Más de 200.000 muertos, millones de desplazados y el barco encallado que se convirtió en arca de Noé: el tsunami que golpeó al mundo

26 diciembre 2025
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El 26 de diciembre de 2004, un violento terremoto en el lecho del océano Índico produjo un maremoto que afectó las costas de 14 países y dejó un saldo de más de 228.000 muertos. La ausencia de sistemas de alerta potenció el desastre natural. El “milagro” del barco que quedó atrapado en el techo de una casa de un pueblo y salvó las vidas de 59 personas.

La furia de la naturaleza, como suele decirse, se desató en las entrañas de la Tierra exactamente a las 7.58 de la mañana (hora de Indonesia) del 26 de diciembre de 2004, cuando un poderoso terremoto de magnitud 9,1 sacudió el lecho marino a una profundidad de 30 kilómetros y con epicentro unos 120 kilómetros al oeste de la isla de Sumatra. Fue un sacudón fenomenal, el tercero en potencia de todos los registrados, solo por detrás de los sismos de Valdivia, en Chile, de 1960, de magnitud 9,5, y el terremoto del Viernes Santo ocurrido en Alaska en 1964, que alcanzó una magnitud de 9,2. En apenas unos segundos liberó una energía equivalente a la de 23.000 bombas atómicas como la que destruyó Nagasaki en agosto de 1945. A este primer terremoto le siguieron durante varias horas y días numerosas réplicas, algunas de una magnitud de hasta 6,1. En términos de extensión geográfica y geológica el terremoto fue monstruoso. Se estima que 1.600 kilómetros de superficie de falla en el lecho del océano Índico se deslizaron en dos fases unos 15 metros a lo largo de la zona de subducción entre las placas tectónicas de la India y de Birmania.

El sismo inicial provocó a su vez un maremoto con olas que en aguas abiertas se movieron a velocidades que iban de los 500 a los 800 kilómetros por hora y que llegaron a las costas de 14 países, en algunos de los cuales avanzaron sobre la tierra con una altura de 24 a 30 metros. Veinte minutos después del terremoto, el tsunami llegó con olas de 30 metros a la costa de Banda Aceh, en Indonesia, donde en pocos minutos acabó con las vidas de unas 170.000 personas y destruyó todo a su paso. Poco antes de las 9.30, las olas mortales golpearon las playas del sur de Tailandia, donde murieron 5.400 personas; también arrasaron el extremo sur de Myanmar, donde murieron otras 61.

La fuerza letal del agua siguió su camino hasta Sri Lanka, donde las olas invadieron las costas del noreste y de todo el extremo sur del país. Allí los muertos fueron unos 30.000. Casi al mismo tiempo, devastaron la costa este de la India, donde murieron más de 16.000 personas. A la una de la tarde el oleaje del tsunami llegó al archipiélago de las Maldivas, donde inundó dos tercios de la capital y la mayoría de sus 1.192 islotes. A media tarde el agua golpeó la costa este de África, donde hubo más de 300 muertos en Somalia, Tanzania y Kenia. Las últimas fuerzas del tsunami se registraron en Isla Mauricio, Sudáfrica, y hasta en la Antártida, aunque sin causar víctimas.

En total, esa cadena de desastres dejó un saldo de cerca de 228.000 muertos o desaparecidos, obligó al desplazamiento de casi dos millones de personas y produjo desastres medioambientales, como el envenenamiento de acuíferos de agua dulce y de miles de hectáreas de tierras fértiles por la infiltración del agua de mar. No hay registro en la historia de la humanidad de otro fenómeno telúrico de esa magnitud, ni por su potencia ni por sus efectos destructivos.

Muertes por falta de aviso

El costo en vidas humanas provocado por el tsunami se vio potenciado por la falta de vigilancia de este tipo de fenómenos en el océano Índico. En el Pacífico, por ejemplo, existen sistemas de gestión internacional que miden los niveles de agua y hacen sonar la alarma cuando se detectan anomalías, lo que da tiempo a las autoridades para evacuar las zonas costeras ante la proximidad de un tsunami. Ante ese tipo de alertas, por ejemplo, en Japón los estudiantes se someten regularmente a simulacros de evacuación por tsunamis y los edificios se construyen para resistir los terremotos que los preceden. Eso ha salvado millares de vidas en las últimas décadas.

En cambio, en el Índico no existía en 2004 —ni se ha creado aún— un sistema similar para proteger las vidas de los 1.500 millones de personas que habitan las ciudades y pueblos costeros. Eso se debe a que, a diferencia de lo que ocurre en el Pacífico, los tsunamis no son un fenómeno habitual en el Índico. Entre 1852 y 2002, sólo siete de los cincuenta tsunamis registrados allí provocaron la pérdida de vidas y el total de víctimas durante este período de 150 años no alcanza a las 50.000, es decir, menos de la cuarta parte de las que se cobraron las olas gigantes del 26 de diciembre de 2004.

