La decisión, tomada por unanimidad, fue anunciada en un acto multitudinario en el cual estaba presente la plana mayor revolucionaria, incluyendo a los familiares de Hugo Chávez.
No hubo ninguna sorpresa. La Plenaria Extraordinaria del V Congreso del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), reunida en el Poliedro de Caracas, nombró, por absoluta unanimidad, a Nicolás Maduro, actual presidente de la República, como el candidato presidencial de las fuerzas revolucionarias para las elecciones presidenciales del 28 de julio de este año. Se trató de un encuentro que reunió a unas 10.000 personas, en el cual estuvo presente la plana política mayor del oficialismo chavista, la mayoría de ellos ataviados con camisas con el rostro de Hugo Chávez, el fundador del movimiento y el partido, figura que fue loada y recordada permanentemente por los asistentes. En el evento estuvieron presentes los hijos del comandante fallecido en 2013, sus padres y hermanos.
Los organizadores del encuentro y el ministro de Comunicación e Información, Freddy Nañez, afirmaron que la unanimidad lograda fue el producto de la voluntad de poco más de cuatro millones de militantes, “en 317.000 asambleas de base”. Maduro fue precedido por varios oradores que ensalzaron su liderazgo apasionadamente, y fue finalmente presentado por Diosdado Cabello, primer vicepresidente del PSUV, quién ponderó los logros políticos de su compañero en medio de las tormentas, al afirmar que los fundamentales, son dos: “Mantener la paz del país frente a las adversidades, y mantener la unidad de las fuerzas revolucionarias, haciendo política, dándole clases a los que no creyeron en él y se creyeron superiores.”
En un proceso ceremonioso, a manera de juramento, Cabello hizo entrega a Maduro de la bandera roja con el logotipo del partido. “Estoy seguro que en sus manos no se perderá la patria, no se perderá la revolución”, señaló en ese momento. Con un presídium en el cual podría leerse La Esperanza está en la Calle — consigna con la cual Hugo Chávez Frías comenzó a recorrer Venezuela, a mediados de los 90, una vez fue indultado por el golpe de Estado que promovió en 1992—, Maduro tomó la palabra y afirmó que se había pensado “muy bien” la responsabilidad que debía asumir como candidato y presidente de Venezuela hasta el año 2030. “Acepto la candidatura presidencial, la asumo, y con el apoyo del pueblo iremos a una nueva victoria de las fuerzas bolivarianas”.
Maduro recordó el difícil momento en el cual aceptó la encomienda que le dejara Chávez antes de morir, en 2013, e hizo nuevas alusiones a los tormentosos años de su gobierno, de enorme caos económico y social, de los cuales responsabilizó a la oposición. ”A Capriles, a Machado, a López, a Julio Borges, a los apellidos de la oligarquía, por la guerra económica, las conspiraciones, el sabotaje al servicio eléctrico, los intentos de magnicidio y de golpe Estado que han intentado contra nosotros”, afirmó.
“Ellos querían — la oposición— hacer en Venezuela lo que han hecho en Haití, en Ecuador, llenar al país de violencia” continuó Maduro. “No pudieron con nosotros. Nuestra consigna, nuestra meta, en cada cuadra, en cada calle del país, es la paz. Hemos mejorado mucho con la seguridad ciudadana, tenemos los mejores índices de seguridad en las calles en los últimos 60 años, gracias a nuestra estrategia de los cuadrantes de paz, gracias a la participación del pueblo.”
Añadió: “No me importa: censúrenme, persíganme, prohíbanme, pero aquí hay un solo destino: la victoria popular del 28 de julio”, afirmó, en una paradójica declaración, como si él fuera su propio opositor, pronosticando con enorme ímpetu a sus rivales que “no podrán con nosotros”. Mientras, se oían consignas al unísono, que decían “El que va es Nicolás”, o “Oigan oligarcas, oigan apellidos, el pueblo, unido, jamás será vencido”.
Con esta investidura, se disuelven finalmente las versiones periodísticas que promovían con alguna insistencia la existencia improbable de un candidato alternativo en las filas del oficialismo, ―como los gobernadores Héctor Rodríguez, del estado Miranda o Rafael Lacava, del estado Carabobo, dos de sus cuadros más cercanos— dispuesto a tomar el relevo ante la clarísima caída de las simpatías de Maduro y el chavismo como movimiento en todos los sondeos creíbles de opinión del país.
Recién en enero, el propio Maduro había dicho al periodista español Ignacio Ramonet que “no sabía” si finalmente sería el candidato del PSUV en las presidenciales. Mientras, el alto Gobierno revolucionario ha ido endureciendo el tono y tomando decisiones cada vez más unilaterales en sus diferencias con la oposición venezolana, judicializando activistas y vulnerando parte importante de lo acordado en Barbados hace tres meses.
Aunque es una corriente política reducida, muy lejos de su momento de gloria como movimiento de masas, el chavismo en manos de Maduro se ha convertido, como nunca, y con respaldo militar, una instancia adherida al Estado venezolano, con ciertos niveles de eficacia en la agitación y la propaganda, y algún anclaje popular, ya minoritario, en la población, particularmente la más pobre. En la mayoría de las encuestas del país la aceptación de Maduro y la adherencia al chavismo como movimiento se ubica entre el 18 y el 25% de la población.
INFORMACIÓN DE: EL PAÍS