Algo que vale la pena leer ALBERTO BOARDMAN

26 marzo 2021
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No valga la redundancia

 

“Mientras los imperios pasan, un palabra pesa más que una victoria” Balzac.

¿Cuántas veces escuchamos en el discurso político, la sentencia demagógica: «Nunca más»… un estudiante sin escuela… un campo sin sembrar… un enfermo sin atención? Bien, pues la lógica y la realidad, nos indican que se trata de una promesa que no podría ser cumplida jamás, puesto que siempre existirá algún estudiante sin escuela; pero es muy diferente decir: «Nunca más se abandonará la lucha para combatir la falta de escolarización».

Un ejemplo más, de ese virus político que infecta la lengua española en la actualidad, lo encontramos en el socorrido “piadosismo”, concepto acuñado por Camilo José Cela, que señala la falsa piedad y el eufemismo como peligrosas herramientas de la demagogia y la “corrección política”. Dejamos de llamar “anciano” para decir: «adulto mayor», «persona de la tercera edad», en la más clara intención de evitar sentir el peso de la realidad. De igual forma, convivimos con colectivos, funcionarios y políticos, que objetan el lenguaje para dar el supuesto lugar que merece cada quien, sin considerar que cambiar una letra o una palabra no cambia la realidad, simplemente la disfraza. O de lo contrario que alguien nos explique porque no escuchamos decir: «los corruptos y las corruptas», «los ladrones y las ladronas», tal parece que en la moda de la inclusión, «las mujeres están nada más para lo bonito, solamente para lo positivo, lo cual es igual de falso que peligroso”.

Bien, pues todo lo anterior y mucho más, podemos encontrar en el nuevo libro de Juan Domingo Argüelles, crítico mordaz de la cultura y el lenguaje con casi 30 años de trayectoria y que este 2021 publica: “¡No valga la redundancia! Pleonasmos, redundancias, sinsentidos, anfibologías y ultracorrecciones que decimos y escribimos en español”, de editorial Océano con apenas 515 páginas.

Porque como bien dice el autor: “Las palabras existen porque nombran una realidad, ni suprimiendo del diccionario los términos que nos disgustan, éstos dejarán de existir, la obligación de los diccionarios es reflejar la realidad, no ocultarla ni mucho menos negarla. La lengua admite innovaciones, pero no arbitrariedades».

Somos lo que hemos leído y esta es, palabra de lector.

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