DOMINGO DE LEYENDA. LA LLAVE. (Sonora)

13 abril 2025
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Esto que parece un cuento del medievo e influido por la supersti­ción, es en realidad un relato verídico que aún está latente después de más de ochenta y cinco años. ¿Quiénes de nosotros no hemos sido testigos de sucesos inexplicables que el pensamiento más lúcido no puede negar que en ello hay algo que está fuera de su comprensión? Quizá algún dia la parapsicología nos dé una explicación valedera que nos deje satisfechos.

Sin embargo, habrán de pasar muchas generaciones antes de que alguien explique, científicamente, un suceso que hoy como ayer, lle­ ga a los linderos del misterio, en el que mi padre participó y que. em­ pero. nunca supo su desenlace. Hoy. todavía llena de inquietud a la quinta generación constituida por mis nietos.

Ese fenómeno parapsicológico -digásmosle asi- tuvo lugar en el año 1898; lo recuerdo muy bien cuando de labios de mi padre es­ cuché su principio y vi con mis ojos su final en la época de mi adoles­ cencia.

Más para que las personas ajenas a este hecho comprendan bien ese suceso aún inexplicable, será menester que dentro de este relato que pretende ser coherente, se mencionen una serie de circunstan­ cias que mediaron y que parece que propiciaron lo que sigue siendo incomprensible:

Mi abuelo, un comerciante próspero, habia sido durante toda su vida un hombre vigoroso, sano de cuerpo y espíritu, descendiente de sefarditas, quien contaba con más de cuarenta años de edad cuando casó.

Sabido es que el matrimonio de un hombre de edad provecta, con experiencia, le permite imponer en su hogar una disciplina y una crianza para sus hijos de acuerdo con las mismas rígidas costumbres de su época. Ese fue el caso de mi antepasado; sus hijos re­cibirán su misma educación familiar.

En aquellos tiempos, los noventas del siglo pasado, nuestro Es­ tado no tenia comunicación buena con el centro de la Nación; sólo por mar, por el Puerto de Guaymas. ya que el Ferrocarril Sud Paci­ fico de México comunicó con Guadalajara hasta 1927. Por tanto, no teniendo los sonorenses de ayer buenas comunicaciones con sus compatriotas del sur, los nativos de esta tierra bañada por el sol eran diferentes en sus costumbres a los de allá, ya que tenían su pro­ pia idiosincracia, sin ser. naturalmente, menos mexicanos.

Además esa falta de comunicaciones hacia el sur obligaba a los jóvenes que deseaban alcanzar altos estudios, a concurrir a cole­ gios norteamericanos. Por ello mi padre y mis tios. como mi abuelo, hubieron de ir al norte a estudiar.

Fué asi como, encontrándose mi futuro progenitor en la ciudad de San Francisco de California, se le envió un mensaje en el que se le participaba que su padre habia sufrido un inesperado ataque al co­ razón; más el hijo estaba en cama victima de la fiebre causada por la pulmonía. Como las autoridades médicas recomendaron que no se entregase al enfermo ninguna mala noticia, el joven estudiante igno­ró que su padre esa noche falleció al sobrevenirle un segundo ataque cardiaco.

A los dos dias el enfermo de fiebre recuperó el conocimiento y lo primero que dijo a unos acongojados parientes que estaban al lado de su lecho, fue:

•-¡Qué raro! desde hace dos noches he estado soñando que mi padre me dice:

“Hijo, no olvides que en uno de los bolsillos de mi saco he guar­ dado la llave”. Ignoro a qué llave se refer¡a„.

El abuelo fue sepultado en el cementerio viejo que estaba ubica­ do en los predios que ocuparon la Jefatura de Policía y ocupan la Comisión Federal de Electricidad y Salubridad, o sean las calles Nuevo León, al sur; Matamoros, al oeste; Juárez, al este y Zacate­cas, al norte. El sepulcro de mi antepasado se localizaba en la es­ quina (de hoy) que forman las arterias Zacatecas y Matamoros. La primera de estas calles era todavía en 1945 un arroyo profundo que corría de este a oeste.

La muerte del jefe de la familia hundió en la desesperación a su esposa y a sus hijos; la viuda, como la Reina Victoria de Inglaterra cuando perdió a su Principe Alberto, se refugia con su dolor en sus habitaciones y se resiste a oir hablar del mundo que la rodea; sólo quiere vivir sus recuerdos para ver nuevamente al esposo amado cu­ ya alma, cree, la viene a consolar.

Por falta de buenos transportes en aquellos tiempos, en parte, y por su enfermedad, quien seria mi padre llegó a su hogar después de ocho dias que la parca le visitó. El luto era riguroso; hasta los varo­ nes usaban camisas negras y las mujeres jóvenes y maduras, duran­ te muchos dias no salían a la calle. Aún se percibía el patético olor de las flores y la cera derretida que nos recuerda al muerto en el fé­ retro. El joven que seria el abuelo de mis hijos, llora en silencio en aquella estancia y parece que escucha el chisporroteo de los cirios parpadeantes que a intervalos proyectan en la pared las sombras de los deudos que rezan en la capilla ardiente.

Pero todo es fruto de la imaginación, por que el muerto ya pasó a rendir su tributo a la madre tierra. Sólo quedan como flores peren­ nes los dulces recuerdos.

Esa noche hubo una reunión familiar para hablar de los planes del futuro. Una tia propone que no se deje sola a la madre inconso­ lable, porque también ha enfermado de pesar; su corazón puede causarle un serio disgusto y poner en peligro su vida. Se acuerda que los muchachos no volverán a continuar sus estudios en el norte. El sacrificio es muy grande, pero el vinculo familiar en esos tiempos era sólido, nada podia destruirlo.

Esa noche también se menciono el extravio de la llave del com­ partimiento de la caja fuerte donde el abuelo guardaba sus alhajas. Unánimemente se acordó no abrirlo si para ello era necesario emplear una forma violenta.

En la velada mi padre no quiso decir cómo su progenitor, en sueños, le señalaba el lugar donde guardaba la llave; pues no quiso causar mayores congojas a sus familiares.

Transcurrieron los años y vinieron nuevas primaveras como bálsamos que mitigan los dolores. En 1913, quince años después, la abuela también emprendió el viaje que no tiene retorno; iba sonrien­ te pensando que se reuniría con su esposo: ¡Tan grande asi es la fe de los creyentes! Luego el calendario esparció sus hojas con los vientos de muchos otoños ; en 1929 murió mi padre y después dos de sus her­ manos. Llegó 1933 y se comenzó a instar a los deudos de los sepulta­dos en el “Cementerio Viejo” a que llevasen los restos al “Cemente­ rio nuevo” de la Calle Yáñez final, so riesgo de que los huesos queda­ sen en la fosa común y enterrados abajo de las cimentaciones de los edificios que allí se construirían.

En la reunión de familia se acordó cambiar de morada a todos nuestros antepasados, entre quienes iría el abuelo; y cuando se exhumó a éste, en un bolsillo de su saco desgarrado por el trans­ currir de 35 años, apareció una llave grande, antigua y herrumbro­ sa.

La caja fuerte habia pasado a nuestro poder, pero jamás se ha­ bia abierto el compartimiento respetando lo dispuesto por la abuela; más cuando regresamos de la necrópolis después del traslado de los venerables restos, vimos que la llave encontrada en el sepulcro era la extraviada. En el lugar que nadie abrió durante tanto tiempo, es­ taba una carta dirigida por el abuelo a mi padre, que nunca leyó porque la parca le llevó cuatro años antes.

En la nota escrita por el progenitor de mi progenitor, declaraba a éste heredero de su leontina de oro. la cual a su vez heredaría al mayor de sus hijos.

Unas horas después del regreso del cementerio, en un nuevo consejo familiar se acordó que la prenda encontrada al lado de lacarta, me pertenecía como perteneció a los primogénitos de cinco generaciones antes de la mía.

Como se asienta en otra parte de este relato, han transcurrido más de ochenta años de la fecha en que mi abuelo, en sueño, señaló a su hijo el lugar donde guardó la llave del compartimiento de la caja fuerte, que fue hallada al exhumársele, y, sin embargo, todavía ese hecho no emerge de lo inexplicable cuando ya han llegado los miembros de una quinta generación.

Ni la llave, que aún conservamos, ha podido abrir ese misterio.

CRÓNICAS, CENTOS Y LEYENDAS SONORESNSES DE Gilberto Escobosa Gámez

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