La leyenda de la china Hilaria
Esta leyenda tiene su origen en Aguascalientes, allí surge la historia de obsesión que da pie a una expresión utilizada usualmente en el lenguaje coloquial mexicano.
En el barrio de Triana, uno de los más típicos de Aguascalientes, se han bordado toda clase de historias que al paso del tiempo se han convertido en sabrosas leyendas que se van pasando oralmente. Dicen que, en ese lugar, el más castizo de la ciudad, precisamente en la calle de la Alegría, vivía una familia humilde, pero de buenas costumbres; los padres habían educado a sus hijos a la usanza de Aguascalientes del siglo pasado, en que los hijos besaban la mano y la frente de sus progenitores y con los ojos los mandaban sus padres. Hilaria, era la hija mayor de los señores Macías, que además de ser una mujer muy hacendosa, era bella y tenía un donaire al caminar que parecía una reina.
Otra de sus virtudes era que le gustaba hacer obras de caridad, visitando diariamente a los enfermos y menesterosos, llevándoles consuelo y ayuda material. La joven era muy conocida en el barrio por ser muy atractiva y, además, por tener sus padres un negocio pequeño en donde vendían antojitos y muchas veces ella, se dedicaba a cobrarles a los clientes.
Los domingos, cuando Hilaria iba a misa a la iglesia del Encino, llamaba la atención. Llevaba un hermoso zagalejo bordado y su rebozo de bolita que lucía con destreza; en su pelo, que era muy chino, usaba un listón del mismo color del traje.
Las muchachas en edad de merecer, le tenían envidia porque todos los jóvenes del barrio se perdían por una mirada de los negros ojos de la chica, que a todos desdeñaba.
Uno de ellos en una ocasión le dijo este piropo: “Con la sal que una morena derrama de mala gana, tiene para mantenerse una rubia una semana”. Así pasaba el tiempo y aunque Hilaria Macías tenía muchos pretendientes, a ninguno le hacía caso por no haberle llegado todavía su hora de enamorarse.
Pero un día la muchacha se vio acosada por un individuo de mala reputación, uno de los malditos del barrio de Triana, al que le apodaban “El Chamuco”, a más de ser feo, prieto y cacarizo, era presumido en grado superlativo; Dios le había dado la gracia de que se sintiera guapo y él así se veía. “El Chamuco” se enamoró perdidamente de ella y no la dejaba ni a sol ni a sombra. Cuando salía de su casa la estaba esperando en la esquina, al grado que ya no podía salir por miedo, ya que la había amenazado con que la iba a raptar. Un día Hilaria se fue a confesar con el Cura de la Parroquia del Encino y le dijo su problema, que no podía salir a la calle por miedo de encontrase con “El Chamuco” y había dejado de hacer sus obras sociales. Que la acosaba y le tenía un miedo infernal. El padre le dijo que no se preocupara, que iba a mandar llamar a “El Chamuco” para amonestarlo y decirle que la dejara en paz.
Al día siguiente, el señor Cura encontró en el jardín del Encino a “El Chamuco”, que era muy conocido en el barrio por “malora” y le pidió fuera al curato porque tenía que hablar con él. Y así lo hizo, por la tarde el hombre fue a visitar al sacerdote.
El padre que le había ofrecido a la muchacha persuadirlo para que la dejara tranquila, ideó una cosa extravagante; le dijo: “Mira Chamuco, pídele a Hilaria un rizo de su pelo; si lo enderezas en el término de quince días, te aseguro que se casa contigo, yo mismo le pediré a sus padres su mano para ti”. El hombre le dijo: “Pero padre, si no me concede una palabra, ¿cómo piensa que me dará un chino? Eso es imposible”. El cura le aseguró que lo tendría, él mismo se encargaría de pedírselo. Así fue, el padre le pidió el rizo a Hilaria y se le dio a “El Chamuco”, el que pasaba todo el día tratando de enderezarlo, sin el menor resultado.
“El Chamuco” fue a ver al padre para decirle que era imposible, que se pasaba noche y día alisando el pelo y que parecía que con eso se enchinaba más, que estaba desesperado y no sabía qué hacer. El sacerdote con toda calma le dijo, “síguelo intentando, yo sé que el día menos pensado vendrás con el pelo completamente lacio y ese día pediremos a Hilaria.
Pasaron varios días y “El Chamuco” con un humor de los diablos invocó al demonio, ofreciéndole su alma en recompensa si le enderezaba aquel porfiado rizo de Hilaria, que por más que lo estiraba, en lugar de alaciarse, más se enchinaba.
Al invocar a Satanás se le apareció un hombre elegantemente vestido, con bombín, polainas y bastón, que al verlo “El Chamuco”, se hizo para atrás, ya que él le había hablado al demonio y no a la persona que tenía enfrente. El catrín le dijo al “Chamuco”, que qué hacía tan afanosamente acariciando ese cairel, a lo que él contestó, que alisar el chino, y nada que se hacía lacio. “Yo te ayudaré”, le dijo el catrín, y al tomar el pelo con las manos, aquel chino se hizo un verdadero tirabuzón y dándole una rabia infinita, aventó el chino a la cara de “El Chamuco”, gritándole el catrín con todas sus fuerzas: “¡Que coraje, ni yo puedo enderezar este maldito rizo!”.
Al mismo tiempo se iba transformando; la boca se le deformó horriblemente, los ojos se le saltaron como de rana y de ellos le brotaba lumbre, por abajo del bombín le salieron dos puntiagudos cuernos y las manos se le empezaron a poner peludas como de animal.
Cuando “El Chamuco” vio que el catrín se convertía en un demonio, quiso echar a correr, pero no pudo, sintió que le flaqueaban las piernas, que la cabeza le daba vueltas y que los ojos se le torcían. Pero cuando vio a aquel engendro del infierno que volaba por los aires dejando un fuerte olor a azufre, perdió el sentido y no supo más de él. Cuenta la leyenda que “El Chamuco”, sufrió tal impacto, que perdió la razón; por muchos años vivió como un ente del barrio de Triana, sin recordar nada del pasado. Solamente cuando algún amigo pasaba junto a él y le preguntaba ¿Cómo estás “Chamuco” ?, él contestaba “De la china Hilaria”. Para los chamacos del barrio, era una diversión, lo único que sabía decir: “De la China Hilaria”.
El pobre hombre al “que no le hizo justicia la naturaleza” porque nació muy feo, poco a poco se fue convirtiendo en un verdadero monstruo. Vivía en el barrio de Triana, casi siempre se encontraba en el Jardín del Encino sentado en una banca y enojándose con los chamacos que lo vacilaban.
Era un loco inofensivo, uno de los pintorescos tipos de ese barrio. Años más tarde Hilaria Macías se casó con un fuereño y se fue de Aguascalientes.
La historia del gran amor de “El Chamuco” se fue olvidando convirtiéndose en un mito. Pero la expresión de “La China Hilaria”, se quedó para siempre. Muchas personas antiguas del barrio de Triana conocen esta tradición por habérselas contado sus abuelos y así se ha ido pasando de generación en generación. Y con frecuencia a los muchachos latosos o feos, les dicen pareces “Chamuco”, y sin pensar, están recordando a aquel pobre hombre que por amor perdió la razón.