Farah Diba y el Sha de Irán: un amor inesperado, una coronación con 27 mil piedras preciosas y un final maldito

1 enero 2022
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Cuando Farah conoció a Mohammed Reza Pahlevi, Sha de Persia, sintió sonar las campanas del amor aunque quizá tendrían que haber sonado las de alarma. Es que la muchacha no sería la primera sino la tercera esposa del monarca. El problema no era tanto ser la tercera sino que las que la precedieron la habían pasado bastante mal.

Fawdia de Egipto, hermana del rey Faruk, fue la primera. El amor no surgió gracias a Cupido ni a una atracción fatal sino a un arreglo entre familias. Si Lady Di vio al príncipe Carlos solo quince veces antes de casarse, a Fawdia le fue peor. Hasta el día de la boda, el 15 de marzo de 1939, jamás se encontró con su prometido.

La princesa de cara perfecta, palidez mágica y penetrantes ojos azules era tan bella que la apodaron “la Venus de Asia”. Educada en Europa, a Fawdia la vida en Teherán no le pareció una prisión pero sí una condena. Había cumplido 18 años y con su marido, que tenía 19 años, apenas se comunicaban en francés ya que ella no hablaba farsi. Intentó aprenderlo pero se aburrió. Extrañaba Egipto y dicen que se pasaba el día metida en su cama, jugando a las cartas, y solo salía de su cuarto para gritar por los pasillos “¡Me aburro!”. Ni siquiera el nacimiento de su hija Shahnaz en 1940 la libró del tedio. La pareja se divorció en 1948 sin que ninguno lo lamentara.

La segunda esposa fue la también bellísima Soraya Esfandiary, hija del embajador de Irán en Alemania. Esta vez no fue un matrimonio concertado sino que él la eligió al verla en una foto. Se casaron el 12 de febrero de 1951; ella tenía 19 años, él 32. A diferencia del matrimonio anterior, esta vez el amor fue genuino pero como su antecesora, Soraya sufrió la maldición del tedio. “La vida en palacio eran cenas con los hermanos, partidas de cartas, proyección de películas, aburrimiento y soledad”, describió en sus memorias El palacio de las soledades.

El sha Mohamed Reza Pahlevi y Soraya Esfandiary se casaron en 1951 y se divorciaron en 1958 (Keystone/Getty Images)

Además del tedio, Soraya enfrentaba un problema peor. El rey tenía apuro por concebir un niño varón para asegurar su descendencia en el trono, pero pese a los intentos, ella no quedaba embarazada.

En octubre de 1954, cuando apenas tenía 22 años, un médico le comunicó que le podría llevar años lograr el embarazo, lo que dejaba al Sha sin un heredero. Por ese motivo y aunque se amaban, se separaron el 14 de marzo de 1958. Soraya abandonó el palacio pero sobre todo abandonó a su gran amor, se mudó a Suiza donde la bautizaron “la princesa de los ojos tristes”.

El Sha siguió buscando no tanto al amor -ya lo había encontrado y perdido- sino una princesa que le diera un heredero. En un encuentro en París conoció a Farah Diba, una estudiante de Arquitectura que seguía su carrera en el exterior gracias al patrocinio del estado iraní. Como sus antecesoras era bellísima, pero a diferencia de ellas no pertenecía a la realeza. El Sha quedó impactado con esa joven moderna e independiente y se reencontraron en Irán. El rey había encontrado a su tercera y ahora sí, última esposa.

Farah no volvió a París, se quedó en Teherán. El 14 de octubre de 1959, el mismo día que cumplía 21 años el rey le preguntó si aceptaba convertirse en su esposa. Ella dijo que sí sin dudar, años después reconocería que “no advertía, en efecto, ni el peso, ni la magnitud de la misión que me aguardaba”.

Reza Pahlevi urgido por la necesidad de dar un heredero varón al trono, se casó pronto, en 1959, con Farah Diba (© Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)

La futura princesa pronto se convirtió en una versión iraní de “la princesa del pueblo”. Como relata la revista Vanity Fair. “Farah sumaba el factor de ser ‘una de ellos’, hija de iraníes, con un intenso pelo negro, ojos del mismo color –tras dos reinas con extraños ojos azules- y efigie indudablemente persa. Encarnaba los valores de una juventud sedienta de quitarse el polvo del pasado y de embarcarse en las virtudes que traía la prosperidad del olor a gasolina. Una reina oriental moderna, sin velo, culta y preparada, como querían ser muchas de las jóvenes de su generación”.

