Transcurrían los años 1909-1910 y se construía el primer puente en la población de Comala sobre el Río San Juan, calle Progreso, a fin de ser inaugurado con motivo de las festividades conmemorativas del Centenario de Iniciación de la Guerra de Independencia.
Era inmensa la novedad de los vecinos y más aún de los menores quienes, sin prever el peligro, constantemente se acercaban a observar los trabajos.
Ante tal situación los padres de familia, deseando evitar un accidente, optaron por advertir a sus hijos que los trabajadores tomaban niños y aún vivos, los incrustaban en muros y columnas.
Cierto día un infante incrédulo de la advertencia de los mayores, atónito, observó sangre en la mezcla de arena y cal que un obrero utilizaba para unir los ladrillos de barro, por lo que pregonó en el pueblo ser verdad la indicación que habían recibido de los adultos.
La mezcla contenía sangre de animal, ya que según la creencia y tradición entre los maestros de obra debería agregársele para dar resistencia a la edificación.
Lo anterior dio origen a que ya terminada e inaugurada la obra, principalmente las mujeres solas, se abstuvieran de transitar por ahí, ya que aseguraban escuchar los llantos y «suspiros» de los niños sepultados que las confundían con sus madres que los habían abandonado.
Los adultos que carecían del don en la lectura señalaban la inscripción localizada en una de las columnas, relativa a datos sobre su inauguración, manifestando que ahí se leían los nombres de los infantes enterrados «vivos».
Por muchos años a este puente «Hidalgo» se le conoció por el «puente de los suspiros«.