DOMINGO DE LEYENDA: EL CERRO DEL MUERTO (CUATRO CIÉNEGAS COAH)

25 febrero 2024
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Cuenta una antigua leyenda, que el buen Juan Diego, conducía a cuestas por la senda que va al pueblo, dos grandes fardos de rosas frescas y níveos nardos. Ya muy cansado se sentó a la vera del emparrado; abrevó en la linfa de los manantiales de “Romaguera”, comió uvas fragantes de la madura viña y, adormecido por la fatiga, sobre el buen Juan Diego, sus tenues velos tendió Morfeo.

Las ninfas que se crean en las claras linfas de “Romaguera”, hicieron diabluras a sus delicias a costa del indio bueno, que fuera elegido por la Guadalupana para que, por las estepas de nuestro suelo, llevara las frescas rosas que serían crisálidas maravillosas de un cuento, que al transformarse en seres tomarían la forma de las mujeres; y fueron las ninfas del cuento, las que hurtaron las alforjas al buen Juan Diego y desperdigaron por los viñedos y las praderas su contenido, con la pericia de un labriego fuera sembrando en el milagro de nuestro suelo.

De ahí nacieron nuestras mujeres, de alma grande y faz serena. Inigualadas, benditos seres que, en sus reclamos, son fieles y leales; en sus amores siempre abnegadas; sólo que como mujeres, afilan garras que semejan a los puñales con los que vengan afrentas si son burladas.

De las espinas de aquellas rosas y el redivivo germen de los parrones en amalgama, nació la estirpe de los varones de fama tan mexicana, porque caldea en ellos el alma brava, en su espíritu hay entereza que se reafirma con la lealtad, y en sus modales y en sus acciones, son generosos sus corazones que se inclinan por la piedad, pero en la contienda, se revelan como la pujanza de bravos leones; por eso Ciénegas de Carranza tiene prestigio de ser el pueblo de promisión; en sus entrañas se fertiliza la gloria de sus hazañas en los claros timbres de su historial; nobleza adentro y nobleza afuera, todo se funda en la lealtad y en su alma hay gran cariño que le inspira como oblación, legarlo todo si se lo pide, la paz bendita de la Nación.

Y el indio triste, el elegido, buscó los fardos que no encontró, y como un proscrito siguió vagando sin punto fijo; ascendió la cumbre de la montaña y desde la altura, quedó observando que florecían allá en los huertos, las bellas rosas de sus alforjas. Rendido por la fatiga, cumplida así su misión se sintió extenuado, aterido, yerto y, abandonándose en la cumbre de la montaña, petrificado quedó su cuerpo; entonces se obró el milagro y el cerro, que todos llaman allá en mi pueblo, CERRO DEL MUERTO.

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