Transcurría el año de 1860 en San Buenaventura, aquel ambiente en que se vivía en esos pueblos del centro de Coahuila la vida siempre era incierta por los asaltos de las hordas de Lipaneses, Apaches y demás tribus que provenían periódicamente del país vecino del norte, robaban caballada, saqueaban los comercios, asesinaban a las personas que les daban guerra, y se llevan cautivos a jovencitos y jovencitas que allá de cuando en cuando era un verdadero milagro recatarlos de las fieras manos de los Apaches y Comanches.
Los medios de vida generalmente eran la Agricultura y la ganadería.
Uno de los hombres más ricos de San Buenaventura era un dueño de un ganado cabrío que ascendían a más de dos mil cabezas.
La majada la tenía establecida en las faldas del cerro de Santa Gertrudis guiado por un pastor joven que ahí mismo vivía en su jacalito a donde su amo le llevaba el hitacate cada dos días.
Una tarde el pastorcito acercó el ganado al río nadadores.
Al hacerlo, notó que le faltaban cinco cabras y se regresó a buscarlas, armado como siempre de un garrote para hacerlas «arrendar», después de andar mucho, oyó balar en un mogote de mezquites que estaba cerca del cerro y se dirigió allá. Ahí estaban amogotadas las cinco cabras y se adentró hasta ellas y al llegar a cierto lugar vio un pozo como de unos dos metros de circunferencia, se acercó a ver si era una noria, pero se dio cuenta por la luz del sol que penetraba hasta el fondo y vio que no era muy hondo y además tenía una vieja escalera de mezquite para poder bajar.
Ni tardo ni perezoso, lo hizo y cual no sería su sorpresa que una vez en el fondo vio que existía un túnel de metro y medio de altura y que unos pasos adelante estaban acumulados unos lingotes que el consideró eran de plomo por el peso.
Salió de ahí, fue e hizo una amarre de fibras de pita y volvió a bajar para sacar algunos lingotes. Con mucho trabajo logró sacar ocho y arrastrando amarrados cada unos los llevó a la majada.
Otro día en la mañana llegó Don Tiburcio a traerle el hitacate y otras cosillas al jacal y al ver los lingotes de plomo le dijo al pastor:
-Oye donde encontraste estos pedazos de plomo.
-Ah, pos ayer que se amogotaron cinco chivas allá en aquel mogote, allá en el que esta junto a unas palmas.
Y le contó todo lo que sucedido, Don Tiburcio le dijo que lo llevara al lugar, que quizás ese plomo se pudiera vender.
-A ver, vente vamos a ver, si sacamos más pa´ venderlo a los que tapan vasijas con el plomo.
Tomaron directamente el rumbo del mogote de mezquites, llegaron y cual sería su sorpresa que no existía ningún pozo.
-Oye Lencho me estás engañando, dime la verdá de donde los sacaste.
-Pos de ahí mero, Don Tiburcio, mire aquí están las yerbas apachurradas por donde me los llevé de dos en dos arrastrando los lingotes.