DOMINGO DE LEYENDA. LA CUEVA ENCANTADA DE COATEPEC

13 septiembre 2020
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Hacia la media altura de ese arbolado y crespo alcor, ábrase obscura, húmeda y pedregosa cueva. Adentrándose por ella, y al poco andar, anida una milenaria y vigilante Culebra de rugosa, escamada y tosca piel; con ojos relampagueantes, y en su boca un serrucho de filosos dientes; es larga, muy larga; gruesa, muy gruesa. Allí permanece, monstruosa fiera, enroscada en forma de anillo, sobre una enorme piedra roja, custodiando un imponderable tesoro, oculto cinco varas más adentro, de donde ella se encuentra, estratégicamente apostada, como soberana absoluta, en su trono y su palacio.

Se nos ha comunicado que el preciado tesoro consiste en una estatua de oro, de tamaño natural y voluminosa cintura, cuyo interior contiene una inmensa e invaluable variedad de peregrinas perlas y finísimas joyas, que el Dios Ira substrajo de los baúles, estuches y cofres que reyes y emperadores poseían, cuando estos se negaron a suministrar caritativa ayuda a sus tributarios, en tiempos de una gran carestía de víveres.

Dios Ira escogió el reptil más poderoso y dañino de su reino salvaje. Le dio de beber el elixir de la inmortalidad, le infundió poderes mágicos, lo amaestró para usarlos y le transmitió la tiránica omnipotencia de un semidiós. Le ordenó además que por ningún motivo saliera de su inaccesible espelunca; que resguardara, día y noche, la coruscante estatua que él había allí escondido.

Dios Ira aleccionó al ponzoñoso basilisco con estas textuales palabras:

“Tan pronto como escuches el más leve ruido de pasos que se introducen en tu cubil, abre tus ojos de fuego, clava tu vista en el intruso, aprieta tu collar de anillos… y, cuando esté a tu alcance, abalánzate sobre él en sorpresivo salto, y enróscate a su cuello; pero ten entendido que nunca nadie morderás, ni a hombre alguno inyectarás tu mortífero veneno. Si en el correr de los años hubiere alguien audaz y valiente, que entrando a tu tétrica covacha soportare, desafiante y estoico, tu pavoroso dogal, y contigo enrollada al cuello llegare hasta la mirífica estatua y colocare su mano sobre ella, a ése y solamente a ése le permitirás llevarse el fantástico tesoro.”

 

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