Aunque los historiadores ofrecen opiniones encontradas sobre la eficacia y la eficiencia del régimen soviético encabezado por Stalin, capitalizador de la dictadura comunista heredada desde Lenin, lo que es un hecho irrefutable es que las décadas que duró su mandato fueron de nulas libertades, de pobreza extrema generalizada y que dejaron a su paso una millonada de presos políticos, de desaparecidos y de asesinados.
Al morir, fue sustituido en el poder por uno de sus incondicionales, Nikita Jrushchov, quien, a pesar de su origen estalinista, llegó decidido a poner fin de manera gradual a ese régimen que había resultado tan nocivo y letal para su pueblo.
Cuentan sus biógrafos que un día estaba dando una conferencia ante un nutrido grupo de ciudadanos en la que denunciaba los crímenes de Stalin, cuando uno de ellos, protegido por el anonimato de la masa, lo interpeló diciendo “Tú eras un colega de Stalin, ¿por qué no lo detuviste entonces?”.
Nikita detuvo su discurso y buscando con la mirada entre la multitud cuestionó en tono autoritario y gritando “¿Quién dijo eso?” Silencio.
Después de unos segundos, dijo en un tono conciliador y obsequiando una sonrisa “Bueno, ahora ya saben por qué no lo detuve.”
La anécdota es extraordinaria. En lugar de argumentar que quienes estaban cerca de Stalin sufrían de un miedo permanente porque enfrentarlo significaría la muerte o un destierro a las heladas prisiones de Siberia, puso a su atacante en sus zapatos para que sintiera lo que todos sintieron durante su mandato.
El relato, además de transmitirnos la gran capacidad intelectual y la enorme sensibilidad del gobernante soviético, también nos sirve para comprender los riesgos de un régimen totalitario. Una vez que una dictadura comunista se instala, es muy difícil su erradicación, precisamente por esos métodos terribles, de intimidación y persecución, que utiliza para su sostenimiento. Para no repetir la historia, es necesario conocerla y, sobre todo, participar en la política defendiendo nuestra democracia.
Hoy, más que nunca, debamos cuidar nuestras instituciones y órganos ciudadanos, sobre todo los electorales y de rendición de cuentas.
Solo así podremos seguir viviendo libres y sin miedo.