La creación en un bosón de Higgs
Uno de los términos más fascinantes en el ámbito de la ciencia es la denominada ‘partícula de Dios’. Su mera expresión es un poderoso imán para científicos y aficionados ansiosos por desentrañar los misterios detrás del origen del universo.
Esta idea despertó un gran interés por la ciencia, similar a la legendaria manzana de la gravedad de Isaac Newton o el reloj relativista de Albert Einstein. Así como la «Fotografía 51», que llevó a James Watson y Francis Crick a ampliar su comprensión del ADN o las observaciones astronómicas que guiaron a Georges Lemaître en el desarrollo de la teoría del Big Bang.
Desde la confirmación empírica de la ‘partícula de Dios’ en 2012, gracias al notable logro tecnológico del Gran Colisionador de Hadrones en Suiza, esta renombrada partícula ha cautivado al público y ha llenado las páginas de revistas y periódicos de divulgación científica. Esto constituye un medio excepcional para explicar la complejidad de la física de partículas.
Para honrar al recientemente fallecido Peter W. Higgs, conviene tomarse un momento para explorar el tema al que dedicó su vida. Durante la década de 1960, Higgs revolucionó el campo al presentar una hipótesis trascendental sobre la presencia de una partícula subatómica responsable de la transformación de energía en materia. Esta revelación fue similar a tropezar con el Santo Grial de la física de partículas.
El planteamiento científico del físico británico, ahora denominado mecanismo o bosón de Higgs, fue bautizado más tarde como la ‘partícula de Dios’ por parte del premio Nobel de Física Leon M. Lederman.
La naturaleza cautivadora tanto del bosón de Higgs como de esta partícula subatómica, al grado de compararla con las teorías de Lemaître y Einstein, radica en su potencial para abordar una de las investigaciones científicas más importantes de nuestra era: el origen y la composición del universo.
Según la teoría del Big Bang, el universo se originó a partir de un minúsculo punto que aprisionaba una energía ilimitada. Hace aproximadamente 13.800 millones de años, esta singularidad explotó, liberando partículas sin masa que aparentemente desafiaron la lógica al sufrir una “milagrosa” transformación en materia.
La notable aparición de este fenómeno condujo a la creación de todo lo que nos resulta familiar: estrellas, planetas y galaxias, así como la existencia misma de la humanidad. Esto nos lleva a reflexionar: ¿cuál fue la fuerza impulsora detrás de este extraordinario acontecimiento? ¿Es posible que una entidad divina fuera responsable de la creación del universo?
Peter Higgs expresó su descontento y objetó la asociación entre su planteamiento científico y la noción de un “Creador”. Pensaba que el término ‘partícula de Dios’ combinaba dos conceptos incompatibles: teología y ciencia.
En realidad, la evidencia demostró que ciertas partículas tienen la propiedad de atraer partículas vecinas, lo que crea la masa a través del mecanismo de Higgs. Ocurre entonces el “milagro”: innumerables bosones de Higgs atraviesan la extensión del espacio, desatando una fuerza creativa que recuerda a la narrativa bíblica de la creación. Por eso, esta partícula se nombra utilizando un término divino.
Fueron necesarias décadas de avances tecnológicos para confirmar experimentalmente el bosón de Higgs y el origen de la masa en las partículas. Gracias a ello, Peter W. Higgs recibió el Premio Nobel de Física de 2013.
Quizás en este momento Higgs discuta su teoría con el “Creador”. Después de todo, ¿de qué otra manera se podría explicar la existencia de algo anterior al Big Bang sin involucrar a Dios?