Iguala.

Fue en el año del cincuenta y ocho cuando el gobierno, creo en el sexenio del licenciado López Mateos, anunció que se construiría una presa para abastecer de agua a toda la región que, en su mayoría, se dedicaba a la agricultura.

Mucha gente no quería salirse de su casa, en especial la gente mayor; sin embargo, un domingo, por la mañana, llegaron unos topógrafos, con unos aparatos parecidos a las cámaras, dizque a medir y estudiar las condiciones del terreno. Se llegó al acuerdo de que se reubicaría la población al noreste de la cabecera municipal de Tepécoa, en los contornos de la barranca de Chalma, y sin más ni más, se inició la construcción de la presa.

Los arquitectos a cargo de la obra contrataron a puros pueblerinos de Tepécoa, Tomatal y Tepaxtitlán. Vinieron: don Salvador Solís, don Pedro Vega, don Arturo Cárdenas, don Antonio y don Boni Chávez Ayala, don Zenón Vásquez, don Víctor González «el grande», hasta mi compadre Dionisio, que era nacido en Chilapa. Éramos como cincuenta gentes.

Cuando se inició la construcción, ¿me creerás si te digo que no podíamos escarbar? La gente de Tepax decía que porque esas tierras eran dominios del “amigo”, o sea: el diablo. El primer día, casi no avanzamos nada, a duras penas terminamos una zapata de treinta centímetros. Parecía que estábamos barrenando sobre piedra. Se rompieron barretas, picos y palas, ya hasta nos habían salido callos en las manos de tan duro que estaba el piso.

Entre el gremio se rumoreaba que se haría un pacto con el “amigo” para que nos dejara construir en sus tierras. Como yo no creía en esas cosas, me mantuve al margen de la situación. Dicen que el “amigo” tiene su morada en la Cueva del Ermitaño, que está en la cúspide del Titicuitlzin, ahí se metieron dos pelaos, según, a hablar con él. Cuando salieron, dijeron que el trato estaba hecho, pero, a cambio, les había pedido diecinueve almas.

Obviamente, el favor no iba a ser gratis.

Cosa de mentira: después de que hicieron el pacto con el “amigo”, cuando comenzamos a escarbar, parecía que estábamos sacando arenita; la tierra estaba blandita, blandita.

La primera víctima del pacto fue un vecino de Tepécoa, que murió por la tarde de ese día; de ahí se desató la mortandad en el pueblo; a veces se sepultaban de a dos o de a tres personas, en la construcción también hubo muertes: unos se caían de los andamios y a otros los tapaba la tierra cuando se desgajaban los respaldos; luego, para variar, un camión de la agencia de transportes Flecha Roja, que iba para Iguala, poquito antes de llegar a Tomatal, se volcó y todos los pasajeros murieron. Hubo un montón de muertos; fueron más de diecinueve.

En noviembre del sesenta y cuatro se terminó la presa y se le puso una compuerta para regular el paso de agua al canal, se construyó el vertedero sobre las cascaloteras, que eran propiedad de don Pepe Manzanares, y el cerro del Calvario sirvió como dique natural, para proteger a la población ante una inundación.

En el tapón que hicimos allá: en Cuexcontlán, ya no le pusimos concreto, porque ya no alcanzó; aventamos la pura piedra, sin nada, pero ya se ha de haber apelmazado con el lodo.

Toda la piedra que está en la cortina la trajimos del cerro del Titicuitlzin, queríamos sacarla del cerro del Calvario, pero la gente se opuso.

La presa se llenó gracias al agua de lluvia y al agua del río Huitzuco, que aquí es donde desemboca, y ahí mismo, en la presa, nace la barranca de Tomatal.

Aún después de que se llenó en su totalidad, había unos árboles tan grandes que sus ramas sobresalían de las aguas de la presa y nos echábamos a nadar para ir a cortar mangos de las huertas del antiguo Tepaxtitlán. Lo que sí, ahí en Tepax, siempre hubo muchas culebras, y cuando recién se llenó, había por montones nadando en la superficie.

Dicen que las almas fueron para que pudieran aguantar tanto los muros como la cortina de la presa, y yo creo que sí, porque tan solo le daban treinta años de vida y ya lleva cincuenta y seis.

Escrita por : Bony Chávez

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