El Papa Francisco dijo que extraña «callejear» por Buenos Aires, admitió que no vio los partidos de la Selección en el Mundial y aseguró que tiene ganas de visitar la Argentina.
—Cuando jugó la selección argentina en el Mundial ¿la vio?
—No la vi. Estaba reunido acá, con seis pilotos de Alitalia con sus esposas. Y en un momento que fui a buscar algo, cuando volví, uno me dijo “Va ganando 3 a 0″, o 2 a 0 o 3 a 1, no me acuerdo. Y está bien dije, pero eso me hizo pensar una cosa que me permito decirla sin querer ofender, porque yo soy argentino también, pero un poco [refleja] nuestra idiosincrasia.
En los dos partidos, el de Holanda y el final, comienza ganando 2 a 0; 3 a 1, ah, todos felices los argentinos; nos vamos al segundo tiempo y termina ganando los dos por un penal. Por casualidad. Los argentinos tenemos eso: empezamos con entusiasmo las cosas y tenemos una cultura —no sé, al menos yo la tengo— de dejar a la mitad. Y como que ya nos damos por vencidos antes de tiempo, o vencemos antes de tiempo. Sea en lo positivo o en lo negativo. Nos cuesta terminar el perfil de las cosas. Es una reflexión mía en base a estas dos cosas objetivas, nada más.
—Antes me dijo que extrañaba callejear por la ciudad de Buenos Aires. ¿Qué otras cosas, si es que extraña, extraña de la Argentina?
—Eso es fundamental, porque eso me tenía en contacto continuo con la gente, y eso es muy variado. Cosas que me quedan muy grabadas y que me cambiaron a veces la actitud. Cuando tenía que tomar el colectivo que pasaba por la cárcel de Devoto —tenía que ir a una parroquia por Devoto— varias veces me sucedió esto: estaba en la cola y casi todas eran madres. Casi todas eran madres. Entonces pensaba siempre sobre la madre de un recluso, lo que siente esa mujer, lo que siente ese hijo. Y eso fomentó en mí una especial cercanía a los presos. Yo todos los años para el Jueves Santo voy a lavar pies a una cárcel.
Y entre paréntesis, quiero decir una cosa que aprendí acá. Los directores de cárceles son muy buenos acá, son muy buenos, pero mejores son las mujeres. Una mujer directora de cárcel, no sé cómo hace, pero tiene una capacidad de manejo, una capacidad de cercanía… Es otro clima una cárcel dirigida por mujer y una de hombres. Aunque la de hombres va muy bien. El otro día, por ejemplo, recibí de una cárcel de una provincia de Italia seis reclusos que querían visitarme y vinieron con el director, una jueza, un policía. Estaban, acá, seis reclusos reunidos conmigo. Cosa que el director de la cárcel era muy bueno. Pero la directora es mucho mejor porque, no sé, es la maternalidad, es el modo. Tengo anécdotas de esto, claro. Todos los Jueves Santo voy, así que veo cosas diversas.
—Hay muchas más mujeres trabajando en el Vaticano.
—Sí. Y es necesario eso. El machismo es malo. Y a veces el celibato te puede llevar a un machismo. Un cura que no sabe trabajar con las mujeres le falta algo, no está maduro. El Vaticano era muy machista todo, pero es parte de la cultura, no es culpa de nadie. Siempre se hizo así. Ahora están trabajando más. Un ejemplo: el Consejo de Economía son seis cardenales y seis laicos. Los laicos todos varones por supuesto. Hubo que renovar y puse un varón y cinco mujeres. La cosa cambió así. Había que nombrar vicegobernador en el Vaticano. El gobernador es el cardenal, tiene 78 más o menos, el cardenal [Fernando] Berges, un español capacísimo. Fue secretario de monseñor [Eduardo] Pironio. Un hombre de mucha experiencia. Ama la Argentina. Y en vez de poner un vicegobernador puse una vicegobernadora. Y él se siente mucho más ayudado porque resuelven; las mujeres resuelven, y resuelven bien.
