Algo que vale la pena contar ALBERTO BOARDMAN

26 octubre 2018
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Preguntar es un poder. De hecho, es el primero que desarrollamos intelectualmente desde nuestra primera infancia. Sin embargo con frecuencia dejamos de preguntar. Nos volvemos comodinos y aceptamos por válidas las respuestas que nos dan, sin siquiera preguntar. Sócrates enseño a los hombres a preguntar a través de la mayéutica: Aprender a interrogar para descubrir la verdadera definición de algo. Preguntar una y otra vez para llegar a un objetivo, cada respuesta provee una nueva pregunta y al final se llega al núcleo.

Al preguntar conectamos dudas con consecuencias y enriquecemos el conocimiento, al tiempo que nuestro cerebro trabaja generando ideas. La lógica indica que si no somos capaces de realizar preguntas adecuadas, mucho menos tendremos capacidad de generar respuestas. Y por si se lo pregunta, la calidad de nuestra vida depende más de lo que creemos de las preguntas que hacemos.

Einstein decía al respecto: “Si yo tuviera una hora para resolver un problema y mi vida dependiera de la solución, gastaría los primeros 55 minutos para determinar la pregunta apropiada, porque una vez que supiera la pregunta correcta podría resolver el problema en menos de cinco minutos.”

Ahora bien, una vez determinados a preguntar, lo más importante es saber hacerlo para no terminar como la reflexión en la que las preguntas preceden las respuestas y las condicionan:

Una anciana cuidaba dos vacas que pastaban en un prado. Pasó por allí una joven y tras permanecer un momento en silencio, preguntó: ―¿Comen bien las vacas? ―¿Cuál de ellas? ―dijo la anciana. La joven, desconcertada dijo al azar: ―La blanca. ―La blanca sí ―dijo la anciana. ―¿Y la negra?, preguntó la joven ―La negra también. Curiosa la joven nuevamente preguntó: ―¿Y dan mucha leche? ―¿Cuál de ellas? ―contestó la anciana. ―La blanca. ―La blanca sí. ―¿Y la negra? ―La negra también. Ante la idéntica respuesta, la joven inquirió de nuevo: ―Pero, ¿por qué siempre me pregunta “cuál de ellas”? ―Porque la blanca es mía ―contestó la anciana. ―Ah ―dijo la joven que reflexionó un momento para caer de nuevo en la pregunta con cierta aprensión: ―¿Y la negra? ―La negra también.

Somos lo que hemos leído y esta es palabra de lector.

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