HOLBOX: EL PARAÍSO QUE NO ES

20 febrero 2020
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Mucho se habla de Holbox, de su belleza y su encanto. Mucho se habla de Holbox como un paraíso natural, se promueve a la isla por su tranquilidad, su inigualable belleza, y también por su supuesta capacidad de mantenerse como una isla de calles de arena blanca, sin autos: «La isla atrapada en el tiempo». La cuestión no es negarse al paso del tiempo y al desarrollo urbano que alcanza a cualquier rincón del mundo, la cuestión gira en torno a la incapacidad de nuestros gobiernos para salvaguardar la calidad de vida de sus ciudadanos, y peor aún, privarnos con toda impunidad de nuestro derecho constitucional a vivir en un ambiente sano. No podemos seguir permitiendo que las autoridades sean simples administradores de paraísos turísticos, interesados solo en ofrecer la mejor imagen del pueblo, mientras que los problemas medioambientales y sociales quedan en el olvido. Para revertirlo tenemos que iniciar con un cambio sencillo y sustancial: que Holbox no sea solo para la mirada del turista, sino también para el habitar de sus residentes ¿No sería acaso mejor que para que el turista venga y viva la llamada experiencia del paraíso natural, sus residentes, por nacimiento o elección, vivan en un paraíso social?

Holbox ha sido una tierra fértil, generosa. El recurso natural tan bondadoso con el que cuenta la isla ha permitido a muchos de sus residentes ser parte del desarrollo turístico. Muchos, desde sus propios intereses y con una libertad poco vista en otras latitudes, lograron abrir sus propios negocios, y beneficiarse de un flujo turístico cada vez mayor. Pero una cosa es la posibilidad de reinventarse, de florecer de la mano del desarrollo de todo el pueblo, y otra muy distinta es actuar bajo los propios intereses individuales y bajo la complicidad de las autoridades, cuya responsabilidad, en teoría, es la protección y conservación de nuestra Área Nacional Protegida.

¿Cómo le explicamos hoy en día al turista que el paraíso natural que tanto estuvo esperando no existe más? Que la tranquilidad de la isla ahora se vio interrumpida por las multitudes que llegan, por el ruido constante día y noche, un sin número de carritos, parlantes de taxis, música en vivo, gritos de euforia o riñas. Ruido, ruido. Basura, basura. Que las calles de arena están rellenas de escombro de innumerables construcciones -irregulares, muchas sin permisos-, y que el andar descalzo en Holbox no es más la invitación a la libertad que solía ser, sino una invitación al autoflagelo, de herirse el pie, de adquirir parásitos, hongos y enfermedades. Algunos dirán que exageramos y nos tomarán con desdén e indiferencia, como cuando en repetidas ocasiones hemos denunciado que hoy el suelo de nuestra isla está lleno de lodo de aguas negras, de residuos que rebozan nuestras casas y hoteles, que tenemos un problema de sanidad y que estamos en peligro de una contingencia ambiental. Tampoco vamos a condenar del todo a las autoridades; es cierto que, ante la presión social de los habitantes que reclaman atención por el desabasto de servicios públicos, han tomado ciertas acciones para intentar revertir la situación. Pero seamos críticos ¿Cómo cumplir las demandas de nuestro Holbox cuando ni siquiera sabemos con certeza cuál es el número de habitantes, de cuartos, de visitantes? ¿Cuando no se tiene un estudio de capacidad de carga? No se puede seguir tratando de corregir cuando algo se rompe, es necesario cambiar de enfoque y construir desde la planificación, la prevención.

Hoy Holbox sufre una ruptura de su armonía y estética paisajística natural, pero -sobre todo- nuestro paraíso natural y paraíso social, está severamente fisurado, dañado. Atravesamos una triste época en la isla donde el desarrollo ha traído dinero a algunos, miseria a otros, dolor y tristeza a la mayoría. Nuestra fauna silvestre compite (de forma muy desigual) por un espacio en los humedales que han sido tapizados con diferentes tipos de desechos y que han sido rellenados ilegalmente para convertirlos en tierra donde poder seguir construyendo. La fauna ha perdido su hábitat, las aves migratorias ya no tienen donde resguardarse y alimentarse. A diario se fumiga con pesticidas para matar la maleza pero que no solo acaban con ella, sino con la vida de todo ser vivo y, mientras, en la isla pululan enfermedades como el cáncer. Recientemente, grandes cantidades de manglares han sido arrasadas por unas máquinas que operaban impunemente y nadie puso un alto a sabiendas que solo bastaba con decomisarlas para frenar la depredación. Era fácil detenerlas, resguardarlas, pero hay una total impunidad, falta de criterio y responsabilidad social. Nunca se ha capacitado a los jardineros, ni a la población en general, sobre la importancia de la vegetación nativa fértil para la supervivencia de tantas especies, incluida la nuestra.

Hoy en día ya vemos en Holbox a población local que decide enviar a sus hijos a otros destinos con el fin de protegerlos. Mientras que otros, con otras necesidades, hacen el movimiento contrario y llegan a la isla para trabajar, pero les toca vivir hacinados y en condiciones insalubres. Ambos movimientos, generando rupturas familiares y desarraigo. Y sí, como duele el desarraigo y las consecuencias que trae. Porque mientras Holbox va cubriendo su verde colorido con un gris de concreto lúgubre y moribundo, a la par se incrementa el alcohol, las drogas, la inseguridad, la violencia, los robos. Habrá quien hable en pretérito de lo bello que solía ser esta isla, de cómo la han ido destruyendo (pues siempre son los otros) y habrá algunos que seguirán compartiendo aquellos artículos que hablan de Holbox como un paraíso, aunque ya sea bastante claro para quienes aquí vivimos que no es más que una quimera.

Información de: Consejo de Desarrollo Holbox A.C.

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