Una de las cosas que llama la atención cuando uno se pasea por Viena o sus pueblos de alrededor, es la cantidad de imágenes del santo que encabeza este post. Suelen datar del siglo XVIII y estar colocadas sobre los puentes. Algunos austriacos, incluso llevan el nombre del sacerdote retratado en las estatuas (un nombre que los conocidos acortan como Muk). El sacerdote se llamó San Juan Nepomuceno y su historia (la inventada por la Iglesia y la real) no deja de ser interesante.
Empezaremos brevemente contando la versión que la Iglesia Católica acepta como auténtica.
San Juan Nepomuceno (o Johannes Nepomuk como se le conoce en alemán) nació en Nepomuk, Bohemia (actual República Checa) alrededor de 1345. Desde que era niño, sus paisanos pudieron notar que el Altísimo, en su divina misericordia, le veía con buenos ojos. El pequeño Juan se benefició de dosis generosas de inteligencia y de bondad, así como de los dones de profecía y milagros.
Ya de mayor, después de ser ordenado sacerdote, entró al servicio de Wenceslao, rey de Bohemia, como confesor de su esposa. Para mostrar la catadura del tal Wenceslao, baste decir que un día le sirvieron un ave asada y que, como no fue de su gusto, mandó asar al pobre cocinero. Un mal bicho este Wenceslao, vamos.
El caso es que observando la intimidad (santísima, por supuesto) que reinaba entre la reina y su confesor, el tal Wenceslao se consumía de celos. Concibió entonces un diabólico plan para averiguar si sus retorcidas sospechas eran ciertas. El gordo, seboso y borrachuzo Wenceslao llamó al confesor de su señora.
–Padre Juan –le dijo- ya sabéis la sospecha que me atormenta. La reina se confiesa con vos, así que una palabra vuestra me bastaría…
El santo Nepomuceno reaccionó fatal a esta insinuación.
–¡Cómo me pedís que cometa tal infamia! Ya sabéis, rey Wenceslao, que el secreto de confesión es inviolable.
Por supuesto, la negativa del padre Juan, al malvado rey Wenceslao le sentó como un tiro. Inmediatamente, lo mandó prender, y lo echó a la mazmorra fría. Allí, sometió al pobre cura a unas torturas tremebundas, para intentar hacerle cantar. Pero San Juan Nepomuceno que, aparte de inteligente, profético y milagroso, debía de ser un tipo bragado y meano, no dijo esta boca es mía.
Intercedió la reina, santa del canalla de Wencesalo y obtuvo del tirano la libertad del santo. Le curó las heridas y, una vez repuesto y reintegrado a su trabajo habitual, San Juan Nepomuceno pudo pronunciar un último sermón en la catedral en el que se despidió de sus feligreses al tiempo que les anunciaba su próximo fallecimiento. No debió ser lo único que dijo, claro, sino que es probable que abandonase la templanza que se les supone a los santos y pusiera al rey Wenceslao a caer de un semoviente.
El caso es que el tirano, aprovechando que nuestro amigo Juan Nepomuceno se había acercado al santuario de nuestra señora de Bunzel, le tendió una trampa. Unos sicarios le apresaron a la vuelta y, como a Rasputín siglos más tarde, le tiraron al frío rio Moldava en donde el pobre Nepomuceno pereció. Se debió de recuperar su cuerpo porque la lengua de Juan Nepomuceno, incorrupta, se conserva en la catedral de San Vito de Praga.
Por cierto, el cuarto milagro que sirvió para probar de manera fetén que San Juan Nepomuceno debía ser canonizado tuvo que ver con esta reliquia que mencionábamos. En 1725, una comisión médica fue enviada a la catedral de San Vito para comprobar que, efectivamente, la lengua se conservaba incorrupta. Encontraron el apéndice, como es lógico, algo amojamado, pero definitivamente libre de putrefacción. Pero di que, cuando la estaban examinando, la lengua se esponjó, se sonrosó y adquirió la apariencia de la de una persona viva.
La Iglesia considera a San Juan Nepomuceno el patrón del sigilo sacerdotal (o sea, del secreto de confesión) y de la buena fama, porque prefirió ser martirizado antes de poner en solfa la reputación de una penitente.
Hasta aquí la versión oficial. O sea, lo que los creyentes estamos obligados a creer. Lo malo es que los historiadores que, como todo el mundo sabe, son unos ateazos y unos comunistones han descubierto que, lamentablemente, la historia de San Juan Nepomuceno es una trola prácticamente de cabo a rabo.