Cuenta la leyenda que había una niña cuya madre debía tejer una cobija nueva para el pesebre del Niño Jesús de su iglesia. La joven mujer aceptó con mucho gusto. Sin embargo, cuando estaba a la mitad de la confección, cayó gravemente enferma.
La niña muy preocupada y triste intentó acabarla, pero sólo consiguió enredar las madejas de hilo. Al día siguiente, al atardecer, empezó la procesión al templo. La pequeña niña se escondió detrás de un gran matorral, llorando. Veía pasar a todas las personas y sentía una gran tristeza pues su madre seguía enferma y no había cobijita nueva para el Niño Jesús. De pronto se le acercó una anciana bondadosa y le preguntó qué le pasaba.
La niña, le contó el motivo de su llanto, la mujer la escuchó y consoló diciéndole que ya no se preocupara pues su mamá ya estaba mejor. Le dijo con dulce voz que se apresurara a cortar las ramas de una planta y se las llevara como obsequio al Niño Jesús.
La pequeña obedeció a aquella mujer y con un manojo de ramas llegó corriendo al templo. Colocó cuidadosamente las varas alrededor del pesebre, mientras las personas la observaban en silencio.
De pronto todo se iluminó y de cada rama surgió una enorme estrella roja que calentaba e iluminaba todo a su alrededor. La niña se llenó de alegría pues seguramente el Niño Jesús ya no tendría más frío.
Feliz salió corriendo y vió que en todos los matorrales de la calle y las montañas, brillaban estrellas radiantes iguales a las que había en el pesebre y que su regalo se había convertido en el más resplandeciente y maravilloso de todos.