Una vez recibí a una jefa de gobierno de altísimo nivel, madre y profesional, profesional que después se dedicó a la política y le está yendo bien. Y le pregunté cómo había hecho para resolver un conflicto muy difícil que había habido en ese lugar; nadie lo podía resolver y ella se las arregló para resolverlo. La respuesta fue esta, creo que puede ayudar mucho, es una mujer. Me miró, silencio. “Como hacemos las mamás”. Qué quiso decir no sé, pero “como hacemos las mamás” resolvió el problema. Tienen otra metodología, las mujeres. Tienen un sentido del tiempo, de la espera, de la paciencia, diverso al hombre. Esto no hace disminuir al hombre, son distintos. Y tienen que complementarse.
—¿Es cierto que no usa teléfono celular?
—Nunca lo tuve.
—¿Nunca?
—Cuando me hicieron obispo me regalaron uno, en el [año] 94, 92. En aquel momento era un zapato. Yo dije “Esto jamás lo voy a usar”. “Bueno, hacé una llamada”. Ahí, delante del que me lo regaló, llamé a mi hermana: “¿Cómo te va?”. ¡Pum!, corté. Se lo devolví. Y nunca más.
Me da una libertad muy grande. Porque me entero de todo: tiene mi teléfono o deja el [recado] y yo llamo después. O sea, para mí no es un impedimento. Eso sí, reconozco que mis secretarios tienen celular.
—Eso significa que no ve Twitter, Instagram, Facebook.
—No, ese mundo no.
—Pero alguien le cuenta.
—Sí, sí, estoy al día. Y escribo a mano.
—¿A ver, cómo es eso?
—Cuando estudiaba en Alemania me compré una máquina de escribir en uno de esos Angebot [venta de garaje] que tienen los alemanes, por 45 marcos. Ellos los viernes se sacan de encima todo lo que pueden. Y le tomé cariño, era [con] memoria de una línea. La llevé a Buenos Aires cuando volví y la usé hasta que vine para acá, y ahí quedó. Y después ya agarré a mano.
—¿Y un mail cómo lo manda?
—A mano.
—Pero se lo da a alguien.
—Y se lo doy al secretario y él lo manda. Sí, todo a mano. Ojo, no quiero decir que es mejor que lo otro, no. Es un límite que tengo, una incapacidad, vamos a decir.
—¿Cuándo fue la última vez que tomó vacaciones?
—En el [año] 75. A ver, que me estoy perdiendo… Sí. [En el año] 76 cayó Isabel [Perón] ¿no?
—Sí, el 24 de marzo.
—Ahí se estaba hablando que había un golpe militar que venía en el 76, y en el 75, en Mar del Plata… La comunidad tenía una casa en Mar del Plata y fui ahí. En el 76 dije “Mirá, se habla de un golpe, yo no quiero dejar solo esto”. Era provincial en aquel momento. “Andate”. Además estaba preparando la mudanza de la Curia provincial a San Miguel. Y justo se hizo el 24 de marzo, la mudanza. Y me quedé en casa. Y ahí le tomé el gusto a otro tipo de vacaciones. Leer más, escuchar música, rezar más, descansar más. Y ese estilo me terminó gustando. Y es el que repito siempre.
—Santo Padre, ¿reza a alguna hora en particular? ¿En su habitación, en la capilla? ¿Dónde reza?
—A la mañana celebro misa enseguida, si es que no tengo misa afuera. A las seis de la mañana tengo la misa. Antes hago un poco de oración, y después también. Me levanto a las cuatro, a las cinco ya estoy rezando ahí en mi cuarto; 5:50 me voy a la capilla y ahí celebro misa. Generalmente solo o con algún cura que viene, me acompaña, y eso me ayuda, cuando hay otro me ayuda más. Y después ya empieza el día.
Muchas cosas hacen falta para ser Papa, pero quizá uno de los requisitos del empleo es el más visible: hay que saber usar tres sombreros diferentes. Al hablar con Francisco a veces se escucha al pastor, otras veces suena la voz del Sumo Pontífice y otras veces habla un jefe de estado.
Eso también da una idea del arco de cuestiones que le incumben: un día tiene que decir algo sensible sobre la muerte y otro día tiene que hablar de la criminal invasión rusa a Ucrania. En la charla con Infobae trató esos temas, refutó los prejuicios que lo pintan anticapitalista y condenó —casi siempre con tono diplomático, prudente— los populismos dictatoriales.
