DOMINGO DE LEYENDA: La Biznaga: El pueblo donde volaron las brujas

15 noviembre 2020
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De este poblado de Arteaga que hace 60 años estaba tomado por hechiceras, hoy sólo queda la mala fama y leyendas escalofriante

Saltillo, Coahuila. Cuentan que en las noches de luna llena las brujas emprendían el vuelo en sus escobas para hacer maldades. Hoy, después de 60 años, los habitantes dicen que aún hay brujas, pero de dinero porque en este poblado parecen haber encaminado su fe.

La mañana nos recibe en el pueblo de La Biznaga con un olor a hojas frescas de pirul y leña quemada. Hemos venido hasta aquí para desentrañar el misterio que envuelve a esta pequeña comunidad de la sierra de Arteaga, sobre la cual pesa el estigma en torno a la existencia de brujas que bajan de las montañas y vuelen el cielo nocturno de este pueblo de ancianos descansando en mecedora y niños jugando a los desencantados.

«¿Brujas?, pero de la bolsa oiga, ¿no ve las casitas que tenemos?, ya nomás el puro adobe», nos dice una mujer asomada en el arco de su casa hecha de paredes de tierra y techumbre de madera.

«¿Qué no hay brujas aquí?», insisto, «más antes sí, pero ya murieron, ahorita sí habemos muchas brujas, pero de la bolsa», responde otra vez la señora con una mueca agria de ironía.

El que sabe bien de este asunto es don Jacobo, el juez de paz de esta aldea, quien jura y perjura no fue una fi guración suya ni una pesadilla la noche en que vio en medio del monte a una parvada de brujas, transfi guradas en pájaros, celebrar un aquelarre alumbradas por los refl ejos fantasmales de la luna llena.

Entonces Jacobo tenía 12 años y el pueblo de la Biznaga era un bosque de nopaleras y unos cuantos jacales de tablas con techos de suadero de palma, desbalagados por la sierra.

Pasaba de la medianoche, Jacobo había salido a buscar a su padre una de esas veces en que su abuela, enferma de muerte, era acometida por crueles dolencias.

Frente a la palma grande que aún se alza en el centro del rancho, vio a unas seis o siete mujeres vestidas de negro en pleno conciliábulo, tramando sus embrujos y aconsejándose sobre sus futuros hechizos.

«Hablaban de sus sistemas, qué parte les tocaba, hacia dónde se dirigían y la gente a la que le iban a hacer el mal». Era una de esas noches frías y negras en las que el miedo solía rondar por las veredas agrestes del pueblo y se colaba por las rendijas de los jacales en forma de escalofrío.

De esas noches en que el cielo de La Biznaga se poblaba de pájaros enormes de grandes alas, a los que «la gente de antes» oía silbar y carcajearse encaramados en las chimeneas de las chozas.

«En ese tiempo todo esto era puro nopal, no se veían las casa ni nada. Las que eran brujas de verdad se convertían en animales, eran como pájaros, se carcajeaban, chifl aban, se juntaban, platicaban.

«Como a las 12:00 o 1:00 de la mañana se reunían varias mujeres a platicar y a tramar lo que iban a hacer, eran de varias partes: venían de San José de la Marta, de Santa Clara…», suelta Jacobo.

Al respecto Gilberto Castillo, estudioso del esoterismo, habla de una extraña leyenda sobre las brujas de la sierra de Arteaga, que poseían facultades no humanas para convertirse en pájaros u otros animales como serpientes o panteras.

«Todavía hace unos cuatro años se comentaba que se aparecía una bruja por esos lares, por Jamé, sobre todo para la salida a Santiago, por atrás de los Lirios», comenta.

Y habla sobre el signifi cado que tiene el árbol de la biznaga en el mundo de la brujería, cuestión que podría explicar el origen de tal tradición en este pueblo serrano.

«Se dice que la biznaga, su planta, su tallo, sus ramas, es el bastón de mando de las brujas».

