Jane esperaba con ansias el inicio de la secundaria. Con 14 años, se abría todo un mundo de gente nueva y un montón de experiencias que tenía ganas de vivir. Había perdido a uno de sus padres hace poco y quería dejar atrás el duelo y la tristeza. Estaba tan emocionada que su tía le insistió en tomarse varias fotografías para recordar el primer día de clases. “No sabía que no iba a ser la última fotografía que me obligarían a tomarme durante ese año”, recuerda la chica. “No fue hasta finales de ese primer año que me sucedió algo que ninguna persona desearía que le pasara a sus hijos”, cuenta. “Ayudé a atrapar a un depredador escondido en internet”.
Una noche de aquel año, Jane Doe, el nombre ficticio que se da a las denunciantes en Estados Unidos para proteger su identidad, estaba en Snapchat y un tipo que no conocía empezó a escribirle. “Esa noche en particular me sentía… ¿Cuál es la palabra? ¿Confiada? ¿Atrevida?”, relata la joven, que para entonces ya tenía 15 años. Finalmente, se tumbó sobre la cama y se tomó una foto en brasier. Pensaba que ahí terminaría todo, sobre todo porque se trataba de un desconocido. A la noche siguiente, la misma persona le volvió a escribir: “Me vas a mandar más, ¿verdad?”. Jane le dijo que no, que era cosa de una sola vez. “No es una pregunta”, respondió él, cambiando el tono.
Ella dejó de contestar los mensajes, pero al cabo de una hora, el tipo le mandó exactamente la misma foto que ella le había enviado la noche anterior. Snapchat se hizo popular justo por lo contrario, porque las imágenes y las publicaciones que compartían los usuarios desaparecían al poco tiempo y avisaba cuando otras personas hacían capturas de pantalla para guardar esas fotos. El corazón de Jane empezó a latir muy fuerte. “Manda más o todo mundo verá esto”, le dijo. Ella cuenta que se sintió como si hubiera pisado arenas movedizas, como el principio de un lento descenso hacia una situación cada vez más angustiante. “En los meses que siguieron me convertí en su propiedad y hacía todo lo que me pedía por miedo”, afirma Jane, “cada día implicaba una larga lista de fotos e, incluso, videos que me pedía”.
Con el paso de los días, la lista se hacía más larga y las peticiones, más perversas. Entre más se resistía, él se enojaba y todo se volvía peor. Jane vuelve a la imagen de las arenas movedizas y asegura que después de un punto dejó de resistirse. Su venganza, en medio de todo eso, sería ganarse su confianza, hacer que bajara la guardia poco a poco y que empezara a dar detalles de quién era y dónde vivía. Lo supo después de cuatro meses, su acosador se llamaba Rubén Oswaldo Yeverino Rosales y vivía en Monterrey, en el norte de México, a unos 1.500 kilómetros de su casa en Arizona.
Yeverino usaba múltiples alias en internet. A veces se hacía llamar Martin Joseph, otras Ramsés Marín y casi siempre se escondía detrás de nombres de usuario llenos de letras y números. Era mayor de edad, tenía unos seis o siete años más que Jane. La denuncia de los tutores de la chica llegó en mayo de 2018, seis meses después del primer contacto que tuvo con ella y cuando el acoso llegó a tal punto que dejó de dormir, se empezó aislar de todos y se pasaba las noches en vela cumpliendo lo que se le ordenaba. Un mes más tarde, un análisis forense en el teléfono de Jane Doe 1 reveló que había enviado alrededor de 600 imágenes pornográficas a su acosador.
El hombre también la obligaba a hacer llamadas por Skype, que siempre incluían actos sexuales contra su voluntad. Yeverino, sin embargo, llegó a mostrar su cara durante las sesiones y Jane pudo identificarlo a partir de imágenes obtenidas por las autoridades de perfiles de redes sociales y documentos migratorios. Tras verificar su identidad, los agentes lograron una orden para revisar diferentes cuentas digitales del acosador. Su dirección de Hotmail confirmó el rastro de amenazas por correo que envió a Jane y cómo mandó una de las imágenes a uno de sus compañeros de escuela. Su usuario de Skype sacó a la luz la larga lista de instrucciones para su víctima. Su perfil de Instagram y de Snapchat los hizo ver que se trataba de un depredador sexual: Jane no había sido la única. El curso de las investigaciones desembocó en más de un centenar de víctimas en todo el mundo.
La sextorsión consiste en obtener imágenes íntimas de las víctimas bajo la amenaza de hacerlas públicas. Es un delito sexual cada vez más común en internet, donde las fronteras de los países se difuminan y el brazo de la ley tiene problemas para llegar. Las adolescentes y las mujeres jóvenes son los blancos recurrentes, con depredadores que buscan víctimas en otro limbo: en el inicio de su desarrollo físico y en el proceso de descubrir su sexualidad, entre la curiosidad, el tabú y la vergüenza. Tania Ramírez, directora ejecutiva de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim), explica que muchas veces comienza en el contexto del sexting, una práctica legítima si está consensuada entre adultos, que va degenerando en coerción, acoso y la falsa idea de que las víctimas son las culpables, que ellas decidieron exponerse en primer lugar.
Es un acto de violencia sexual y machista. Ramírez dice que hay dos tipos de motivaciones principales entre quienes la ejercen. Por un lado, está el dinero, muchas de las fotografías obtenidas se venden en sitios de pornografía infantil. “Estas imágenes se pagan y se pagan muy caro”, dice la especialista. Por el otro, está el poder, la sensación de dominar, anular la voluntad del otro y disponer del cuerpo de alguien más. “Ese es el logro perverso de esta actividad criminal, anula completamente a las víctimas, a estas niñas”, señala. En México, hay alrededor de 400.000 reportes de denuncias al año por pornografía infantil
, según estimaciones de organizaciones civiles, y la extorsión sexual fue el delito digital más frecuente en el país durante la pandemia, de acuerdo con la plataforma de denuncias del Consejo Ciudadano para la Seguridad y la Justicia.