La magnitud de ese último gran tsunami en el Índico puso en evidencia la necesidad de proteger también todos los mares del planeta. “El desastroso tsunami puso de relieve la realidad de que las catástrofes por estos eventos también ocurren fuera del Pacífico y creó conciencia y motivación a nivel mundial para establecer sistemas de alerta y mitigación en todo el mundo, con el fin de garantizar que una tragedia como esta no vuelva a repetirse”, señala un informe de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos.

El desastre ambiental

La letalidad del tsunami fue el dato casi excluyente durante los primeros días, junto con las increíbles historias relatadas por los sobrevivientes, pero las consecuencias del desastre se extendieron mucho más allá. Cuando ya han pasado más de dos décadas, muchas de las regiones afectadas no han podido recuperarse de los daños medioambientales producidos por la invasión de las aguas marinas sobre las costas. Entre los más graves se destaca el envenenamiento de no pocos acuíferos de agua dulce que fueron infiltrados por el agua salada. También se perdieron miles de hectáreas de tierras de cultivo, debido a que la inundación depositó una capa de sal sobre ellas y las dejó inviables para la siembra.

Un capítulo aparte fue la diseminación de desechos sólidos y líquidos, y de productos químicos de uso industrial, que contaminaron las tierras, y la destrucción en las ciudades afectadas del sistema de alcantarillado y de tratamiento de aguas residuales, con sus consiguientes efectos para la salud de las personas, animales, vegetales e, incluso, microorganismos.

Un informe del Banco Mundial estimó el costo de los daños materiales en 14.000 millones de dólares. En ese aspecto, los países más golpeados fueron Indonesia, con pérdidas de 4.500 millones, y Tailandia, con unos 2.000 millones de dólares. La comunidad internacional aportó un total de 13.500 millones de la moneda estadounidense para atender a las comunidades dañadas por el tsunami. También se sumaron donantes individuales como el campeón de Fórmula 1 Michael Schumacher, que aportó 7.500.000 dólares, o el magnate Bill Gates, que destinó tres millones para asistir a las víctimas de la catástrofe.

El milagro del barco

Desde hace 21 años, el pequeño pueblo indonesio de Lampulo tiene una atracción que, además de constituir un mudo testimonio del desastre, cuenta la historia de un milagro. Al llegar allí, los turistas que hacen lo que hoy se conoce como “la ruta del tsunami” se topan con una escena extraña: la de un barco pesquero incrustado sobre el techo de dos casas. Hay carteles que anuncian “Kapal di atas rumah”, que significa “el barco encima de la casa”, y una placa que relata cómo esa embarcación que una ola gigante hizo aterrizar allí se convirtió en una suerte de arca de Noé en la que salvaron sus vidas 59 personas durante el tsunami más devastador y mortífero de la historia.

Uno de esos sobrevivientes es Fauziah Basyariah, que suele relatar su experiencia a quienes visitan su comercio de venta de pescado. “Si no hubiera sido por ese barco, todos nos habríamos ahogado porque ninguno de nosotros sabía nadar”, cuenta siempre, señalando al barco incrustado en el techo. Estaba sola con sus cinco hijos cuando, después del terremoto, en el pueblo la gente empezó a gritar que venía una ola gigante. Su reacción fue buscar refugio en una casa de dos pisos, la más alta que tenía cerca. Apenas habían llegado a la segunda planta cuando vio venir la primera ola. “Pasó menos de un minuto antes de que nos alcanzara el agua. La primera ola era muy negra, no sabíamos si era petróleo o agua”, recuerda.

La segunda ola, mucho más alta, inundó el lugar donde estaban y la mujer y sus cinco hijos quedaron flotando con el agua hasta el cuello y las cabezas casi rozando el techo. Fauziah vio entonces como un barco venía flotando a la deriva y quedaba atorado sobre la casa. El hijo mayor de Fauziah, un chico de 14 años, pudo hacer un agujero en el techo por el cual salieron y se treparon al pesquero salvador. Otras personas llegaron nadando hasta el barco hasta sumar 59, todas salvadas por ese pequeño milagro del pesquero convertido en Arca de Noé.

Información de. Infobae

https://www.infobae.com/historias/2025/12/26/mas-de-200000-muertos-millones-de-desplazados-y-el-barco-encallado-que-se-convirtio-en-arca-de-noe-el-tsunami-que-golpeo-al-mundo/

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