—Le voy a leer cuatro definiciones suyas muy cortitas y usted me dice si las puse en un orden correcto y si las interpreto bien: “No condeno al capitalismo”, “Tampoco estoy en contra del mercado”; “De ninguna manera está mal producir riquezas para el bien de todos”, y “Debe reconocerse al que crea trabajo”. ¿Es correcto?
—Correcto.
—¿Por qué algunos medios o algunas personalidades lo ven a usted como una persona que tal vez no está a favor del capitalismo?
—Tienen esos preconceptos ideológicos que califican a la persona antes de escucharla. Escuchala, después hablá. El que dio un paso más grande en el capitalismo fue san Juan Pablo II, que habló de economía social de mercado. El capitalismo de mercado. Lo matizó como algo lícito, no es malo en sí mismo. El opuesto sería el comunismo despersonalizante. Ambos son despersonalizantes, pero una economía de mercado social —esa palabrita, social, que le puso san Juan Pablo II— creo que es la que se adecúa al pensamiento de la iglesia. Después se progresó mucho más en esto. Pero esa definición llamó la atención en su momento.
—La pregunta que sigue tiene que ver con algo que para todo humano es algo que sabe que va a pasar y no sabe cuándo, que es la muerte. Usted, máxima autoridad de la iglesia, ¿le tiene temor a la muerte?
—No. Sé que va a venir. Alguna vez que me pareció que podía haber riesgo me preparé, cuando tuve que hacer la operación que era riesgosa. Pero le pedí al Señor que no me agarre inconsciente, eso no. Que al menos la vea venir. Dicen que es raro que exista el miedo a la muerte: el miedo es a verla venir. Así que verla venir, para saber el fin.
—Luis Novaresio, que hace unas entrevistas muy íntimas, siempre hace la misma última pregunta: “Nos morimos ¿y qué pasa?”. ¿Qué piensa usted que pasa en el momento siguiente?
—Una luz muy grande, una felicidad muy grande. Un encuentro muy grande, en el camino del encuentro con Dios. Algún pertinaz por ahí piensa que… o puede ser que no tenga ese camino. Pero yo creo que Dios hasta último momento espera y ayuda. Hay un capitel muy lindo, medieval, en la catedral de Vézelay —no sé bien, si es siglo X o siglo XI, por ahí—, sur de Francia. De una parte está Judas ahorcado y el diablo que lo tira para abajo. De la otra parte está el buen pastor, que se lo lleva con una sonrisa irónica. Ese es el drama: quién gana al final. Y gana éste. Siempre.
—Lo voy a llevar a temas un poquito más ríspidos, internacionales. La pregunta ya no es al pastor sino al jefe de Estado, y me va a poder contestar lo que pueda. Pero imagino, conociendo cómo es usted, su preocupación enorme por lo que empezó hace más de un año muy cerca de acá: la invasión rusa a Ucrania y la cantidad de crímenes de guerra que se están cometiendo. Impresiona el bombardeo a población civil en Ucrania. Sé que al comienzo o antes del comienzo de la invasión rusa su diplomacia hizo llamados, gestiones. ¿Habla con [Volodimir] Zelenski, habló alguna vez con [Vladimir] Putin en estos tiempos?
—En estos tiempos, no. Hablé con el embajador ruso, una dignísima persona, excelente. Recibí respuesta a mi pedido de ir a verlo a Putin de parte [Sergéi] Lavrov muy correcta, que sí, cómo no, pero más adelante. Pero con Putin después de la guerra, no. Antes vino tres veces acá. Es una persona culta, muy culta.
—¿Imagina alguna solución en el corto plazo?
Daniel Hadad junto al Papa Francisco, sobre el final de la entrevista en el Vaticano (Infobae)
—Están trabajando todos por esto. Están trabajando todos. [Narendra] Modi puede hacer algo, no sé. Sé que hay varios gobernantes que se están moviendo. Hay un grupo israelí que se está moviendo bien. Pero no sabemos en qué puede terminar. Trabajar por la paz… Yo quisiera marcar una cosa sobre la guerra.
A nosotros esta guerra nos duele mucho porque la tenemos al lado, pero el mundo está en guerra desde siempre. Al menos desde hace un siglo. Nos olvidamos de Yemen, por ejemplo. Los chicos del Yemen. Nos olvidamos de los rohinyá, Myanmar, todo ese drama de guerra. Nos olvidamos de Goma, al norte del Congo, y Ruanda. Claro, como esta guerra es del barrio de al lado, ya la tenemos cerquita, nos llama la atención. Pero no paramos de guerrear.
Una vez una persona seria, universitario, un profesor muy serio, me dijo: “Mire, si por un año no se fabricaran armas se acaba el hambre en el mundo”. La industria de las armas es impresionante. Hace cuatro años creo llegó a Génova de otro país de Europa, en un barco relativamente chico, un cargamento de armas, para pasarlo a un barco más grande que iba a Yemen. Y los estibadores no quisieron cargarla. Un gesto, pero no es nada. La industria de las armas es impresionante. Bueno, a mí me dijeron esto: cuando un imperio se siente débil necesita una guerra para fortalecerse. Y también una guerra para vender las armas que tiene y para probar las nuevas armas. Alguien dice —no sé si es verdad— que en la Guerra Civil Española se probaron armas para la Segunda Guerra Mundial. Pero siempre hay algo de probar las nuevas armas.
Creo que el mundo está en guerra desde siempre. Llevamos un siglo de guerras, para no ir más atrás. Desde el 14 al 19 hubo una; 39 al 45, otra. Y ésta. Pero una atrás de otra. Cuando se cumplió el 60 aniversario, creo que era del desembarco en Normandía, todos los jefes de gobierno se reunieron para hacer un homenaje y me hicieron ver las fotos. Pero nos olvidamos con frecuencia que ahí en la playa quedaron 30.000 muchachos. Pienso en la madre que recibe la carta: “Señora, la felicitamos y tengo el honor de avisar que su hijo es héroe”. Pero su hijo se acabó. Todos los 2 de noviembre voy a celebrar misa a un cementerio. Una vez fui al de Anzio, que es el famoso desembarco americano, acá, cerca de Roma. Cementerio americano. Miraba las tumbas: 19, 20, 22 años. Eso es la guerra.
Cuando hice un viaje en Rumania y en Eslovaquia tuve que pasar por varios pueblitos, porque no se podía usar el helicóptero y porque el camino era ese. La gente sabía la hora en que se pasaba, porque estas cosas se saben enseguida por la radio. Y estaban esperando afuera, en los pueblitos, delante de las casas, para saludar. Chicos, jóvenes, matrimonios jóvenes, todos. Pero viejos eran las viejas nomás. ¿Y los viejos dónde están? No están. Quedaron en la guerra del 39-45, atrás.
—Las últimas tres preguntas tienen que ver con América Latina. La primera tiene que ver con Venezuela. El informe Bachelet de Naciones Unidas habla de violaciones, descargas eléctricas, presos políticos, desaparición forzada de personas. Me hizo acordar a la noche oscura que vivió la Argentina con la dictadura militar, pero 40 y tantos años después. ¿Ve alguna luz de esperanza en que pueda modificarse el régimen de Venezuela?
—Pienso que sí. Pienso que sí porque son las circunstancias históricas las que van a obligar a cambiar el modo de diálogo que tienen. Pienso que sí. O sea, nunca cierro la puerta a posibles soluciones. Al contrario, la fomento.
—La segunda tiene que ver con Nicaragua. En un primer momento parecía tomársela solamente con los opositores o con aquellos que pensaban diferente; de hecho acaba de expulsar al destierro a 222 opositores. Pero también veo un ataque muy fuerte a la iglesia católica. Echaron al nuncio, ahora prohíben las procesiones de Semana Santa. Y [hay] una frase del mandatario diciendo [que] “los obispos, los curas, los papas, son una mafia”. ¿Qué piensa de esto?
—Con mucho respeto, no me queda otra que pensar en un desequilibrio de la persona que dirige [Daniel Ortega]. Ahí tenemos un obispo preso, un hombre muy serio, muy capaz. Quiso dar su testimonio y no aceptó el exilio. Es una cosa que está fuera de lo que estamos viviendo, es como si fuera traer la dictadura comunista de 1917 o la hitleriana del 35, traer aquí las mismas… Son un tipo de dictaduras groseras. O, para usar una distinción linda de Argentina, guarangas. Guarangas.
—La última de América Latina es sobre el narcotráfico. Ha tomado estados, ha penetrado gobiernos de México hacia el sur. Argentina está viviendo algo horrible en Rosario, y tal vez en otras partes que no tienen tanta prensa o publicidad. Hay distintas corrientes de pensamiento que ven como una posible solución —y digo posible porque es un tema que desconozco— la despenalización o la legalización del consumo. ¿Usted cree en eso?
— No, en principio no creo. Le digo la verdad no profundicé en ese asunto. Pero me parece que es como, doy un ejemplo guarango, de la mano. Con el hijo que le pega a la madre y bueno, para solucionar el problema le vamos a cambar el látigo, que no sea tan dañoso y le vamos a dar un látigo más suave. Son cosas de destrucción. El problema de la droga es la destrucción de la propia persona, de la mentalidad. Te destruís. Es autodestrucción.
Francisco comparó al régimen de Daniel Ortega en Nicaragua con las dictaduras «comunistas o hitlerianas». «Son dictaduras groseras», enfatizó (Infobae)
—Las últimas dos preguntas. La primera es muy humana: si es que alguna vez llora y, si llora, cuándo fue la última vez que recuerda haber llorado.
—Sí, de vez en cuando lloro a escondidas. En público una vez no pude reprimirme, fue por la guerra: estaba diciendo un discurso y ahí me salió eso, y no pude reprimirme. Pero a escondidas. Que los psiquiatras interpreten [risas], yo no me interpreto. Yo a veces tengo este tipo de expresiones solo.
—Yo vi la final de fútbol. No estoy viviendo en la Argentina, estoy viviendo en los Estados Unidos, pero viajé especialmente porque quería ver, si ganaba Argentina, ese festejo. Y fue un momento de una catarsis maravillosa en una sociedad muy sufrida. Cuando hablo con amigos, a veces escucho —y mucha gente lo dice— [que] algo similar podría llegar a ocurrir si el papa Francisco visita la Argentina. ¿Piensa en eso, sueña con eso? ¿Tendremos la posibilidad?
—Pensé. Pensé en eso. Estaba planeado en diciembre de 2017. Se iba a ir primero a Chile, después a Argentina y Uruguay. El plan era ese. ¿Pero qué sucedió? Que [Michelle] Bachelet terminaba su gobierno y las elecciones eran precisamente por esa época. Entonces tuvimos que pasar Chile a diciembre y ya ir en enero a Argentina y a Uruguay. En enero no encontrás ni al gato, ¿viste? Entonces se cambió el programa y se hizo Chile y Perú. Y quedaron Argentina y Uruguay para después. Y ese después es lo que estamos esperando [de] la coyuntura. No hay una negación de ir. No, de ninguna manera. Estuvo planeado el viaje. Yo estoy abierto a que se dé la oportunidad.
—¿De qué dependería eso?
—Miles de factores. Miles de factores.
—¿Le puedo pedir dos o tres?
—Primero la voluntad que yo vaya. Creo que eso está. Segundo, la coyuntura sociopolítica. A veces la visita de un Papa puede ser usada, en todos los lugares. Que no sea usada ni para un lado ni para otro.
—Después de una elección podría pasar.
—Podría pasar. Después de una elección ciertamente que sí. Por eso en tiempo electoral no se hacen viajes en los países, para evitar que la presencia sea usada por el partido gobernante para una reelección o algo por el estilo. Yo quiero ir a Argentina. Quiero. Pero…
—¿Se anima a darle un rango? ¿Entre cuánto y cuánto tiempo?
—No. No sé, porque son estas cosas que se arman ahí. Pero ciertamente estuvo planeado, y si no se fue es por el mes.
—Primero y principal, agradecido por el tiempo que me ha dedicado.
—Gracias a usted por la paciencia de escuchar a un cura. Recen por mí por favor.
—Muchas gracias.
—A favor, no en contra, ¿eh?