En aquellos tiempos, hace más de 60 años, corrían por el caserío las historias de varias mujeres a quienes el pueblo temía por sus dones para realizar sortilegios, magia de todos colores y maldiciones de muerte, contra quienes osaran convertirse en sus enemigos.

«Tenía uno miedo salir y le decían a uno ‘no le hagas daño a fulano, no te vaya a hacer un mal’».

Por eso es que don Antonio le rogaba a Dios que no lo agarrara la noche cuando bajaba del monte con su rebaño de cabras de camino a su jacal en la Biznaga. Entonces Antonio era un chiquillo.

«Se veía donde iban volando esos como pájaros medio blancos, medio borrados. Sus alas se escuchaban como tijeretazos y luego la luna alumbrándolos».

-¿Qué oía decir de la Biznaga?

-Que era tierra de brujas, que había muy buenas mujeres que curaban lo bueno y lo malo y venía mucha gente, dizque embrujada, y la curaban. Don Jacobo, el juez del pueblo, había crecido escuchando estas historias y mirando impávido sucesos insólitos como el de la noche fría y negra del aquelarre de las brujas en medio del monte. «Si usted estaba peleado conmigo y, vamos a decir que, mi mamá supiera hacer esas cosas y lo maldecía, para mañana o pasado usted ya no amanecía.

«Era decirle ‘sabes qué, de mí te vas a acordar, te va a pasar esto, esto y esto’, y no amanecía. Cuando no se mataba la persona o tenía un accidente, de cualquier forma llegaban a sucederle cosas», narra Jacobo, un mediodía que platicamos a las afueras de la primaria de este poblado, donde por cada casa hay cuando menos un pirul.

«En ese tiempo ponían todos esos pirules porque con eso se protegía la gente. Como el pirul es muy apestoso con eso se protegía la gente de las mentadas brujas», explica Jacobo.

Y relata el caso de un fuereño de La Rodada, municipio de Arteaga, Coahuila, que durante una fiesta en La Biznaga y después de sostener una pelea a golpes con el hijo de una de una las brujas principales de la comunidad, fue maldecido por ésta.

«El señor de La Rodada le quiebra todos los dientes al muchacho, lo golpea, ¡bien golpeado!, y el hijo de la bruja le dice ‘sabes qué, quiero que sepas que no vas a durar tres días, tú solo te vas a matar’. Pasó un día, dos y al tercero el señor de La Rodada se mató».

Jacobo vio desde niño volar sobre su cabeza a esos raros y enormes pájaros de grandes alas, que en las negras y frías noches de La Biznaga, delatados por la luz de la luna, emitían chifl idos y aleteos que erizaba la piel hasta le último pelo.

Sus abuelos le habían contado también relatos sobre la muerte de algunas mujeres del pueblo que habían consagrado su vida al servicio de la maldad.

«Tardaban mucho tiempo para morir, los ojos se les ponían como yemas de huevo, amarillos, amarillos y de la boca les salía una lengua como de este tamaño (dibuja con las manos en el viento una lengua como de 15 centímetros), por todas las maldades que habían hecho».

De ahí fue que le vino la fama a La Biznaga de ser una «tierra de brujas»; y a sus moradores de ser los más temidos entre los lugareños de los cañones que rodean la sierra de Arteaga.

«Había mujeres que verdaderamente sabían hacer brujería. Yo desde los 12 años, sabía y conocía gentes que sí…Por ejemplo, si el vecino o la vecina se peleaban, les hacían su brujería, su hechizo, sus amarres… Pero la mayoría de los habitantes de aquí, de las generaciones de aquellos tiempos se fueron, y casi no quedó familia de aquellas mujeres».

Jacobo cuenta que en años remotos, existieron en el pueblo entre ocho y 10 mujeres que se dedicaron largo tiempo a los menesteres de la magia y la adivinación.

De aquellas mujeres quedó sólo un recuerdo velado: las brujas, como las biznagas que adornaban el pueblo desde la entrada, se habían extinguido.

«Las que hay ahorita, unas dos o tres, no arreglan ni un café, porque les queda amargo. En ese tiempo había brujas de verdad, que todo lo que decían y los trabajos que hacían les salían muy bien».

En su lugar llegaron a La Biznaga, de distintas latitudes, otras mujeres con pinta de hechiceras que quisieron tomar partido de aquella fama que rodeaba a este pueblo de cielos azules y montañas elevadas.

«Vinieron de otras partes, más que nada para aprovechar la fama que tenía La Biznaga y dijeron ‘pos vamos allá y a lo mejor podemos hacer un dinerito’. Viene gente de muchas partes y uno de antemano les dice ‘no gasten su dinero, porque, la realidad de las cosas, es que no es cierto’. «Las personas de aquí que hacían todos esos trabajos fallecieron, y como nos quedó la fama, entonces gentes de otras partes se vinieron aquí y dijeron ‘yo soy de La Biznaga, sé curar, sé hacer esto y véngase pa acá'».

Doña Lupita, enjuta y de marcados rasgos afi lados, es una de esas mujeres que en décadas recientes se establecieron en la Biznaga, con la intención de ejercer el don que había recibido de su abuela durante su infancia en La Petaca, Nuevo León, su tierra natal.

Suspicaz, perceptiva, doña Lupita, quien se halla sentada bajo la sombra espesa de un pirul, nota de repente los movimientos del fotógrafo de Semanario que intenta captar su mejor ángulo de manera subrepticia.

«No me esté flashando, no me vaya a flashar porque me lo jodo».

-¿La perjudicaron?

-Nada hijo, nada, por Dios. Me desvelaba mucho por los trabajos y de al tiro que me caiba, duré un tiempo en el hospital y de ahí…

-¿Se va a quedar aquí?

-De aquí es mi señor, ¿pa dónde me voy?

-¿Hay aprendices aquí?

-Pos ái dicen, pero que sepan mucho, mucho no.-¿Y usted era de las buenas?

-Trabajo que hacía, trabajo que daba resultado, pero ora ya ni la mollera ni el empacho, ya no.

-¿Conoció a las mujeres de aquí?

-No conocí a naiden de esas señoras, cuando llegué aquí ya todas estaban sepultadas. Pero dejaron sembrada, como una maldición, la fama que a los actuales habitantes de La Biznaga les ha acarreado la burla y antipatía de los habitantes de rancherías vecinas y aun de la gente de otras ciudades de Coahuila y el noreste del país.

«Desgraciadamente. Vamos a otras partes, mostramos nuestra credencial y ‘¿de dónde viene, señora?’, ‘de La Biznaga’, dicen ‘es que es de las brujas’, y ya quedamos quemadas toda la gente».

«A cualquier parte que vayamos ‘atiéndalas porque son las brujas’ y que ‘ándale porque nos hacen un mal’ y eso es mentira, ‘es que son brujas de La Biznaga’, les digo ‘pues sí somos brujas de la Biznaga, porque no traemos dinero'», platica otra tarde Yolanda, vecina de este poblado.

Ella como el resto de los pobladores de este lugar, había oído de labios de sus abuelos la leyenda de las brujas de La Biznaga que al caer la noche se sacaban los ojos, los colocaban debajo de los tenamaxtles de las chimeneas y se ponían unos de gato para salir.

«Ahorita hay una que otra aquí que hace limpias. Limpian sí, pero las bolsas, porque de curar, curar, lo dudo».

Aunque Martha, otra de las curanderas contemporáneas que sentaron sus reales en este lugar, se ha dicho la portadora de un don especial que heredó de su madre aun estando en el vientre.

