Gandallas: Escrito por Enrique Martínez y Morales.

20 abril 2015
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martinez1-300x233“El mexicano es gandalla por naturaleza”. A esta lapidaria conclusión llegó la consultoría “Gabinete de Comunicación Estratégica” después de haber realizado una encuesta sobre el particular a finales de 2013. El mismo estudio revela la incomodidad que causa esta condición, inexorablemente atada a nuestra herencia cultural, entre nuestros compatriotas.

La sabiduría coloquial le ha asignado a este fenómeno un lugar importante en su refranero popular: “El que agandalla no batalla”, “El que se fue a la villa perdió su silla” y “Al que agandalla, Dios le acompaña”… Frases inculcadas por muchos padres y compañeros, con el dicho y con el hecho, desde la niñez.

Aunque el término no aparece en el diccionario de la Real Academia Española, todos los mexicanos conocemos su significado. El Diccionario de Mexicanismos lo define como “Persona que, de manera artera, se aprovecha de alguien o se apropia de algo”.

Quien ha manejado en Estados Unidos o en otro país desarrollado puede rápidamente encontrar
las diferencias entre una cultura del respeto y la del agandalle. Allá nadie irrumpe arteramente en la fila vecina ni bloquea las rutas durante los congestionamientos viales.

La cultura del agandalle no es privativa de la subcultura o la falta de educación. Basta observar el comportamiento de los pasajeros en los aeropuertos, lugar frecuentado por clases pudientes y, supuestamente, educadas. Los abordajes y desalojos de la aeronave son momentos caóticos.

A “Fregar o que te frieguen” se han reducido, desgraciadamente, las opciones de muchos mexicanos como consecuencia de nuestros orígenes y de una historia oficial que nos reduce siempre a ser un pueblo víctima, mientras las naciones en ascenso crecen con la mentalidad de “Ganar-ganar”.

La línea divisoria entre gandalla y ladrón es muy delgada, a veces, imperceptible. Ése es el problema de fondo. En tanto sigamos creyendo que la condición de gandalla está inscrita inevitablemente en nuestro ADN y sigamos actuando en consecuencia, será muy difícil erradicar la percepción internacional negativa sobre nuestra idiosincrasia. Después de todo, ¿quién quiere hacer negocios con un gandalla?

La “felicidad” del gandalla no radica en haber conseguido lo que deseaba, sino en haberlo obtenido de una forma grosera e incorrecta, en detrimento de un tercero. ¿Ese es el país que le queremos heredar a nuestros hijos? Yo no. Y es tan sencillo como seguir la máxima juarista, esa que propone respetar el derecho de los demás.

No cuesta mucho, ¿verdad?

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