La desigualdad mata a los pobres y enriquece a los ricos
Tengo la impresión de que algunos Gobiernos intentan olvidar la pandemia y sus efectos en la economía. Como si una vez vacunada a la población adulta y liberadas las actividades económicas, el papel de las autoridades en la atención de la crisis hubiese concluido con éxito.
La realidad, sin embargo, impone nuevas exigencias de política pública a la luz de las grietas sociales que dejó e hizo crecer la pandemia.
No es necesario escudriñar demasiado en las cifras económicas y sociales para darnos cuenta de que la intervención gubernamental está lejos de haber concluido satisfactoriamente. Basta con echar un vistazo a los hallazgos presentados por Oxfam en su informe de 2022 “Las desigualdades matan”, para descubrir que una nueva pandemia se expande por el mundo, esta vez transformada en desigualdad y pobreza, sin que exista vacuna que la contenga.
Bajo el lema “La igualdad es el futuro”, Oxfam, un movimiento internacional integrado por organizaciones de la sociedad civil, se ha convertido en la conciencia social que incomoda a las grandes potencias capitalistas y a los multimillonarios del planeta. De ahí que los resultados de sus investigaciones llaman a actuar a los Gobiernos en contra de la desigualdad extrema, la pobreza, el hambre y la exclusión.
En este informe, la desigualdad se presenta como causa y efecto. Por una parte, el acceso desigual a las vacunas y a los servicios médicos de calidad se mezclaron con la escasez de recursos para doblar las posibilidades de morir a causa de la COVID-19 en las personas que habitan en países de renta baja y media, en comparación con aquellas de naciones ricas.
Por si fuera poco, en el documento se destaca que estas, junto a otras grietas sociales, como la violencia de género, el hambre y los efectos desiguales del cambio climático, contribuyen al fallecimiento de 21, 300 personas por día. Lo que equivale a contabilizar una muerte cada 4 segundos. La desigualdad es fatal en los países pobres.
En el extremo, el mundo de los ricos luce pletórico y abundante, especialmente después de la crisis. Oxfam ofrece un ejemplo increíble y a la vez preocupante: “Solo con las ganancias que Bezos (dueño de Amazon) ha amasado desde que comenzara la pandemia se podría vacunar a toda la población mundial”.
¿Quiénes son los propietarios de aquellos bienes y servicios más socorridos y encarecidos durante la pandemia, pensemos en vacunas, atención médica, equipo de cómputo y celulares, redes sociales, plataformas informáticas y de comercio electrónico, telefonía e Internet, etcétera? Acertó usted: los más ricos del planeta.
Por ello, nos revela el movimiento de la sociedad civil, el efecto más predecible de la pandemia fue el incremento de la desigualdad: “Los diez hombres más ricos del mundo han duplicado su fortuna, mientras que los ingresos del 99 % de la población mundial se habrían deteriorado a causa de la COVID-19”.
La riqueza de la “élite”, como se les identifica en el informe a los millonarios, creció más durante la crisis sanitaria que en los últimos 14 años, mismo en los que ya habían disfrutado de una época de bonanza económica.
En tanto, el número de personas que cayeron en condición de pobreza se incrementó en 160 millones. Cifra que coincide con la presentada por la ONU en el informe “El mundo retrocede en la tarea de acabar con el hambre”, estimando en 150 millones el aumento de la población que sufre de hambre desde que comenzó la pandemia.
La conclusión a la que llega Oxfam es simple, práctica y urgente. No es una cuestión de dinero. La riqueza abunda, pero se encuentra concentrada en pocas manos.
En consecuencia, la intervención de Gobiernos eficaces y, desde mi punto de vista, comprometidos frente a los efectos de la pandemia, podría significar la diferencia para revertir las grietas sociales.
Una reforma fiscal progresiva, por ejemplo, reorientaría la riqueza para que las desigualdades dejen de matar a los más pobres.