«Yo traigo un don, porque haga de cuenta que cuando mi mamá me estaba esperando yo le lloré en el estómago, ya gordota y cuando nací mi mamá les dijo a mis hermanas ‘cuiden a mija, porque trae un don muy lindo’».

Tanto que en cuatro años de dedicarse a la santería presume haber salvado de la mala suerte, el mal de amores, el desempleo y hasta la amputación de las piernas, a cuanto cristiano viene a la Biznaga para pedir su auxilio.

«Yo les quito la mala vibra, lo salado, les doy suerte para que trabajen. Me llega mucha gente que les van a mochar lo pies y yo se los salvo, en serio… Yo no me ando escondiendo, porque es mi trabajo, mi pan de cada día», aclara mientras penetramos con ella a un cuarto donde la luz del sol del mediodía, revela en un altar el rostro descarnado de la Muerte.

-¿Qué oyó decir de las brujas de La Biznaga?

-Que no dejaban tranquila a la gente.

-¿Usted las llegó a ver?

-Sí, y luego chifl an muy feo, aletean, pero yo no les tengo miedo, el miedo no lo conozco.

-¿De dónde vienen a buscarla?

-Más de Saltillo, de la colonia Teresitas, Zaragoza, Mirasierra, Panteones, de allá por el Penal. Dice Juanito, un vecino de allá abajo, ‘ay Martha, eres bien famosa’.

Igual que las antiguas brujas de La Biznaga, cuya fama se extendió pronto por toda la región de Arteaga y sus alrededores.

«Cuando era joven que iba a pasearme al otro ranchito, a Escobedo, me gritaban ‘ay vienen las brujas de La Biznaga’, y les respondía yo, ya ve cuando uno está chiquilla ‘pos sí, ustedes dicen que las brujas de la Biznaga, allá está la mata y aquí está la fl or con ustedes'», refi ere una mujer con canas como de sesenta años y entregada a cuidar de su padre postrado en silla de ruedas desde el día en que lo agarró un rayo andando en la labor.

Y advierte cómo poco a poco los lugareños de esta ranchería luchan por desterrar de aquí la mala reputación que legaron sus antepasados. «Se tiene que quitar esa mala fama, porque la gente de este rancho es bien trabajadora, es muy … Usted le pide un favor a cualquier gente y se lo hace… así….

«Dice el pastor de la iglesia, ‘qué felicidad de este rancho, que gente tan buena, tan amigable, tan servidora’. No sé, pero Dios va a cambiar esta mala fama, porque Dios tiene poder», reza la anciana nacida en este pueblo en el que existen dos templos evangélicos y una parroquia católica, la de Nuestra Señora del Rosario.

Eso sin contar a Guillermina, una mujer originaria de la Biznaga que se aferra en mantener viva la tradición fi dencista.

«Primero está la fe, primero Dios, Diosito es el bueno, el que nos pone los medios, nos da el entendimiento para con la limpia, ayudarlos a retirar aquello negativo que trae la persona», dice, al tiempo que nos presenta el altar donde realiza sus limpias y en que salta la imagen del Niño Fidencio, el Arcángel San Miguel y otras deidades católicas.

-¿Con qué trabaja?

-Primero está la fe, si uno tiene fe… eso es lo que le ayuda. La gente sana, sale adelanta, la fe le ayuda a desatrancar lo que está atrancado. Pero ni el paso de los años logró borrar el estigma que dejaron las brujas ancestrales de La Biznaga.

Con tantos relatos como los que le contaban de niño a don Pedro sus abuelos durante las tenebrosas noches de invierno.

«Hablaban de unos animales que salían volando del panteón y que chocaban en los vidrios de los automóviles, cuando por acá empezaba a haber coches», revela el hombre de 78 años, manos de campesino y rostro ajado.

Pero no se espante, que la leyenda sobre las brujas de la Biznaga hace mucho tiempo que se desvaneció. Por si las dudas, cuando vaya por aquellos lares procure no viajar solo ni de noche…

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