La boda se celebró la tarde del 21 de diciembre de 1959, o 29 de azar de 1338, según el calendario solar iraní y fue digna de un cuento de Las mil y una noches. El vestido de novia fue una creación de Yves Saint Laurent, en ese momento el diseñador estrella de la casa Dior. “El traje pesaba quince kilos, estaba realizado en satén blanco y organdí. Fueron casi cuarenta metros de telas bordadas con motivos persas en perlas, piedras preciosas e hilos de plata”, describe María Isabel Sánchez en su libro Amores reales.

Si el vestido era imponente, la tiara Noor-ol-Elyn era deslumbrante: la joya estaba compuesta por 324 diamantes, entre ellos uno de los diamantes rosas más grandes del mundo. Llevarla era un “dolor de cabeza” porque pesaba dos kilos.

Las coronas del joyero real eran tan espectaculares que a Farah le inventaron un peinado para lucirlas mejor: raya al medio y sienes cubiertas. El estilismo sería copiado en todo el mundo (Daniele Darolle/Sygma via Getty Images)

En la boda se vivió un momento extraño. “Advertí que no tenía alianza para él”, contó Farah en sus memorias. “Nadie había pensado en eso, y yo menos que nadie, pero era la novia la que debía aportar la alianza… Ardeshir Zahedi, el yerno del rey, me sacó del mal paso tendiéndome la suya. Unos días más tarde, le regalaría yo una alianza”. La ceremonia religiosa duró diez minutos y la presenciaron apenas 30 personas.

Como un amuleto para que las hadas buenas dieran por fin al rey ese hijo varón tan deseado, uno de los dobladillos del vestido de novia de estaba cosido en azul. No se sabe si fueron las hadas, la juventud de la novia o la combinación genética de ambos, pero lo cierto es que no se había cumplido un año de la boda cuando el 30 de octubre de 1960 nació Reza, el varón primogénito. La sucesión estaba garantizada. El matrimonio tuvo tres hijos más, las princesas Farahanz y Leila y el príncipe Alí Reza.

Farah y el sha fueron padres de cuatro hijos: Reza, Farahanz, Leila y Alí Reza (Michel Ginfray/Sygma/Sygma via Getty Images)

En 1967, Mohammed Reza Pahlevi fue coronado como Sha de Persia en una ceremonia que enmudeció al mundo occidental. Sentado en un trono de veintisiete mil piedras preciosas engarzadas en oro besó el Corán. Luego le concedió a su esposa el título de Shahbanou, emperatriz de Persia, creado especialmente para ella. No era un simple trámite y mucho menos un título rimbombante, sino la concesión de un verdadero poder político a su esposa que le permitía, en caso de la muerte del Sha, ocupar el trono antes de la mayoría de edad del heredero.

Imitando a Napoleón al coronar a Josefina, el Sha le colocó a su esposa una corona con mil quinientos diamantes, treinta y seis esmeraldas y treinta y cuatro rubíes. En las mezquitas los imanes elevaban sus plegarias mientras el Sha aseguraba que “llevaré a mi pueblo a ser la nación más avanzada del mundo”. La historia pero sobre todas las decisiones del Sha demuestran que no lo logró.

La corona imperial del sha tenía 3380 piedras preciosas y la de Farah era de platino con diamantes y piedras preciosas. Luego de la coronación saludan al pueblo iraní desde la carroza real (Bettmann Archive)

La convivencia con el Sha no era difícil. Farah le contó al diario ABC que era un “hombre muy civilizado” que jamás se enojaba y mucho menos insultaba. También era un hombre muy discreto para sus affaires extramatrimoniales a los que denominaba “salidas para recuperar la salud mental”. Hay que reconocerle que como justificación fue original.

Farah soportó en silencio las infidelidades de su esposo mientras mostraba que no era una figurita decorativa. Incentivó la construcción de escuelas y bibliotecas, luchó contra la lepra, apoyó la cultura tradicional y el arte contemporáneo y alentó los derechos de las mujeres. También hizo de la moda un estandarte tanto que la llamaban “la Jackie Kennedy de oriente”. Podía lucir trajes modernos bien occidentales pero también otros vestidos tradicionales, bordados con piedras preciosas, hilo de oro y brocados. Vestía con la misma elegancia desde un kimono japonés a un sari indio, pasando por un coqueto modelo al estilo de Audrey Hepburn.

