AVISO DE CURVA Rubén Olvera

3 febrero 2023
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En defensa de la democracia

Como en la mayoría de los aspectos de la vida pública de nuestro país, los políticos tienen opiniones encontradas respecto a la situación de la democracia.  Mientras que algunos perciben señales de autoritarismo, otros consideran que las instituciones que han forjado al sistema democrático dejaron de servir. 

Ambas posiciones, desde mi punto de vista, son extremas. Se contraponen a la realidad de un país reconocido por sus avances democráticos. 

Considero que la confrontación, las movilizaciones en defensa de las instituciones electorales e incluso las intervenciones del presidente asediando a la oposición, son claros signos de que la democracia mexicana goza de buena salud. Lo que sucede es que las fuerzas políticas se encuentran dentro del juego democrático.

Los diferendos entre los políticos son un reflejo de la lucha por el poder con miras al 2024. Desafortunadamente, en esta ocasión, el nudo se ha formado en torno a las discusiones de la reforma electoral, situando a las autoridades electorales justo en medio del conflicto.

El problema se presenta cuando la mayoría de los planteamientos defienden intereses, no ideas políticas que busquen consolidar la democracia. Por ello, es de llamar la atención que se ponga en tela de juicio la actuación del INE que, junto al Ejército y la Marina, destaca como una de las instituciones con los más altos niveles de aprobación y confianza ciudadana, incluso por arriba de las autoridades gubernamentales, legisladores y partidos políticos. 

En un país en donde la desconfianza hacia las instituciones y las autoridades es endémica, tendría mayor sentido fortalecer, no desarticular, a los organismos garantes de la democracia, la seguridad y los derechos humanos.  

De la otra parte, también brotan discursos sin sentido. Con el afán de ganar puntos en las preferencias, se ventilan comentarios extremos respecto a la autoridad presidencial. Se le dibuja como una figura autoritaria. Nada más alejado de la realidad. El desarrollo democrático de México ha logrado acotar, inclusive eliminar por completo, las facultades metaconstitucionales que ostentaba el presiente. 

Es común que el poder trate de imponer sus ideas, esa es su naturaleza. Pero de que lo intente a que lo logre hay una gran diferencia. Los rasgos autoritarios se encontrarían con obstáculos democráticos difíciles de superar. Cualquier iniciativa que se pretenda impulsar, aun cuando se imponga la mayoría, tendría que procesarse en el marco de la pluralidad y el juego democrático. “Ya no es lo mismo”, se escucha por ahí.  

Con sus vaivenes, la división y distribución territorial del poder son una realidad en el país. La ciudadanía también se muestra cada vez más activa políticamente. Hoy en día, existe plena libertad para organizarse en torno a movimientos antagónicos al poder. 

Asimismo, los medios de comunicación, principalmente la prensa escrita en la pluma de periodistas de investigación y columnistas, han logrado posicionarse como auténticas claraboyas que muestran las entrañas del gobierno.  

Pese a todo, el alboroto político empuja a la opinión pública hacia un torbellino de confusión y desencanto. Por momentos, al calor de la batalla, queda la impresión de que el desarrollo democrático de México se ha estancado o ha entrado en crisis. 

Insisto, nada más desconectado de la realidad. Desde hace décadas somos testigos de un constante afianzamiento de la democracia. El fortalecimiento de las instituciones, así como el crecimiento de la participación ciudadana, son claros ejemplos de ello.

La democracia mexicana se encuentra lejos de ser perfecta, pero liquidar los logros alcanzados traería de vuelta algunos fenómenos que se creían extintos: apatía ciudadana, rasgos autoritarios y sospecha en las instituciones electorales.  

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