El caso en Arizona abrió la caja de pandora. Y eventualmente decenas de denunciantes pudieron identificar a Yeverino como su agresor. Se abrieron cinco expedientes simultáneos en otras partes de Estados Unidos y se pudo rastrear su historial delictivo desde 2015. Jane Doe 2, de California, sufrió acoso desde los 13 años y los abusos de un hombre al que solo conocía como Rubénse extendieron durante dos años y medio. El sextorsionador usó múltiples plataformas digitales para enviar las imágenes a sus compañeros de clase. Cuando se enteró de que él había dado su teléfono a otro hombre, la muchacha intentó suicidarse.
Jane Doe 3, de Carolina del Sur, tenía 12 años cuando empezó todo. Rubén envió sus imágenes íntimas a amigos y familiares, después de que sus padres se enteraran de que la estaban chantajeando. Jane Doe 12, de Carolina del Norte, pagó 500 dólares en Bitcoin para detener el acoso, Rubén había usado el perfil falso de una mujer. Jane Doe 14, de Misuri, envió 80 fotos explícitas a Rubén, que le compartió una lista de otras chicas que había acosado como amenaza. Jane Doe 60, de Oklahoma, descubrió a partir de las investigaciones que sus imágenes y videos habían sido colgados en una página pornográfica de la deep web o el internet profundo, donde aflora el anonimato, el contenido explícito y material asociado al crimen organizado. La pista vino de las autoridades de Australia. Yeverino usó múltiples perfiles en múltiples redes sociales, como Facebook, Instagram, Kik, Snapchat, Skype o plataformas de correo electrónico. A menudo, pedía a las víctimas que abrieran otras cuentas por él.
El caso de Jane Doe 1 permitió que la imagen de Rubén se aclarara hasta dar con Rubén Yeverino Rosales. En 2019, el depredador fue detenido en un operativo en Monterrey y extraditado a Estados Unidos. Los agentes tenían una orden de allanamiento para hacerse con su computadora y su teléfono. Las autoridades encontraron 3.278 imágenes y videos de Jane Doe 1, 375 archivos de Jane Doe 2, 398 de Jane Doe 3, 188 de Jane Doe 12, 226 de Jane Doe 14 y tres de Jane Doe 33, también de Arizona. Otras 4.638 fotos y grabaciones de Jane Doe 60 fueron halladas. En el tráfico de imágenes explícitas se premia que las fotos sean inéditas y Yeverino obligaba a las chicas a repetir las poses una y otra vez hasta que salieran como él quería. Una vez que empiezan a circular, erradicarlas de la web es prácticamente imposible.
De las más de 100 víctimas, unas 80 fueron identificadas. No se ha hecho público el número exacto de personas afectadas ni sus nacionalidades. “He tenido que tomar medicamentos durante seis años para la ansiedad y la depresión”, cuenta Jane Doe 33. “Estoy mejor, tengo que ponerlo entre comillas porque decir que he superado el trauma sería una mentira”, dice, por su parte, Jane Doe 12. “He intentado suicidarme cuatro veces”, resume Jane Doe 60, en una carta de impacto emocional entregado a la corte.
El informe psiquiátrico de Yeverino detectó rasgos de esquizofrenia y una incapacidad de empatizar y dimensionar el daño de sus crímenes. En internet era avasallador. En la vida real, un hombre inseguro que arrastró las secuelas de una infancia traumática, con un padre controlador y que solo había tenido contadas experiencias sexuales con algunas primas. La información fue proporcionada por sus propios abogados, que firmaron un acuerdo con la Fiscalía en diciembre y buscaban una pena reducida de 25 años de cárcel. La semana pasada, el juez lo condenó a 34 por producción de pornografía infantil y ciberacoso, y ha ordenado que sea inscrito de por vida en el registro agresores sexuales. La confesión de culpabilidad, sin embargo, evita que vuelva a ser llevado a juicio por lo que hizo al resto de las víctimas.
“Casos como este demuestran la necesidad de una educación sexual integral”, afirma Ramírez. Son crímenes que interpelan a los padres, a los Estados, al negocio multimillonario de las redes sociales y si se hace lo suficiente para proteger a sus usuarios más jóvenes. Meta —el gigante detrás de Facebook, Instagram y Whatsapp—, eliminó en el último año más de 106 millones de publicaciones con contenido sexual de niños que exponían a las infancias a redes de explotación, según la página de transparencia de la compañía. “Lo más importante es siempre creerles a los niños y niñas, hacerles saber que no están solos”, dice la especialista. “Los padres deben acompañarlos, robustecer su ciudadanía digital y abrir un canal de comunicación para hablar de esto”, agrega.
“Algunas de las chicas que acosó no buscaron ayuda y las que si lo hicieron fueron ignoradas, nadie sabía quién era este tipo. Hasta ahora”, escribe Jane Doe 1. De no ser por su denuncia, decenas de casos hubieran terminado en un callejón sin salida: buscando a oscuras a quien solo conocían como Rubén. Ha sido una victoria pírrica. “Aunque está tras las rejas, todavía me llegan mensajes a diario de perfiles que fingen ser yo y que venden mis fotografías”, dice la joven, “lo que me sucedió me perseguirá por siempre”. Jane se consuela con que todo lo que pasó sirvió para atrapar a su acosador y conseguir algo de justicia para ella y más de un centenar de víctimas.
Información de: El País