DOMINGO DE LEYENDA: EL BARRIO DE SAN BENITO (Hermosillo Sonora)

1 diciembre 2024
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Se ignora desde cuando en México se empezó a llamar ‘‘Colonia” a un barrio de una ciudad; pero es de creerse que ésto em­ pezó en el Distrito Federal; y como mucha gente cree que es más elegante vivir en una colonia que en un barrio, aqui tienen ustedes y

nosotros que a nadie se le ocurre decir Colonia del Ranchito, o Colo­nia del Palo Verde, o Colonia de la Metalera. En cambio tampoco se dice Barrio de Villa Satélite, porque se considera de mal gusto nombrar «Barrio” (pobre) a una» Colonia” (rica), sin considerar que el lenguaje es el lenguaje y que debemos conservarlo como un patrimonio cultural.

Que lo anterior sirva de prefacio para hacer el relato de un suce­so en esta Ciudad de Hermosillo cuando aún era la Villa del Pitic; el lugar del escenario fue el Barrio de San Benito siendo todavía la Ha­cienda de San Benito. Esta colindaba con «El Choyal” que entonces no era un barrio como ahora; sino un rancho un poco más al norte. ¿Cómo han cambiado las cosas, verdad?

Hacia el año 1775 la Hacienda de San Benito era propiedad de don Fernando Iñigo Ruiz, hasta el mes de enero de 1794 en que la vendió al Capitán del Presidio del Pitic, don José de Tonna, quien construyó una casona al lado norte del Arroyo de San Benito, el cual tenia su cauce paralelamente a la actual Calle Colima en su tramo de la Calle General Piña a la Calle de la Reforma. Precisamente en el cruce de la Gral. Piña y la Colima habia un vado por donde pasa­ ban carros y jinetes. Alrededor del año 1927 se construyó un puente- cito para que los automóviles Ford Modelo «T” de esa época, que carecían de bomba de gasolina, pudiesen subir. Esos vehículos tenían el tanque de gasolina debajo del asiento del conductor y la gasolina corría al carburador solamente por gravedad; ello ocasionaba que cuando la parte delantera del automóvil quedaba más arriba que la trasera, el carburante no llegaba al motor y éste dejaba de fun­ cionar.

La casa del Capitán en parte era de ladrillo y en parte de adobe, pues este material es más resistente al calor agradable de nuestra ciudad.

Poco disfrute/ de su mansión el señor De Tonna. Un dia rodeado de su esposa y de sus hijos exhaló su último suspiro, quizá muy dis­ gustado porque abandonaba todo lo que puede hacer feliz a un mor­ tal: Una linda mujer, una hermosa casa y una hacienda con buen ga­ nado y huertas. El capitán escogió el momento menos oportuno para marcharse. Nadie quiso creer que pasó a mejor vida, porque la buena vida la tenia aquí.

Los vecinos nunca se pusieron de acuerdo para explicar la muerte del hacendado: Unos decían que fue causada por viejas he­ ridas que recibió en los combates contra los señores seris, de las cuales nunca sanó bien. Otros aseguraban que el dios de los seris hi­ zo que muriera, en venganza, cuando vislumbraba un porvenir de fe­licidad.
Después de mucho discutirse en los hogares, empezó a rumorar­

se que el espectro del Capitán de Tonna, montado en un brioso cor­ cel, se aparecía a un lado del arroyo, pues sucedió que el caballo pre­ ferido del militar fallecido murió el mismo día que su amo y fue en­ terrado en el arroyo, por orden de la afligida doña Rita, quien aún llorando se veía hermosa.

A la hora de los difuntos, o sean las doce de la noche –se decía-, el Capitán De Tonna, salia del arroyo montado en el también difunto

caballo, vistiendo su uniforme de gala, señalando hacia adelante co­ mo cuando guiaba a sus tropas contra los seris, o los pimas, o los ya­ quis levantiscos.

En una ocasión Juan Tule, pápago converso y mozo de la ha­ cienda, llegó a su casa histérico y con el corazón latiéndole a su má­ xima velocidad, jurando que acababa de ver a su amo, cuya cabal­ gadura no hacía ruido con sus pezuñas ni levantaba polvo al caminar, perdiéndose en el traspatio de la casona.

Varios dias Juan estuvo diarréico y a punto de seguir el camino

de su amo y su caballo; después todo el cuerpo y la cara se le pu­ sieron de color verde y fue necesario que le asistiera otro indio, cu­

randero, de quien se aseguraba que con sus yerbajos hacia cura­ ciones maravillosas; hoy se le hubiese considerado un científico de

la medicina herbolaria.
En ese tiempo, como ciento cuarenta años después, para ir del

Presidio del Pitic a lo que hoy comprende la Costa de Hermosillo, era necesario pasar por San Benito, pues fue hasta 1951 cuando se construyó la carretera por lo que ahora es la Calle Veracruz, siendo

el jefe de esta obra el-señor Ingeniero Oscar Pinto Luján.
A finales del siglo XVII y a principios del XVIII, el actual Barrio del Torreón era una hacienda muy productiva que ocupaba mucha

mano de obra. Además tenía huertas que producían duraznos, grana­ das, membrillos, uvas y, naturalmente, naranjas. Allí habia tam­ bién un cañaveral con cuyo producto hacían panocha. Sus propieta­ rios eran los hermanos Valencia: Antonio, José Simón, Tomás y Jo­ sefa. Esta familia era riquísima, tenia mucho ganado y era pro­ pietaria también de la Hacienda de Codórachi y de Cerro Pelón.

