DOMINGO DE LEYENDA: LA CUEVA COLORADA ( DURANGO)

16 octubre 2022
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Cuenta la leyenda que en las sierras de Durango había varias cuevas tapadas escondiendo diferentes riquezas. De una de ellas se decía que contenía arcones de oro, ropa, muebles, sillas de montar y aparejos.

Un hombre que sabía y conocía estas leyendas, decidió buscar por esos rumbos alguna cueva tapada.

Un día subió por las laderas de la montaña acompañado de algunos amigos para cortar ramas, de repente vio un agujero, pero prefirió no comentar nada.

A la mañana siguiente, platicó lo que había visto con sus amigos y juntos decidieron ir a investigar qué había dentro de ese agujero.

Ya frente a la pequeña cueva, uno de ellos dijo que estaba dispuesto a arrastrarse hacia su interior, y de esta manera consiguieron unos pedazos de ocote y los utilizaron como mechón. El hombre se arrastró y penetró unos cinco metros al interior del agujero. De pronto unos montoncitos de tierra roja comenzaron a tapar la entrada, al darse cuenta se quedó atónito mirando la tierra que caía, se acercó a la pared y comenzó a tocarla. Había rayas de un rojo más intenso que formaban grietas. En una de ellas le cabía la mano hasta la muñeca y al sacar puños de tierra, le daba la impresión de que era agua, sin embargo, tiempo después, supo que era una veta de almagre (óxido rojo de hierro, más o menos arcilloso, abundante en la naturaleza y que suele emplearse en la pintura).

No se dio cuenta del tiempo que había pasado, pero los ocotes que llevaba de reserva se le agotaron, así que comenzó a buscar la salida, pero por más que daba vueltas no la podía encontrar. De repente, de atrás de aquellos montones de tierra salió un señor y le dijo: «No se asuste, soy habitante de un pueblo cercano y me permitieron entrar para ayudarlo».

Comenzaron a platicar y el hombre le dijo que en ese lugar había un gran tesoro escondido: «Es tanto que a quien lo contemple le dará angustia», entonces le señaló hacia atrás de los montones de tierra indicándole que esa era la entrada a otra galería en donde estaba enterrado todo el oro, pero como los ocotes se acabaron, tuvieron que salir de inmediato. Cuando por fin salió de la cueva, todos los compañeros gritaron de felicidad pues estaban preocupados. De pronto volteó y dijo: «Se me olvidó el señor que había entrado a auxiliarme, ¿acaso no ha salido?». Sus amigos quedaron atónitos, pues ellos no habían enviado a nadie adentro.

Desde entonces, los hombres no pudieron organizarse para regresar a aquél lugar, pues encontraron muchos impedimentos, como fuerzas extrañas que no les permitían volver.

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