DOMINGO DE LEYENDA: EL SECRETO DE DON JUAN MANUEL (Sonora)

22 junio 2025
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El Secreto de don Juan Manuel.

Discurría el año 1881 entre aromas de azahares, de rosas, de huele de noche, de jazmines y de muchas otras fragancias que ha­ cían de Hermosillo la ciudad más perfumada de México; no en balde era cruzada por tres acequias con muchas derivaciones que regaban más de veinte huertas aledañas y viveros de plantas de ornato.

Por el Callejón Elena circulaban los jinetes, los carros y los carruajes que buscaban acceso a la Calle de la Moneda viniendo de la mal llamada Calle del Piojo, dado que después de la de los Naran­ jos y la del Parián no habia otra rúa que en el centro de la ciudad la comunicase de oriente a poniente.

La Alameda por las noches parecía boca de lobo porque no tenía ni una farola de petróleo; sólo los jardineros brillaban por su ausen­ cia y ello originaba que hubiese una vegetación bronc >. .. No obstan­ te, los domingos era el paseo de los ricos quienes a bordo de sus lujo­ sos coches tirados por percherones, causaban la admiración del po­ pulacho; en ese tiempo no existía animadversión de los de abajo contra los de arriba: Todavía no nacia la primera generación de los predicadores de la destrucción y del odio, aquí en Sonora.

El Barrio de la Cohetera aún semejaba una ranchería. Y en el Parián se escuchaba el pregón de los vendedores de comestibles, incluyendo patos y cabras vivos.

“Hermosillo’’, decían en ese tiempo, “es la ciudad más tranquila de México’’«Sin embargo, al convertirse en la Capital del Estado el 26 de abril de 1879, comenzó a sentir la intranquilidad de la agitación política muy propia de esa época, en que se empezaban a establecer gobiernos firmes en la Federación, pero caían los caudillos sonoren­ ses del tiempo del juarismo y el lerdismo. Un hombre fuerte hacía sus pinitos para gobernarnos durante treinta años.

Muy tranquila era Hermosillo, en verdad, si olvidamos o ignora­mos los cambios políticos que se gestaban-, porque la ciudadanía era apática para concurrir a las urnas electorales y poco intervenía en los cambios de Gobierno. En ese año 82 don Carlos Rodrigo Ortiz Re­ tes hubo de abandonar la Gubernatura, por causas de presiones polí­ ticas en las que el General Guillermo Carbó, Comandante militar, no era ajeno; tampoco don Ramón Corral Verdugo, un hombre que em­ pezaba a proyectarse como un gran sonorense de muchas capacida­ des.

Pero dos acontecimientos vinieron a turbar la tranquilidad de los pobres y de los ricos de nuestra Ciudad Capital: El dia 4 de no­ viembre se inaugura la linea ferroviaria de Guaymas a Hermosillo. Y esto causó júbilo general, máxime que se anunciaba que pronto comunicaría con el Paso del norte, pasando por la ciudad de Ures.

El segundo acontecimiento no causó alegría; originó estupor y lágrimas en muchos hogares: Don Juan Manuel Escalante fue abati­ do a tiros al salir de su nueva casa, inaugurada ese dia después de ser reconstruida. La fiesta fue grandísima y concurrieron las perso­ nas más conspicuas de la localidad.

Don Juan Manuel, durante los últimos cinco años habia prospe­ rado mucho, al grado de contarse entre los cinco individuos más ri­ cos de la ciudad. Su reputación era la de un hombre generoso y fi­lántropo; quien era amigo de él, ya tenia de qué presumir.

Por ¿so, el atentado a don Juan Manuel causó estupor al princi­ pio y luto general después. Y cuando se difundió la noticia de que el atacante era un jovencito de dieciseis años, de quien se ignoraba su nombre y su procedencia, la gente no halló qué decir. Las autorida­ des informaron que tal vez se trataba de un mudo. En las calles y en los hogares se preguntaban “ ¿Qué misterio es éste? ¿Qué motivo tu­ vo ese jovencito para disparar contra un hombre bueno y religioso como don Juan Manuel?”.

En aquel tiempo era permitido emplear métodos bárbaros para hacer confesar a los delicuentes, y el joven matador soportó con es­ toicismo la rudeza de los investigadores, sin decir su nombre.

