AVISO DE CURVA Rubén Olvera Marines

14 junio 2019
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Estrés arancelario

En la negociación de los aranceles entre México y los Estados Unidos, como era de esperarse, ambos presidentes ganaron. López Obrador ganó contener, al menos momentáneamente, la amenaza de Trump de iniciar la imposición escalonada de aranceles. Trump, por su parte, conquistó una frontera. ¿Cuál de los dos ganó más? O tal vez, ¿quién perdió menos?

El presidente norteamericano logró el sueño de todo imperio: extender sus fronteras más allá de los límites que impone la soberanía de los pueblos; hay quienes incluso afirman que será él, y nadie más que él, quien determine si la Guardia Nacional (¡mexicana!) está haciendo a no su trabajo en la frontera sur de México.

Ese instinto norteamericano para ampliar sus fronteras y responsabilizar a México de la “gestión” de los flujos migratorios, podría estar a punto de materializarse después de los acuerdos sostenidos por el canciller Marcelo Ebrard en Washington.

El maestro Porfirio Muñoz Ledo fue claro y contundente al identificar el resultado de las negociaciones como “la disolución del Estado mexicano” o peor aún, como si México estuviera regresando a la época de un “país colonizado”.

Viniendo de quien vienen, estas palabras resultan rigurosas, reveladoras y, probablemente, proféticas, sobre todo cuando el Gobierno Mexicano presume como un triunfo el haber cedido la frontera sur a cambio de contener el incremento de los aranceles.

El último ideólogo del Estado mexicano descargó, afortunada y atinadamente, su conciencia, haciendo valer su trayectoria como un garante del Estado y de sus instituciones. Una afortunada “sabiduría” en una época de inmediatez y pragmatismo.

Y entonces, ¿qué ganó México que valiera más que una frontera? La mayoría de los analistas coinciden en que un arancel del 5% hubiera traído consecuencias negativas para las exportaciones mexicanas. Sin embargo, coincido plenamente con el economista saltillense, Javier González Alcázar, en que el problema para la economía mexicana no estaba en el 5%, sino en las expectativas de que el impuesto escalara hasta el 25%, tal y como lo aseguraba Trump. Si se hubiera cumplido la primera etapa de las amenazas de Trump, las expectativas negativas hubieran obligado a los actores económicos a actuar como si el arancel del 25% estuviera ya operando, cuando realmente no era así. Muy probablemente, dicen los analistas, el dólar se hubiera disparado hasta 29 pesos para compensar la expectativa de una tasa arancelaria del 25%.

De todo lo que López Obrador y Trump pueden tener en común, lo más significativo tal vez sea esa propensión a jamás reconocer una derrota, ni siquiera un traspié. Uno que encontró en el discurso anti-México y anti-migrante el estandarte para buscar la reelección, otro que a toda costa trata de evitar una devaluación del peso, en el entendido de que “presidente que devalúa, se devalúa”.

Lamentablemente, cuando se trata de asuntos internos “la política lo es todo”, y en temas internacionales “casi todo”. Así que fue cómodo, aunque peligroso, permitir que Trump lograra mezclar la imposición de aranceles, cuyos efectos son estrictamente económicos, con la ampliación de sus “facultades” para, como lo menciona Muñoz Ledo, “decidir quién ingresa a México y quién no”.

Por mucho estrés arancelario que hayan provocado las amenazas del presidente norteamericano, es probable que los votantes de López Obrador, no así los de Trump, sientan que imponer la etiqueta de “triunfo absoluto” a las negociaciones es un exceso. Al contrario, algunos consideran que los acuerdos debilitaron la soberanía nacional y redujeron el margen de operación para próximas negociaciones.

Hubiera sido recomendable que antes que Ebrard y el “joven de los cacahuates” tomaran su vuelo hacia Washington, hubieran también aplicado la estrategia de Trump, con una “amenaza” de tipo económico para llevar algunas cartas bajo el brazo y usarlas antes de entregar, sin más decir, la frontera.

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