Cuando Jamie Lee Curtis alzó su Oscar como mejor actriz por su papel en Todo en todas partes al mismo tiempo, entre lágrimas y mirando al cielo dijo: “Papá, mamá, nominados en numerosas categorías y en distintas ocasiones. Papá y mamá, acabo de ganar un Oscar”. No era la primera vez que se refería a sus famosísimos padres y grandes leyendas del cine: Janet Leigh, la mujer que dirigida por Hitchcock en Psicosis, protagonizó uno de los gritos más recordados del cine, y Tony Curtis, uno de los actores más bellos y carismáticos que habitó el planeta. Si con la estatuilla en mano Lee Curtis homenajeó a sus padres y le recordó al mundo sus raíces de Hollywood, en diciembre abandonó su buen humor habitual y salió “con los tapones de punta”.
A fin del año pasado el medio especializado Vulture causó revuelo con una nota crítica sobre los “nepobebés”, celebridades que son hijos de otras celebridades. Lee Curtis fue una de las primeras en mostrar su enojo. En sus redes publicó una foto donde se la veía con sus padres y la acompañó con un texto contundente que entre otras frases afirmaba: “Jamás entendí, y aún no lo sé, por qué me contrataron ese primer día, pero desde esas dos frases que pronuncié en ese trabajo inicial, hasta este último año espectacular, pasaron 44 años en los que no hay ni un solo día de mi vida profesional en el que no recuerde que soy la hija de dos estrellas de cine”. Cerró con un “somos muchos los que nos esmeramos en nuestra labor. Orgullosos de nuestra herencia y determinados en el creer que tenemos derecho a existir”.
Con la dedicatoria que hizo del Oscar, con la defensa que realizó de sus orígenes, se podría suponer que Jamie fue una hija amada y cuidada. Pero no, tuvo un vínculo complejo y distante con su padre. Tanto que cuando Curtis murió en octubre de 2010, a los pocos días ella contó en una entrevista: “No fue un padre y nunca estuvo interesado en serlo. Hizo lo que se suponía que debía hacer desde un punto de vista financiero, lo cual fue honorable. Pero no era un padre involucrado y, por lo tanto, lo miro desde la misma perspectiva que todos ustedes: una fan de él”.
Los archivos nos recuerdan que su progenitor, bautizado Bernard Schwartz pero conocido como Tony Curtis, fue una verdadera leyenda de Hollywood. Participó en más de 100 películas, protagonizó clásicos como Una Eva y dos Adanes y Espartaco, trabajó con todos los grandes desde Laurence Olivier hasta Cary Grant, desde Kubrick hasta Bill Wilder, y se casó seis veces. Si al actor le hablaban de su vida amorosa solía endurecer su semblante, si le preguntaban por sus hijos no sabía qué responder, pero si le nombraban una actuación de Jamie se iluminaba: “Es una excelente actriz, hace todo como si no le costara y eso me gusta muchísimo. No ves la técnica, ves a la persona”, sostenía, orgulloso.
Pese a que Curtis presumía de su hija, la actriz reconocía que sus padres, esos que para la prensa habían sido “la pareja dorada de Hollywood”, puertas abiertas se detestaban y que creció “en una casa llena de odio”. Los actores se conocieron en una fiesta y se casaron en 1951. En 1956 nació Kelly y dos años más tarde llegó Jamie Lee. El matrimonio se divorció cuando la menor cumplió tres años; en varias ocasiones la actriz admitió que su nacimiento fue el último recurso que sus padres intentaron para salvar una pareja que hacía tiempo intentaba remontar un vínculo que se apagaba. Lo poco que quedaba se rompió para siempre cuando en 1961 el actor viajó a la Argentina para grabar la película Taras Bulba y se enamoró de su compañera de elenco, Christine Kauffman, que en ese momento tenía 17 años. Al volver, Curtis pidió el divorcio.
Desde entonces, la actriz guarda un recuerdo agridulce de la Argentina como recordó en Infobae: “Era muy pequeña pero aún puedo revivir el momento triste que nos tocó vivir a mi madre, a mi hermana y a mí. Mi padre tuvo un affaire con su compañera de elenco y nos abandonó. Tuvimos que volver solas a los Estados Unidos, mientras era testigo de cómo mi familia se disolvía. Entenderás que mis recuerdos de Argentina no son muy lindos”.
Para Jamie, el divorcio de sus padres implicó un doble dolor. Por un lado y aunque era pequeña sufría los chismes que se decían sobre su padre por noviar con una actriz mucho menor y a la que esperó hasta que cumpliera la mayoría de edad para casarse. La experiencia le enseñó que la fama tenía dos caras: “Obtienes un acceso fácil a donde quieras que vayas, pero a cambio renuncias a tu privacidad”.
Pero hubo un dolor mucho peor: con el divorcio acordado, Curtis atendió las necesidades económicas de su hija pero desatendió las afectivas. No formó parte de su vida porque, como ella misma explicaba, “no era padre ni estaba interesado en ser padre”. A la ausencia paterna se le sumó que el actor tenía una vida amorosa bastante inquieta. Tony tuvo seis esposas. La primera fue la madre de Jamie y la siguieron Christine Kaufmann, Leslie Allen, Andrea Savio, Lisa Deutsch y Jill Vandenberg. Y un dato más, su primer desliz amoroso fue con Marilyn Monroe.