Durante varios días la principal Prensa del Estado no dejó de publicar sobre el atentado y el deceso de un hombre tan importante como el señor Escalante, hasta que un día el misterio quedó aclara­ do, causando más asombro a unas cuantas personas que intervi­nieron. El populacho continuó ignorando la verdad de los hechos.

Un dia se presentó en la oficina del Gobernador del Estado el se­ ñor Espergencio Yañez, acompañado de su hijo Ignacio. Lo primero que dijo el visitante después de los saludos de rigor, fue:

-Este es mi hijo Nacho, de quince años de edad. El desapareció hace cinco años junto con mi sobrino Miguel Yañez, quien ahora está detenido por el homicidio en el que perdió la vida don Juan Manuel Escalante. Mi pariente se ha negado a declarar su nombre y los mó­ viles que le impulsaron a disparar contra el hoy occiso. Creemos que si usted considera pertinente que comparezca ante su presencia y la nuestra el acusado, en una forma privada, se disiparán muchas du­ das sobre ese acontecimiento tan lamentable.

El señor Yañez terminó llorando, abrazando a su hijo a quien ha­ bía perdido la esperanza de volver a ver; cinco años sin saber de él fue mucho tiempo, y cuando regresó ya no le conocía. El Goberna­ dor, don Antonio Escalante, conmovido accedió a la petición y orde­ nó que trajesen al muchacho preso.

Lo que sucedió en la reunión no trascendió al público ni a la Prensa; pero sirvió par desentrañar el misterio policiaco más gran­ de de la época.

Como ninguno de los dos jóvenes podia hablar, embargados por la emoción de los recuerdos, fue el señor Yañez quien hizo el relato del caso, ya que su hijo le había contado todo.

“El 24 de diciembre de 1876, por ser víspera de la Navidad, mi hermano Antonio y su esposa se retiraron a su alcoba muy entrada la noche. El hijo único de ellos, Miguel, y mi hijo Ignacio, ya estaban dormidos.

“Como usted recordará, señor Gobernador, en ese año 1876 Ile­ gal on a Sonora las consecuencias del Plan de Tuxtepec y se desbor­ daron los rencores y las pasiones políticas; además muchos se apro­ vecharon de esos sucesos para cometer atropellos y aun venganzas y despojos.

“Al filo de las dos de la mañana, según informaron los investiga­ dores policiacos de ese tiempo (que no lograron esclarecer bien los hechos ni saber quienes fueron los culpables), un grupo de financieros entró subrepticiamente a la residencia de mi hoy difunto herma­no, con las crueles intenciones de terminar con su vida y la de su es­ posa. El dueño de la casa, que tenia un sueño muy ligero, dándose cuenta del peligro escondió a su hijo y al mío abajo de la cama. En la obscuridad los muchachos vieron, horrorizados, lo que sucedía.

“El dia 25 fue descubierto el cuadro de horror donde tomaron parte las armas blancas de los agresores. Mi hermano, hombre va­ liente como siempre fue, con su revóver .44 lesionó gravemente a dos de los asaltantes antes de ser abatido junto con mi cuñada. Los otros asaltantes ultimaron a sus compañeros heridos, por no poder huir rápidamente con ellos. Hasta alli llegó la crueldad de los bandi­ dos.

“La víspera del asalto mi hermano habia recibido el pago en efectivo de la venta de dos ranchos con mucho ganado, que hizo a un empresario norteamericano. El dinero lo guardaba en una caja fuer­ te que los homicidas se llevaron. También desaparecieron las joyas y una colección de monedas antiguas.

“Después que los bandidos salieron, mi hijo y mi sobrino, enlo­ quecidos por el terror huyeron del lugar. Durante cinco años no supi­ mos de ellos, pues temian que si regresaban perderían la vida, ya que uno de los asaltantes les vio y les disparó cuando ambos montan­ do en uno de los caballos de los forajidos se perdían en la obscuridad.

Entonces el señor Escalante preguntó a los muchachos: -¿Vieron ustedes quiénes eran los asaltantes?
El hijo de don Espergencio respondió:
– Si; pero sólo conocíamos de vista a dos de ellos. Uno era don Juan Manuel Escalante; el otro, Cipriano Ochoa, caballerango de don Juan Manuel, quien es el que nos disparó cuando huíamos.

