Col. Universidad Pueblo: el día en que la dignidad se urbanizó Por Jaime Martínez Veloz

1 diciembre 2025
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En el Saltillo de principios de los años ochenta, la ciudad se debatía entre la modernización y la urgencia social. Las colonias populares crecían al margen de los planes oficiales, y la demanda de vivienda digna se volvía clamor.

Desde la Escuela de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Coahuila, donde yo fungía como director, comenzamos a recibir solicitudes de apoyo de familias que buscaban un pedazo de tierra para construir su hogar. Eran los meses de agosto y septiembre de 1982, y la esperanza tocaba a nuestras puertas. Mientras realizábamos trabajos de introducción de agua potable en la colonia Pancho Villa, se gestaban asambleas en los talleres de arquitectura.

 

Estudiantes, profesores y colonos se reunían para imaginar una colonia distinta: nacida desde abajo, trazada con dignidad, y acompañada por el saber universitario. En paralelo, el gobierno municipal anunciaba el programa “Tierra y Esperanza”, condicionado a la filiación partidista. Pero la necesidad no pedía credenciales, pedía justicia.

Fue entonces cuando la esposa de Don Ramón de León, propietaria de una amplia superficie en la zona conocida como Las Tetillas, me llamó a su casa en la calle Victoria. Nos unía una historia de confianza: en mis días de estudiante, me había rentado un pequeño local que fue cuarto, taller y refugio. Me pidió que esos terrenos fueran entregados a quienes realmente los necesitaran, con contratos justos y pagos accesibles. Su gesto fue el detonante de una historia que cambiaría el rostro urbano de Saltillo. Convocamos una asamblea en Arquitectura.

Estudiantes, topógrafos, familias. Se decidió el nombre: Universidad Pueblo. Y nos lanzamos al terreno. El ingeniero Jesús Flores Chávez trazó calles de sur a norte y de oriente a poniente. Mario Valencia Hernández, Paco Padilla y una brigada de estudiantes dormían junto a los colonos, compartiendo frío, esperanza y planos. Se ubicaron áreas para escuelas, espacios verdes, y hasta una manzana para la iglesia.

La arquitectura se volvió herramienta de justicia. La marcha que trazó la ciudad Para evitar provocaciones, organizamos una marcha desde la rectoría de la Universidad Autónoma de Coahuila hasta el Palacio de Gobierno. Pero no fue una simple caminata: fue una procesión de dignidad, una coreografía de esperanza que tejió el cuerpo urbano de Saltillo con los pasos de estudiantes y colonos.

Desde temprano, la explanada de la rectoría se llenó de voces, mantas, planos enrollados y miradas decididas.

Los estudiantes de Arquitectura, con sus mochilas llenas de escuadras y convicciones, se mezclaban con las familias que llevaban a sus hijos de la mano, con cartulinas que decían: “La tierra es de quien la habita”, “Universidad y Pueblo, juntos por la vivienda”, “No pedimos limosna, exigimos justicia”. El entusiasmo era contagioso, la combatividad serena pero firme. Se respiraba organización, se sentía historia.

La marcha comenzó con el sol aún tibio, avanzando por el Boulevard Venustiano Carranza, como si la ciudad misma se abriera paso entre sus arterias para dejar que la dignidad circulara. Al llegar al paso a desnivel, los cantos se intensificaron. Las consignas rebotaban entre los muros: “¡El pueblo unido jamás será vencido!”, “¡Arquitectura con conciencia, no con indiferencia!”.

Los autos detenían su marcha, algunos conductores aplaudían, otros bajaban la ventanilla para preguntar qué estaba pasando. Lo que pasaba era que Saltillo estaba despertando.

Al cruzar hacia la calle de Allende, la columna humana se volvió río. El Mercado Juárez fue testigo de ese tránsito: los comerciantes salían de sus puestos, los clientes se detenían con bolsas en la mano, y por unos minutos, el mercado se volvió plaza pública.

Las voces se mezclaban con el olor a frutas, a pan recién horneado, a tierra.

Era el pueblo caminando por el corazón de su ciudad. Finalmente, la marcha desembocó en la Plaza de Armas. Frente al Palacio de Gobierno, los pasos se detuvieron, pero la energía se elevó. Se formó una comisión para entrar a dialogar con las autoridades. Afuera, la plaza se volvió aula abierta: se leían manifiestos, se compartían testimonios, se explicaban los planos de la colonia Universidad Pueblo.

La arquitectura se volvía verbo, la universidad se volvía territorio, y el pueblo se volvía maestro. Fundación, servicios y autoconstrucción  ese día, el Gobierno del Estado reconoció oficialmente la creación de la Colonia Universidad Pueblo. Pero la historia no terminó ahí.

Tras su fundación, nos tocó acompañar la introducción de servicios básicos: agua potable, drenaje, energía eléctrica. La colonia comenzó a respirar como comunidad. Durante el gobierno de Eliseo Mendoza Berrueto, impulsamos el programa “Vivamos Mejor”, que permitió a las familias ampliar sus viviendas mediante esquemas de autoconstrucción.

Los estudiantes de arquitectura no solo aprendían a diseñar, sino a escuchar, a convivir, a construir con las manos y el corazón. Saber y dignidad Universidad Pueblo se convirtió en un aula viva. Cada lote trazado era una lección de urbanismo social. Cada vivienda ampliada, una tesis de dignidad. Cada brigada nocturna, una clase de solidaridad.

La vinculación entre la universidad y las necesidades del pueblo no fue un experimento académico, fue una revelación ética. Porque cuando el conocimiento se vincula con la necesidad, nace la justicia. Y cuando el estudiante camina junto al colono, se urbaniza la dignidad.

 

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