Como para trasladarse del Presidio de San Pedro de la Conquis­ ta del Pitic a la Hacienda del Torreón era necesario pasar por San Benito, los viadantes se abstenían de pasar de noche por allí temero­ sos de encontrarse frente a frente con el espectro del Capitán De T onna.

Después se difundió la noticia de que el Capitán De Tonna y su caballo eran almas en pena, porque aquél habia dejado un tesoro en­ terrado.

Estos hechos acontecían en la época de la Independencia, o sea en el año 1810. Y mientras en el centro del Pais, primero las tropas de Hidalgo, luego las de Morelos y después las de Vicente Guerrero en el sur, luchaban denodadamente por cambiar las estructuras po­ líticas y sociales, en lo que ahora és Sonora no hubo ningún levanta­ miento contra el Gobierno virreinal; por el contrario, aquí en el Pre­

sidio del Pitic se habia jurado obediencia al Soberano español.
En el mes de enero de 1811, doña Rita Mesa (escrito con “S”) viuda del Capitán José de Tonna vende la hacienda a don José María

Noriega. Por cierto que en poder de los descendientes de este señor permaneció esa posesión por más de cuarenta años, y aun la exten­ dieron hasta lo que hoy es el Barrio del Choyal.

A pesar de que la Hacienda de San Benito dejó de ser propiedad

de la familia De Tonna, el Capitán continuó espantando a los vecinos

y a los traseúntes; parece que los fantasmas no entienden ni respe­ tan la propiedad privada, ni les importa un rábano las leyes de este mundo.

Muchos moradores de San Benito creían que al cambiar de dueño la hacienda podrían vivir tranquilos sin tener que santiguarse todas las noches, ni tener que regar con agua bendita en sus hogares. Y lo peor era que no habia autoridad civil ni militar en donde acusar al fantasma por deambular por las tierras que ya no eran suyas.

Doña Rita y sus hijos fueron a radicarse a Valladolid (hoy More- lia), pero el tozudo difunto no se fue con su familia.

Se cuenta que un dia del año 1847, en plena intervención armada a nuestro país de los Estados Unidos, pasaba a caballo por San Beni­ to don Francisco Noriega, condueño de una huerta de ese lugar, cuando se dio cuenta de que a su lado derecho le acompañaba un mi­ litar de gallarda figura que montaba un hermoso corcel. El señor Noriega, hombre de mucho valor, al cerciorarse de que el caballo no hacia ruido al pisar, se enteró de que era el fantasma su acompañan­ te; entonces preguntó: “ ¿Es usted de este mundo o del otro? Pero la figura espectral, evidenciando su mala educación de militarote for­mado fuera de las academias, no respondió y desapareció en el tras­ corral de la casona.

Don Francisco Noriega (probablemente algunos de sus descen­ dientes viven en Hermosillo) era hijo de doña María Bitonga y de don Ambrosio Noriega, ya finado éste cuando aconteció lo que se acaba de relatar.

Unos años después, durante la Guerra de Tres Años o Guerra de Reforma y la Intervención francesa, la vieja casona de San Benito fue usada como cuartel, unas veces por los conservadores impe­ rialistas de Gándara y otras por los republicanos de Pesqueira; en la última ocasión allí estuvo acantonada una fracción de la tropa del General Angel Martínez, el jefe de los “macheteros”.

La ruina de la vieja casona del Capitán empezó después del triunfo de la República, al quedar completamente deshabitada, y fue el comienzo de su completa destrucción cuando los buscadores de tesoros supieron de las apariciones del espectro y que éste desa­ parecía en el traspatio.

Un dia dejaron de aparecerse el Capitán de Tonna y su caballo, coincidiendo esta fecha con la desaparición del lugar de un criollo

que se radicó en San Benito y de quien nadie sabia por qué llegó ni en que trabajaba; sólo se le conocía por “don Cleofas”. El vulgo difun­ dió la noticia de que este aventurero encontró el tesoro del señor De

Tonna y que, ambos, en forma distinta, pasaron a mejor vida.

El relato anterior es la leyenda del Barrio de San Benito, de nuestra ciudad de Hermosillo, que se ha transmitido de boca en bo­ ca y de generación en generación. Y aún cuando en nuestra época pocos creen en apariciones de ultratumba, no deja de ser interesante el conocer las leyendas de nuestro pueblo, porque al través de ellas conocemos mejor a las personas que en los siglos anteriores habita­ ron esta tierra nuestra y que, además, algunas forman parte de nuestros antecesores directos, de gente de nuestra propia sangre que ha mucho pasó a mejor vida.

 

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