SÍ HAY VIDA DESPUÉS DEL TLCAN : RUBÉN OLVERA MARINES

8 septiembre 2017
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Ahora resulta que todo depende del TLCAN. Que después de 24 años y de un cúmulo de reformas estructurales, la planta productiva del país no es ni siquiera un poco más competitiva que antes de 1994 cuando se firmó el tratado comercial entre México, los EE.UU. y Canadá. Que nuestra oferta exportadora, miles de empleos y un sinfín de proveedores, no podrían sobrevivir si el día de mañana el señor Trump anuncia el fin del acuerdo.

Sexenio tras sexenio se dio por un hecho que el TLCAN resistiría cualquier embate; casi como un punto de equilibrio en el que, dicen los economistas, ninguno de los tres jugadores tendría incentivos para alejarse.

Durante varios años nos congratulamos de la capacidad de México para la atracción de inversiones extranjeras. El volumen de nuestras exportaciones parecía no tener límites. Florecía el empleo en la industria automotriz. Las ciudades del norte del país, “al nivel de las de EE.UU. que albergan plantas automotrices”, decían.

De nuevo, Donald Trump nos propina una cruda lección cuando amenaza terminar con el tratado si México no acepta sus condiciones. No tuvimos más remedio que acudir a las rondas de negociación, obligados por las circunstancias, no porque se tuviera un plan para actualizar y sacarle mayor provecho al instrumento comercial. ¡Terminar o modificar el TLCAN no formaba parte de las reformas estructurales!

Pero, ¿a qué viene tanta preocupación de los funcionarios y empresarios mexicanos? ¿Qué protegen con tanto empeño? Después de 24 años, Carlos Salinas, autor y promotor del TLCAN, tenía razón: se convirtió en la base de importantes sectores de la economía (no de todos, no de la mayoría). Ni más ni menos.

Pareciera entonces que, a más de dos décadas, la economía mexicana no cambió. Los salarios y la productividad siguen tan bajos como en ese entonces. Tal afirmación se refuerza al comprender que no es la mano de obra eficaz y especializada de México, tampoco su ubicación estratégica o las condiciones de infraestructura y telecomunicaciones que se han desarrollado en los últimos años, vamos, ni siquiera los bajos salarios, lo que vuelve atractivo a nuestro país para que las empresas coreanas, alemanas, francesas, chinas y japonesas, etc., nos elijan como su destino. El acuerdo de libre comercio se convirtió en el factor que sostuvo la competitividad de nuestro país para atraer inversiones. Para los países que no pueden exportar directamente al enorme mercado que representan EE.UU. y Canadá, instalar sus plantas en México se convirtió en la remedio para introducir, sin restricciones o altos aranceles, sus productos en el mercado norteamericano. Nos convertimos en el “taller” de los grandes corporativos automotrices del mundo.

Cabe entonces la pregunta: ¿sin el TLCAN, qué tan atractivas serían para la industria automotriz ciudades como Aguascalientes, Saltillo, San Luis Potosí, Celaya, Silao, entre otras?

Si negociamos con Donald Trump, es porque no tenemos alternativa. No hay país, sin TLCAN… o, al menos, eso parece.

Espero coincidir con muchos de ustedes, pero no estoy de acuerdo con la anterior conclusión. En principio, valdría la pena recordar que Carlos Salinas estableció el TLCAN como la marca de su gobierno y como el eje para la transformación del país.  En aquellos años, se logró transmitir una visión, un rumbo. Correspondía a las sucesivas administraciones, hacer realidad las promesas y fortalecer aquellos aspectos que harían a México un país atractivo para la inversión extranjera, no por sus bajos salarios o por sus tratados, sino por la competitividad de sus regiones y por la productividad de los factores de la producción. Si al paso de los años, el TLCAN se convirtió en la única palanca del desarrollo exportador, es porque la transformación nunca llegó.

Entonces, la alternativa existe. Se trata de fortalecer la agenda de reformas estructurales e implementar las políticas públicas que apuntalen la competitividad del país e impulsen el desarrollo regional equilibrado. En este sentido, no debería preocuparnos tanto la decisión de Donald Trump respecto a la continuidad del TLCAN, como sí debería inquietarnos que los futuros aspirantes a la Presidencia carezcan de una agenda estratégica y viable para impulsar el desarrollo del país.

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