Todo cambia Por Enrique Martínez y Morales

21 enero 2019
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“Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo”, dice la letra de la canción Todo cambia, interpretada magistralmente por Mercedes Sosa. Pero ¿realmente puede cambiar la forma de pensar de la gente?, ¿cambia su ideología?

 

La ideología, como nos explica Giovanni Sartori, es el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza la forma de pensar de una persona o un grupo. Los padres, definitivamente, influyen en la forma de pensar de sus hijos pequeños, pues en casa se instalan los cimientos. Luego, la escuela, los amigos y el trabajo van moldeando la personalidad y el pensamiento  de cada individuo.

 

Pero las ideologías no se escriben sobre piedra. Más bien son adaptables a las circunstancias. Muchos critican esos cambios, como si las leyes sociales fueran inmutables. Claro, una cosa es la conveniencia política y otra la maduración ideológica.

 

Una persona nacida a principios del siglo pasado en Berlín, y que a mediados del mismo se haya mudado del Oeste al Este de la capital alemana, tendría que haber vivido, y probablemente apoyado, seis regímenes políticos  ideológicamente opuestos:

 

El Imperio de los Hohenzollern, que terminó junto con la Primera Guerra Mundial y el derrocamiento del Káiser Guillermo I; la República de Weimar, destronada por la llegada de Hitler y su Tercer Reich; las repúblicas Democrática (comunista, controlada por los rusos) y la Federal (capitalista, conducida por norteamericanos, ingleses y franceses).

 

Por si fuera poco, con la caída del Muro de Berlín, Alemania se reunifica bajo una dinámica democrática y de mercado distinta. ¡Seis cambios ideológicos en un solo siglo! Muchos, ¿verdad?

 

Las ideologías radicales suelen tener mucho apoyo al principio, como ha sido el caso del fascismo y del comunismo. Luego, al paso del tiempo y ante el desencanto de la población, el apoyo popular se va diluyendo. Esta es la razón por la cual las fuerzas políticas sobrevivientes del mundo suelen concentrarse en el centro del espectro ideológico.

 

“Lo único constante es el cambio”, dijo sabiamente Heráclito hace 2,500 años. Sin las alteraciones genéticas a través de los milenios hubiese sido imposible la evolución del ser humano.

 

No le temamos al cambio porque sencillamente es imposible evitarlo. A pesar de tanto cambio, o quizá gracias a él, Alemania es hoy una de las principales potencias del mundo. “Al fin y al cabo”, sentenciaría al respecto el literato Eduardo Galeano, “somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.

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