El matrimonio recibía en el Palacio de Miavaran donde sus invitados se asombraban con las fuentes de plata, la vajilla de oro, las obras de arte de autores occidentales y persas, vitrinas ribeteadas en plata y pintadas a mano.

Sus pómulos altos, su cara despejada y sus pelo recogido para sostener las invaluables tiaras la convertían en un imán para los fotógrafos (Daniele Darolle/Sygma via Getty Images)

Bajo el reinado del Sha, Irán vivía un momento de prosperidad, pero los iraníes no. Mientras Farah aparecía con sus costosos vestidos, en el interior rural los obreros del petróleo cobraban 50 céntimos de dólar por día. El índice de mortalidad infantil era uno de los más altos de Oriente, el analfabetismo era “normal” y enfermedades del medioevo, como la lepra, eran cotidianas.

La población comenzó a mostrar su enojo con ese monarca al que consideraban dictatorial, aliado del enemigo occidental, despilfarrador y negador de la tradición árabe. Una gran parte del país, se sentía humillada por la política pro-EEUU y por haber cedido por completo la extracción del petróleo nacional a los Estados occidentales.

En un país rico, ellos eran pobres. El descontento se convertiría en revolución; el germen fue la preparación de los actos de celebración de los 2.500 años de la fundación del imperio persa en 1971.

Del 12 al 16 de septiembre de 1971 se celebró el evento que entró en el Libro Guinness como el más extravagante de la historia moderna y que costó 300 millones de dólares. Alcanza con recordar que se construyó una carretera de mil kilómetros solo para la ocasión. Los servicios de catering los ofreció Maxim’s, que cerró en París durante dos semanas para dar de comer en medio del desierto persa a los mandatarios de todo el mundo.

Se importaron 18 toneladas de comida incluyendo 2.700 kilos de carne de res, y 1.000 kilos de caviar. Con la excepción de este último, todo, hasta el perejil, fue importado de Francia. El vestuario de los guardias reales fue un diseño de Lanvin y las vajillas de Limoges. Para garantizar el canto natural de las aves se trajeron más de 50.000 ruiseñores desde Europa, lo peor fue que murieron a los pocos días porque no soportaron el calor.

Farah Diba era 20 años más joven que el Sha, pero estuvo a la altura de sus expectativas (Bachrach/Getty Images)

En medio del desierto se construyó una ciudadela con suntuosos toldos -que contaban hasta con baños de mármol- realizados con 37 kilómetros de seda para hospedar a más de 60 reyes, reinas, presidentes, jefes de Estado y líderes internacionales invitados.

La reina Isabel de Inglaterra fue una de las pocas que decidió faltar porque los asesores le dijeron que no podían asegurar su seguridad ni comodidad y que el evento era… vulgar. Su esposo Felipe de Edumburgo sí fue de la partida.

Ante semejante despilfarro de recursos, la oposición crecía y eso que los disidentes enfrentaban solo tres opciones: tortura, prisión o muerte. Desde el exilio el ayatollah Jomeini calificó a la celebración como “el festival del diablo” y criticó al exhibicionismo del Sha.

El descontento aumentaba, las protestas dejaron de ser la excepción para ser lo cotidiano. En 1979 se desataba la revolución islámica. El 1ro de febrero Jomeini regresó del exilio y la familia real comenzó su propio peregrinar. No sabían que también iniciaban la llamada “maldición de los Pahlevi”.

En 1979, a consecuencia de la revolución del Ayatollah Jomeini, el Sha y Farah tuvieron que exiliarse con sus hijos (Michel Setboun/Corbis via Getty Images)

Un año y medio después de que tuviera que huir del país, Mohammad Reza Pahlevi fallecía de cáncer el 27 de julio de 1980 en El Cairo. En 2001, la princesa Leila moría en Londres tras haber ingerido una mezcla de medicamentos y cocaína. Su madre declaró que su hija “exiliada a la edad de 9 años, no se recuperó nunca de la muerte de su padre”. Diez años más tarde “la maldición” alcanzaría también al príncipe Ali Reza Pahlevi, que se quitó la vida en Boston.

Luego de peregrinar por Marruecos, las Bahamas y México, Farah se estableció en Estados Unidos con sus hijos y nietos. Desde 1979, por orden de Jomeini ningún Pahlevi tiene permitido regresar a Irán. Vaya a saber si lo lamentan porque como escribió Sabina “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”.

Farah vive entre EEUU, donde residen sus nietos y su hijo mayor y París, la ciudad donde pasó su juventud (Tim Graham Photo Library via Getty Images)
Información de: Infobae

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