«Vaticinios» Escrito por Enrique Martínez y Morales.

12 enero 2015
Visto: 1351 veces

martinezLas dos palabras más difíciles de pronunciar para el ser humano deben ser “No sé”. Rara vez las escuchamos cuando pedimos una opinión política, una sugerencia médica y hasta una orientación en la calle, aun y cuando impliquen la respuesta correcta.

El inicio de cada año es el momento propicio para la publicación de los pronósticos de los especialistas sobre diversas materias, principalmente la económica. Gran parte de los académicos y columnistas dedican ríos de tina a comentar sus predicciones del comportamiento de determinadas variables para el resto del año.

Son tantas las fuerzas ejercidas sobre un fenómeno económico que, aun a posteriori, es difícil encontrar sus causas. No se diga si se trata de explicaciones sobre acontecimientos que no han sucedido todavía. “Hacer predicciones es muy difícil”, decía socarronamente el Nobel de Física Niels Bohr, “especialmente si son sobre el futuro”.

Hay estudios serios sobre la precisión de las conjeturas de expertos. En la Universidad de Pensilvania se tomaron los pronósticos de 300 especialistas de todas las áreas, casi todos con estudios de posgrado. El resultado, muy similar a otros, es revelador: únicamente alrededor de la mitad de los vaticinios fueron acertados.

Otros laureados con el Nobel de Economía, como Paul Krugman y Thomas Sargent, coinciden con la ociosidad de los augurios. El primero refiere la inexactitud de los pronósticos a la sobreestimación del impacto de las tecnologías en el futuro, mientras el segundo lo relaciona con la imposibilidad humana del conocimiento absoluto, incluido el de nosotros mismos.

Considero más acertada la explicación propuesta por Levitt y Dubner: equivocar un pronóstico no conlleva consecuencias alguna; no hacerlo, sí. El costo de la vergüenza de aceptar la ignorancia es mayor que el de dar un presagio incorrecto que, para cuando suceda, ya quedó en el olvido.

Millones de personas incurrieron en costos importantes al modificar sus patrones de vida al creer a los falsos profetas que vaticinaron el fin del mundo para el 21 de diciembre de 2012, mientras que a éstos últimos no les fue del todo mal.

“Sospecharía de cualquier persona que efectuara pronósticos públicamente. Desde un punto de vista racional, al visionario en cuestión le resultaría mucho más rentable no compartir sus conocimientos y ganar dinero gracias a ellos”, nos comparte el economista Martín Tetaz, autor de los Psychonomics.

En un esfuerzo por corregir este incentivo perverso (y de incrementar la recaudación), hace unos años en Rumania se formalizó la adivinación, de tal suerte que las brujas son reguladas, gravadas y están sujetas a los principios de “satisfacción al cliente”.

El estadista inglés Winston Churchill aseguraba: “Evito siempre predecir de antemano, porque es mucho más fácil hacerlo a posteriori”, enseñanza que quizá haya aprendido al perder su reelección inmediata como Primer Ministro, a pesar de su liderazgo.

Y hablando de vaticinios, ¿Qué traerá consigo el 2015?.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *