Cuetzalan, la dulce vida de la abeja de los mayas

23 agosto 2017
Visto: 1632 veces

63656e8bfda633fd1bfbbc51d163c7d9.wix_mp_512

Cuetzalan es un pueblo de leyenda. Tiene menos de 50.000 habitantes, pero su fama ha rebasado las fronteras del país y el rumor de su belleza se ha esparcido entre cientos de miles de turistas que se adentran cada año en la sierra norte de Puebla, en el centro de México, para deslumbrarse con su arquitectura colonial, degustar su café o buscar la cura para el mal de amores en el fondo de un vaso de yolixpa, la antigua medicina para el corazón de los pobladores originales. Cuetzalan, sin embargo, aún guarda un secreto milenario. Un grupo de apicultores indígenas ha encontrado en la miel un negocio dulce y un modelo de producción sostenible que se remonta a la época de los mayas y que ha permitido rescatar a la abeja melipona, una variedad nativa sin aguijón que estaba amenazada por la contaminación, la fumigación y la tala indiscriminada de árboles.Para contar el éxito de la meliponicultura en Cuetzalan hay que hablar primero de la historia del pueblo. El lugar de los quetzales es un sitio de contrastes y orgulloso de sus tradiciones. El náhuatl aún suena en sus calles, solo que ahora también se cuela en los teléfonos móviles y las conversaciones de WhatsApp, y todavía es común ver a las mujeres con vestidos bordados y a los hombres enfundados con los típicos trajes de manta, sombreros y guaraches (sandalias).

Detrás de ese Cuetzalan romántico se esconde también un pasado de abusos, en la que un puñado de mestizos solía explotar a una mayoría de campesinos y comprar sus productos a precios arbitrarios e irrisorios. Las humillaciones, la usura y la explotación por deudas eran una realidad hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. «Eran caciques de tres o cuatro familias que se enriquecían a costa de miles de productores que vivían sumidos en la pobreza, en condiciones lamentables», relata el agrónomo Álvaro Aguilar.

Hace 40 años, los campesinos dijeron basta y crearon una cooperativa para abastecerse de productos básicos y para negociar precios justos para lo que producían. Tosepan Titataniske (unidos venceremos, en náhuatl) es ahora una unión de ocho cooperativas que agrupa a 35.000 socios en 32 municipios y que cuenta con su propio centro de formación, banco, comercializadora y negocio ecoturístico. La organización ha librado una batalla exitosa en el comercio justo de café y pimienta, los dos principales productos agrícolas de Cuetzalan, y en 2003 escucharon a un grupo de socios que pedía un rescate similar para la miel.

El negocio de la apicultura prácticamente no existía. La producción no rebasaba los 400 litros al año, se pagaba a 30 pesos (menos de dos dólares) el litro y la edad media de los productores era de 60 años en adelante. La meliponicultura languidecía en los mares del autoconsumo y la nostalgia. Ahora, un litro se acopia en 300 pesos (15 dólares) y se vende en 800 pesos (40 dólares), se han llegado a producir hasta 3000 litros al año y más de 350 productores de todas las edades, principalmente mujeres, se benefician de la venta de miel.

El epicentro de la revolución de la miel está en el Kuojtakiloyan (el monte en el que se produce todo, en náhuatl). Hay que atravesar un pedazo de bosque tropical para llegar a la casa de Moisés Morales, uno de los principales productores del elixir de la pisilnekmej o abeja chiquita, como se conoce a la scaptotrigona mexicana porque tiene un tamaño similar al de una mosca. «Empecé con mi abuelo a los 14 años con dos ollas, me acuerdo que las abejitas me hacían cosquillas, muerden pero no pican como las grandes (las europeas)», recuerda Morales, de 66 años, con voz pausada y entre risas sobre el carácter sociable de las abejitas, menos agresivo que el de sus parientes africanos y europeos.

Su sencilla casa de dos habitaciones está rodeada de 500 ollas de barro, donde las abejas forman sus panales. Los meliponicultores utilizan las ollas en sustitución de los troncos huecos u hobones, el hábitat natural de los insectos y el modelo de producción que utilizaban los mayas. Esto les permite extraer la miel más fácilmente y reproducir el pie de cría en serie, sin afectar la vegetación, explica Rubén Chico, el líder de los meliponicultores.

La Tosepan ha profesionalizado el método, con utensilios que solo se utilizan para la cosecha, para aprovechar toda la miel de forma más higiénica. La cooperativa recauda miel, cera, propolio y polen, y ya cuenta con un laboratorio para dar valor agregado a los productos. Además de la miel y los comestibles, se fabrica champú, cremas y otros cosméticos. Las ganancias se distribuyen entre los socios en función de la materia prima que aporten.

Una de las ollas de Don Moy, como lo conocen sus vecinos, está rodeada de decenas de zánganos que olfatearon a una reina virgen y que aguardan ansiosos a atraparla en el vuelo nupcial. Solo uno de los machos podrá fecundarla y el afortunado morirá poco tiempo después. La casa de Morales tiene una cerca natural de capulines, cafetales, naranjos… las abejas polinizan la mayor parte de la vegetación. Más abejas se traducen en mejores cultivos y en más dinero. «Son importantísimas para el ecosistema, hubiéramos perdido muchas plantas de no haber sido por ellas», apunta Aguilar.

«Las abejas son muy inteligentes, más que nosotros, se dan cuenta si el marido pasa demasiado tiempo en la cantina o si un matrimonio pelea mucho y si uno de los dos es infiel, las abejas se van», cuenta Margarita Madero, que tiene 200 ollas alrededor de su hogar. Madero dice que mantener a las abejas no es mucho trabajo, pero que tiene que cuidarlas ante depredadores como arañas y mosquitos, así como de ladrones que se han dado cuenta del valor que han adquirido en el mercado.

La miel de la melipona o miel virgen es un poco más ácida, más líquida, tiene mejor protección contra las bacterias que la miel comercial y sus características eran aprovechadas por los mayas, que le atribuían propiedades curativas, asegura la cooperativa. Las diferencias con la miel que conocemos, irónicamente, han obstaculizado su exportación, lo que ha convencido a los socios de quedarse con su tesoro para el disfrute de la comunidad y de los visitantes. «Nuestra miel es como los buenos vinos, entre mayor tiempo pase mejor y se fermenta por meses antes de venderse», afirma Chico.

Cuetzalan, a miles de kilómetros de los grandes centros ceremoniales mayas, se hizo heredera de la miel por las antiguas rutas de tributo que se entregaban a los mexicas, aunque la presencia de la scaptotrigona mexicana se extiende desde Tamaulipas, en el norte del país, a Guatemala. El pueblo fue declarado santuario de la pisilnekmej en 2011 y se ha convertido en el gran guardián de la melipona mexicana, que hace un par de años llegó a reducir sus poblaciones en un 80% en zonas del país como Quintana Roo y la península de Yucatán.

«En cada zona había menos abejas y su principal enemigo era el hombre», lamenta Aguilar. Hoy hay una nueva esperanza para ellas y 60 comunidades de siete municipios de la sierra norte de Puebla: «Nuestra meta es que todas las familias de la cooperativa tengan abejas y puedan beneficiarse cuidándolas».

Información de: El País.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *