Son miles de decisiones las que tomamos en nuestras vidas, las que guían nuestras acciones y con el tiempo forjan nuestra personalidad.
En cada una de ellas regularmente existe el conflicto interno si debemos dejarnos llevar por los impulsos emocionales o escuchar la voz que nos ofrece la razón del pensamiento.
Como en todo, los extremos son malos y debemos encontrar un punto de equilibrio.
Los griegos antiguos utilizaban una metáfora para explicar lo importante de este balance: la del jinete y el caballo.
El caballo representa nuestra naturaleza emocional, inquieta y briosa, que siempre se mueve y nos mueve.
Sin embargo, sin un buen jinete que lo guíe no llega a ninguna parte. Es salvaje y tiende a meterse en problemas.
El jinete es nuestra parte pensante y racional. Es el cerebro que da rumbo y dirección.
Con entrenamiento y práctica el jinete transforma la poderosa energía de su corcel en algo productivo, con sentido.
El uno no sirve sin el otro. El binomio es necesario y crea sinergia. Sin jinete no hay dirección ni propósito.
Sin caballo, no hay energía ni vitalidad. Cuando el caballo domina al jinete el recorrido es peligroso, desorientado y podría terminar en tragedia.
Cuando el jinete es muy fuerte puede jalar tanto las riendas que impide al equino comenzar su trote.
Ambos, jinete y caballo, deben de trabajar en conjunto.
Esto quiere decir que debemos planear el futuro, pensar con detenimiento nuestras acciones y sus posibles consecuencias.
Pero una vez que tomemos una decisión, debemos soltar las riendas del caballo, guiándolo con precisión, viviendo la aventura y disfrutando el recorrido.
Si vemos que la ruta escogida nos lleva al precipicio siempre es buen momento para dar un golpe de timón y corregir el camino.
La esencia de la racionalidad es precisamente esa:
en lugar de ser esclavos de la energía interna generada por nuestros impulsos y nuestros sentimientos, es mejor canalizarla y utilizarla en nuestro beneficio y el de quienes nos rodean.
La vida no es una carrera de velocidad, sino de resistencia.
Debemos cuidar a nuestro caballo y mantener feliz al jinete, en un balance permanente que nos lleve por el camino correcto.