DOMINGO DE LEYENDAS: EL POZO DE LOS CABALLOS

7 julio 2019
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A unos doscientos metros al sur del puente del Dos de Abril, en el arroyo de las Barrancas, situado al Oriente de la Ciudad de Saltillo, existió, hasta hace unos cuantos años, un pozo que el vulgo bautizó, como antaño se acostumbrara a hacerlo, con el nombre de «El Pozo de los Caballos», porque a él llevaban los cocheros a bañar a sus animales de tiro. Nadie más osaba bañarse en aquel pozo cuyas aguas, según era fama, guardaban en su fondo un misterio.

 En muchas ocasiones , el Juez de Barrio de los Panteones, el Juez de Paz y otras autoridades dieron fe de misteriosos ahogados.

Aguas aquellas  límpidas y tersas, de suave tranquilidad y sublime indiferencia, que reflejando el azul del cielo ocultaban en el fondo los tentáculos de un demonio insaciable de tragedia. se cuenta que temerarios bañistas sucumbieron al ser arrastrados y sumergidos por aquel impenetrable misterio, a pesar de su destreza y habilidad, apareciendo después sobre la superficie los cuerpos inermes. Las gentes que conocieron aquel pozo lo veían con horror.

Refiere la conseja que aquel pozo, no fue elaborado por la naturaleza, sino que fue hecho por un espíritu maligno para que sirviera de trampa, todo aquél que retará sus dominios.

Existen aún por aquellos rumbos, trabajadores de ladrilleras o lavadores de cascajo, que conocieron a El Pozo de los Caballos como segador de vidas humanas.

Cuenta uno de ellos, don Anselmo Valero, que en una ocasión estaba cribando arena  a unos metros del Pozo, poco tiempo después de la caída de una tormenta por el rumbo de la Encantada, cuyas avenidas bajaban y bañaban aún por el arroyo de las Barrancas, y vio a un par de mozalbetes de humilde presencia, pero robustos y sanos, que tuvieron una breve discusión, que se supo después era en relación a una apuesta, de quien duraría más en el fondo del Pozo de los Caballos, y en seguida los dos se desvistieron y al mismo tiempo se tiraron el «clavado» al charco.

Esto pasaba muy cerca del medio día, en pleno verano. El sol, reverbaba sobre la superficie al parecer tranquila, pero cuyo fondo, siempre ávido de tragedia, demostraba una vez más el poder de su fatídica atracción, pues diez minutos más tarde, aparecieron flotando los os cadáveres de los intrépidos bañadores.

Don Anselmo corrió a dar parte a la autoridad que llegó representada por dos gendarmes de caballería con una camilla, donde pusieron a los dos muertos.

Don «Tacho», que así llamaban cariñosamente a Don Anastasio Martínez, viejo mayordomo de la ladrillera, refiere también una de tantas trágicas muertes del Pozo.

La curiosidad de dos muchachos de la escuela N0.1 en una tarde de «Venada»-dice- era tanta curiosidad por lo que se decia del Pozo, que fueron a él, y empezaron por echar «patitos», sin la menor intención de bañarse pero atraídos por sus calmadas aguas, se lanzaron a ellas y sus cuerpos fueron encontrados  ahogados  una horas después.  Dice don Tacho, que la madre de uno de ellos, casi en estado de locura, prometió terminar con aquella fatídica trampa, y así lo hizo, cuando pasando la estación de las lluvias y las corrientes bajaron por el arroyo de las Barrancas. Ocupo cinco hombres en la obra, y con botes y tinas, como quien saca agua de una noria, empezó a vaciar el siniestro pozo, hasta que después de arduo trabajo, logró descubrir el fondo, que tenía una forma desconcertante para ser obra de la naturaleza, pues figuraba perfectamente en una profundidad de tres metros, un enorme cono invertido, donde según la gente imaginativa, se formaba el remolino del diablo para atraer a sus victimas.  La madre de aquel muchacho se dio a la tarea de rellenar aquél hueco con piedras y ramas, y es ahora uno de tantos charcos, sin que conserve el misterio entrañable y trágico que antes tenía. Una cruz de pino fue colocada en medio del charco, pero al pasar d loa años entre avenidas o quizás la gente quito dicha cruz y hoy en día no se sabe exactamente donde se encontraba dicho Pozo de los Caballos.

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