CONVERSANDO CON FIDEL POR:RUBÉN OLVERA MARINES

2 diciembre 2016
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CONVERSANDO CON FIDEL

RUBÉN OLVERA MARINES

Tenía que ser Fidel. Nadie más. Ni su propia muerte le impidió salirse con la suya. Alcanzó esa extraña quimera tan propia de los dictadores: esa obsesión que nubla su visión, que les impide emprender las transformaciones que demandan sus pueblos, sucumbir ante la tentación del poder eterno. Fidel imaginaba que después de su muerte, trascendería, haría historia. Su sueño se convirtió en realidad,  lamentablemente lo logró a cambio de perpetuarse en el poder y secuestrar la mayoría de las libertades políticas del pueblo cubano.

Lo hiciste Fidel, ya estarás contento. Con tu muerte, renace –al menos por algunos días– un debate enterrado bajo los escombros que dejó el Muro de Berlín, atrapado en las grietas creadas por la disolución de la Unión Soviética. Tu partida no me alegra, pero me entusiasma que con ello hayas reanimado la discusión entre el socialismo y el capitalismo, entre la propiedad privada y la propiedad social, entre el individualismo y la acción colectiva. Disputa que el imparable avance del capitalismo de repente borró  de los salones de clase en las universidades, de la plaza pública y de la televisión. Con tu muerte volvió a los periódicos, a los cafés, a los teléfonos celulares, esa encantadora discusión entre la derecha y la izquierda, entre el pueblo y la burguesía.

No importa ahora que Fidel Castro simbolice una revolución truncada por la mezquindad de una burocracia que se apoderó de la riqueza que debió socializarse entre la clase trabajadora, no, eso no tiene importancia,  lo verdaderamente significativo, después de su muerte, es saber si esa revolución no sólo estuvo en la mente de Fidel, si después de sesenta años, el “Hasta la Victoria Siempre” echó raíces en el pensamiento de los cubanos, o sólo se quedó ahí, como una camisa de fuerza impuesta por la represión, en espera de la muerte del verdugo para librarse de ella.

Después de años en los que el capitalismo se impone como la verdad absoluta y el “destino manifiesto” de las economías en desarrollo, una vieja idea, una epifanía de cambio, una revolución alimentada por la esperanza de mayor justicia, podría recobrar algo de sentido cuando la pobreza y la desigualdad carcomen los cimientos del capitalismo, y nos preguntamos si acaso existen alternativas para crear mayor riqueza y distribuirla de una manera más justa y equitativa. En un mundo en donde el uno por ciento de la población concentra más del cincuenta por ciento de la riqueza, olvidamos que alguien, en alguna isla del Caribe, soñó con otro sendero.

Fidel, tampoco importa que hicieras del poder tu revolución. Amabas a tu pueblo, pero idolatrabas tu propia figura. No interesa que hayas dejado una estela de iniciativas autoritarias por gran parte de Latinoamérica. Es irrelevante que Cuba continúe sumida en el atraso, aislada de un mundo que no quisiste ver y que no dejaste ver a tu pueblo. Lo que importa es que con tu muerte abriste una pequeña grieta, y desempolvaste ese viejo quinqué oculto por los escombros de un capitalismo que produce cada día más y más pobreza. 

La historia juzga, pero no perdona. Por eso de Fidel nos quedamos con sus ideas, su pensamiento, su añoranza revolucionaria. Desechamos su autoritarismo exacerbado, su interminable gobierno, su resistencia al cambio. A Fidel es sencillo describirlo, basta un cliché: Fidel Castro Ruz, encarnaste una gran idea mal ejecutada.

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