Cuando analizamos las razones del éxito y fracaso de las naciones nos topamos que estas triunfan, entre otros factores, por la solidez, la eficiencia y la funcionalidad de sus instituciones.
Pero, a todo esto, ¿qué son las instituciones? Me gusta la definición que nos ofrece una de las voces más autorizadas para hablar sobre el tema, ganador de Premio Nobel de Economía: Douglass North.
“Las instituciones son las reglas del juego en una sociedad, o de una manera más formal, las limitaciones humanamente diseñadas que dan forma a la interacción humana”.
Dicho de otra manera, las instituciones son las líneas de acción que los miembros de una sociedad deben seguir para reprimir los instintos primitivos que nos llevarían a destruirnos, lo que nos permite vivir en armonía.
¡Pues ya está! Si todo lo que tenemos que hacer para ser un país exitoso es contar con buenas instituciones, pues que los legisladores lleven las propuestas a sus congresos.
Más fácil aún, ¿por qué no copiamos la legislación de los países más desarrollados del mundo y ¡pum!, nos volvemos una superpotencia?
Desgraciadamente no funciona así. De hecho, las instituciones de una sociedad solo reflejan su cultura y sus valores, no los crean.
Para que las instituciones sean buenas y funcionen no solo se requieren leyes buenas y funcionales, eso es solo una parte de la ecuación.
Se necesitan también poderes ejecutivos responsables y poderes judiciales incorruptibles, así como órganos autónomos que revisen todo el proceso.
Las instituciones funcionales debieran crear orden y reducir la incertidumbre.
Incluso, nos dice North, son más importantes que los avances tecnológicos para incidir en el desarrollo económico de una sociedad.
Se requieren muchos años, a veces siglos, para consolidar las instituciones, y solo poco tiempo para destruirlas.
Claro que todas son perfectibles y deben ser adaptadas, pero dinamitarlas solo crea caos y disrupción social.
¿Debemos adaptar las instituciones a nuestra aspiración cultural y de valores? ¿O, por el contrario, debemos cambiar nuestros valores para mejorar nuestras instituciones? El viejo dilema del huevo y la gallina.
En cualquier caso, debemos cuidarlas porque representan los cimientos de nuestra sociedad.
Mejorarlas, por supuesto; destruirlas, nunca.