Gabriel Boric, rápido y barato
Existe un adagio entre los emprendedores que perfectamente se puede aplicar a lo sucedido recientemente en la política chilena: “Equivocarse rápido y barato”. En otras palabras, es mejor errar cuando el proyecto apenas inicia y los recursos invertidos son pocos, a meter la pata en un negocio consolidado o en plena expansión.
El contundente rechazo a la nueva Constitución propuesta por el presidente Gabriel Boric lo patentiza: a menos de seis meses de haber asumido la presidencia, el mandatario chileno lanzó una campaña tímida y confusa a favor del “Apruebo”. Tal vez haya sido el izquierdista Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, quien resumió con mayor precisión las causas del tropiezo político de su colega: “Faltó un liderazgo firme, claro, creíble, con apoyo popular, que se pusiera al frente del texto constitucional”.
Como era de esperarse, la compleja iniciativa oficial de 388 artículos resultó blanco fácil para las campañas encabezadas por los movimientos de centro y derecha a favor del “Rechazo”, cuyos dardos iban cargados, en opinión de algunos analistas, con el veneno del miedo y las fake news. No obstante, a decir verdad, nadie se esperaba un resultado con tan amplio margen: el 61.88% de los chilenos que acudieron a las urnas dijeron no a la nueva Constitución.
Quienes dudan de las capacidades de Gabriel Boric para concertar y pactar con otras fuerzas políticas, consideraron que el régimen de izquierda falló en la integración de un texto constitucional que entusiasmara a las mayorías.
Fue evidente que los votantes, más a allá de la propaganda en contra del nuevo ordenamiento legal, no se sintieron representados en la Convención Constitucional, ni encontraron en el texto los preceptos democráticos a los que aspira el pueblo chileno después de la Constitución heredada del pinochetismo.
En pocos meses, Gabriel Boric ha ejercido el poder de forma anestesiante en la mayoría de los ámbitos de su Gobierno, al grado de llegar al plebiscito con un anémico 38% de aprobación.
Tal vez sea la arrogancia que lo atrapó desde su histórico triunfo. Quizás los vacíos propios de la edad le han impedido distinguir entre la inmediatez y el horizonte.
Afortunadamente para Boric, el fracaso llegó en los primeros meses de su Gobierno, cuando aún es posible ratificar. El categórico rechazó a su propuesta deberá servir como una lección para no cometer nuevos errores, producto del narcisismo que también caracterizó, salvando las circunstancias históricas, a Salvador Allende, cuya resistencia para concertar con las fuerzas del centro y la derecha chilena, lo llevó incluso hasta su propia muerte. Un ejercicio engreído del poder, que sembró división.
Ante el masivo rechazo a la nueva Constitución, el presidente chileno tomó dos decisiones para el control de la crisis que, desde mi punto de vista, son una ganga en términos del costo político: reformar el gabinete para dar entrada a grupos políticos relegados al inicio de su administración, y anunciar la apertura al diálogo y el acuerdo para conformar un texto constitucional aprobado por las mayorías.
Si el costo que pagó Gabriel Boric por su equivocación fue el cambio de ministros, así como integrar a la Convención Constitucional a grupos y movimientos excluidos en el primer intento, entonces el traspié plebiscitario le salió regalado.
El más joven de los mandatarios de América tendrá una nueva oportunidad para encabezar una visión apegada al pensamiento de las mayorías.
Con este desafío, para no tropezar con la misma piedra, lo que Gabriel Boric deberá tener claro es que, desde el triunfo del “No” que dio fin al régimen militar, los chilenos simpatizan cada vez más con aquellos políticos y líderes que cultivan el diálogo y están dispuestos a concertar y construir acuerdos con los opositores.
Al mismo tiempo, el mandatario deberá asimilar que el desorden, la improvisación, el aislamiento y la arrogancia son prácticas extintas en Chile incluso antes del arribo al poder de la Junta Militar.
Por lo tanto, desde mi punto de vista, lo que sucedió en el plebiscito no fue el rechazo a una nueva Constitución, sino una nutrida manifestación en contra de un modelo caduco, nostálgico, pero infructuoso para borrar la herencia militar y llevar a Chile a la cumbre del desarrollo democrático en América Latina.