Jamie Lee asegura que crecer sin su padre no fue tan terrible, pero sí dejó en ella un compromiso muy fuerte con las infancias, tanto que es una gran autora de cuentos infantiles. Uno de sus libros más conocidos se titula Cuéntame otra vez la noche que nací yo y trata sobre la adopción desde la perspectiva de una nena pequeña. Y otro dato curioso: en 1987 cuando su hija era una beba, la actriz se hartó de cargar pañales por un lado y toallitas higiénicas por otro. Así que inventó y patentó un pañal que en su exterior lleva un bolsillo hermético pero que se abre con facilidad para guardar las toallitas. Lo que se dice una mujer práctica.
De su padre aprendió poco pero bueno. Sin dar lecciones, él le enseñó a defender lo justo aunque eso implique oponerse a la industria de Hollywood. En 1958, en pleno auge del Ku Klux Klan, Curtis no dudó en exigirle a los productores de la película Fuga en cadena que pusiesen el nombre de su amigo, el afroamericano Sidney Poitier, junto al suyo en los títulos, algo que en ese tiempo era un acto tan valiente como revolucionario. Además tanto Leigh como Curtis apoyaron fervientemente la campaña de John Kennedy. Décadas después su hija militaría en favor de Hillary Clinton para evitar que Donald Trump llegara a la presidencia, como finalmente ocurrió.
Si Jamie heredó el compromiso de su padre, lo que nunca quiso fue vivir pendiente de los flashes como sí lo hacía Curtis. “La atención pública era muy importante para él. Yo no la necesito”, aseguró en más de una ocasión. Para corroborar que no tenía esa adicción alcanza con contar una anécdota. Cuando está en Londres y debe reservar una mesa en un restaurant, no utiliza su nombre sino el de una tal Lady Haden-Guest “que parece mucho más importante”.
Con una carrera que comenzó a los 19 años y un talento incuestionable, Jamie Lee fue imponiéndose en Hollywood. En las entrevistas el nombre de su padre solía surgir y ella aclaraba que no mantenían ningún vínculo. “No espero saber de él en mi cumpleaños o Navidad. Lo veo cuando lo veo. Es como un fantasma”, respondía. Si le preguntaban si se sentía defraudada por su papá, contestaba tranquila: “Como no tengo relación con él, no puede defraudarme. Durante años, no supe quién era”. Y aclaraba que Curtis vivía en Las Vegas y no existían lazos “excepto por el hecho de que genéticamente heredé una parte de él”.
De vez en cuando Jamie escuchaba historias que le hacían querer a ese actor famoso pero padre desconocido. Mientras grababa Mentiras verdaderas, su compañero Arnold Scharzenneger le contó que cuando era un don nadie y le aseguraban que por su acento austríaco jamás triunfaría en Hollywood fue Curtis el que lo animaba diciéndole que no hiciera caso, que él se había pasado años oyendo lo mismo por culpa de su fuerte acento del Bronx.
Aunque la hija con su padre no compartía charlas, secretos ni tiempo sí compartieron adicciones. Curtis no solo era adicto al alcohol, también consumía grandes dosis de heroína y cocaína. Su consumo se salió de control en los 80, cuando se separó de su tercera esposa y descubrió que comenzaba a envejecer: “Yo quería amor, sexo, diversión, y lo conseguí con la cocaína, que me hizo sentir libre y feliz hasta que advertí la fatiga y la destrucción de mi cuerpo. Cuando advertí que me afeaba por el consumo de la droga me dije que tenía que hacer algo para remediarlo. Es que, realmente, no quería morirme feo”.
Aunque casi no hablaban, la hija conocía las adicciones de su padre y no solo porque se lo decían. “Sabía que mi padre tenía un problema porque yo tenía uno y compartimos drogas. Hubo un período en el que fui la única hija que hablaba con él. Una vez tomamos cocaína y crack juntos. Fue la única vez que lo hice, pero lo hice junto a él”, reveló en Vanity Fair.
Curtis falleció el 29 de septiembre de 2010 y fue Jamie la encargada de anunciar su muerte. El actor tenía una última sorpresa: cuatro meses antes de morir modificó su testamento y excluyó a sus hijos para dejarle todo a su última esposa, Jill Vandenberg, una llamativa rubia 45 años más joven. “Reconozco la existencia de mis hijos, e intencionalmente y con pleno conocimiento elegí no mantenerlos”, pero no dio ninguna razón para desheredarlos según reveló el programa Inside Edition. No solo no les dejó nada de su fortuna calculada en 50 millones de dólares, tampoco les legó su mansión en Las Vegas valuada en 10 millones de dólares, ni siquiera alguna de sus obras de arte firmadas por artistas como Andy Warhol y Bathus.
Quizá, aunque no le dejó su fortuna, Jamie Lee sintió que no tenía deudas con su padre. Lo cierto es que sin dudar asistió al funeral. “Somos la evidencia de él. Caminamos por el camino guiado por él. Todos obtuvimos algo de él”, dijo en su despedida para agregar con humor: “Yo, por supuesto, obtuve su desesperada necesidad de atención”, y terminar con un sincero: “Estoy orgullosa de ser su hija”.
12 años después de la muerte de su padre y a 19 de la despedida de su madre, la actriz seguía sintiendo que la fama de ellos era tan enorme que le costaba reconocer la propia. Por eso, cuando a fines del año pasado supo que por primera vez estaba nominada al Oscar percibió que ellos la acompañaban. “Sentí que sabían que esto sucedería, a pesar de que yo no lo supiera. He seguido los pasos de mis padres. Pero la fama y éxito de mis padres siempre fueron tan gigantescos que yo… a pesar de que he tenido un éxito fantástico, jamás pensé que podría alcanzar su nivel”.
Vaya a saber dónde se encuentra el alma de Curtis y si la escuchó. Pero si lo hizo, seguramente lamentó no haber disfrutado más de esa increíble y maravillosa mujer que es su hija.