En el rostro del Gobernador se reflejó la confusión y sólo logró exclamar:

– ¡Esto es inaudito! ¡Debe haber un error! ¡Juan Manuel era un ciudadano muy respetable!

Varios minutos don Antonio Escalante quedó con la mirada fija en el suelo, agachado, mientras don Espergencio comenzaba a sen­ tir temor de que la ira del Gobernador se desatara contra él, por nc creerle lo que acababa de relatar.

Repentinamente el Primer Mandatario estatal tomó una resolu­ción. Llamó a un recadero y ordenó le trajese a su despacho al jefe de Policía.

Ese dia Cipriano Ochoa (a) “El Guacho”, fue aprendido e in­ terrogado por medio de los métodos de la época; y el caballerango, acobardado, confesó cómo su patrón don Juan Manuel Escalante or­ ganizó una gavilla para asaltar la casa de don Antonio, de quien sa­ bia que habia recibido el importe de la venta de sús ranchos y su ga­ nado. Don Juan Manuel (no tenia ningún parentezco con el Goberna­ dor Escalante) era Notario y fue testigo de la operación.

El Gobernador, hombre amante de la Justicia, se sintió dentro de un dilema. Por una parte don Juan Manuel Escalante estaba em­ parentado con las mejores familias de Hermosillo y todo el mundo le estimaba; y por otra , estaba el jovencito Miguel Yañez, que se hizo justicia con su propia mano porque las autoridades jamás hubiesen sabido quién le dejó huérfano de padre y madre y en la pobreza.

Pasados unos dias, el Mandatario estatal reunió en su despacho a todos los parientes cercanos del difunto Escalante y alli en privado les informó de lo que habia sucedido cinco años atrás, y del despres­ tigio que sufrirían si la noticia se divulgaba.

Unos dias después, los parientes de don Juan Manuel regresaron al despacho del Gobernador y le propusieron lo siguiente: Que entre todos reunirían una cantidad elevada de dinero para que el joven Yañez comprara un rancho en Arizona y se fuese a vivir allá, con su tío y su primo; pero que las cosas no trascendiesen fuera de las per­ sonas que estaban reunidas.

Como la propuesta mereció la aprobación del Gobernador, los Escalante entregaron a don Espergencio $ 50,000.00, que en ese tiem­ po era una verdadera fortuna, y se fueron los Yañez a vivir a Arizo­ na, en el rancho que compraron.

Todo esto se hizo tan secretamente, que no trascendió al público. Y para evitar que el caballerango Cipriano Ochoa hiciese declara­ ciones que descubriesen el secreto de don Juan Manuel, se le aplicó la llamada «Ley Fuga” quince dias después de ser aprehendido.

El Gobernador don Antonio Escalante ocupaba ese puesto provi­ sionalmente en su carácter de Vice Gobernador en el Gobierno del Lie. Carlos Rodrigo Ortiz Retes, quien habia dimitido. No era un hombre muy culto, ciertamente, pero no carecía de un sentido muy práctico y humano. Se daba cuenta de que al aceptar lá propuesta de los parientes de don Juan Manuel, estaba salvando la vida de los Ya- ñez, pues aquéllos, siendo gente poderosa en lo económico y en lo po­ lítico, harían todo lo posible porque el asalto a la casa de don Anto­ nio Yañez continuase en el misterio; y hasta serían capaces de lle­ gar al homicidio ¿No es buena demostración para convencernos, lo que le paso al caballerango?.

Unos dias después de que el peso de la verdad cayó sobre la me­ moria del que habia tenido dos personalidades, el Sr. don Antonio Escalante entregó el Gobierno a don Cirilo Ramírez y éste, poste­ riormente, lo trasmitió a don Felizardo Torres para que terminara el bienio 1881-83. El señor Torres nombró Secretario de Gobierno al señor Ramón Corral, quien al transcurrir del tiempo llegaría a con­ vertirse en el gobernante sonorense más talentoso del siglo pasado; y su brillante carrera política le llevaría a ocupar la Vice Presiden­ cia de la República después de pasar como titular del Ministerio de Gobernación.

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