UN DEBATE “ESPECTACULAR” RUBÉN OLVERA MARINES

28 abril 2017
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Seamos sinceros. La mayoría de los medios de comunicación y una buena parte de los ciudadanos que vieron el primer debate entre los candidatos para la gubernatura de Coahuila, lo hicieron esperando encontrar sangre, cabellos arrancados y esparcidos a lo largo del Museo del Desierto, aspirantes abatidossuplicando esquina ante el dolor que causan los golpes acusatorios, no importa que sea calumnia, para la de ocho columnas es mejor.

Nos hemos convertido en el paparazzi de la política. Y, por supuesto, los políticos se esfuerzan por complacernos, posan y se placean frente al lente ciudadano, haciendo de la política una bacanal de desfiguros, dibujando un enorme tendedero de ropas sucias, manchadas por las fortunas, las relaciones incomodas y la corrupción.

Los buscadores del espectáculo presenciaron en el debate un performanceen donde los ataques y las descalificaciones se convirtieron en los elementos constitutivos de la obra. Recordamos el costo del terreno en donde habita Guillermo Anaya, pero olvidamos el nombre de la persona que le escribió al aspirante panista quejándose de las pésimas condiciones del sistema de salud estatal. Perpetuamos en nuestro pensamiento los ostentosos relojes de Miguel Riquelme, y pasamos por alto la propuesta del priista para fortalecer la seguridad en el estado. Pusimos atención en las láminas con viejas fotografías que presentó Armando Guadiana, y no reparamos en que el empresario minero podría ser un interesante generador de empleos y promotor de inversiones en Coahuila.

Y aunque el debate sirvió para darnos cuenta que el sistema de salud estatal se encuentra al borde del colapso y que la seguridad es un aspecto tan complejo y apremiante que no caben más quijotismos pero tampoco improvisaciones, también concluimos que la mayoría de los aspirantes optaron por alimentar, como lo señala Vargas Llosa en La Civilización del Espectáculo, con chismografía y escándalo a los espectadores, que a su vez −y ésta es la parte delicada– nos convencemos cada vez más que la política es eso, un espectáculo banal y frívolo.

¿Acaso tienen la culpa los políticos de ahora, que se rodean de asesores en imagen y expertos en guerra sucia, para buscar maquillar sus debilidades y de paso denostar al adversario, en lugar de prepararse y entender las necesidades reales de la población, esforzarse para estructurar propuestas más o menos viables y creíbles?

¿O será que como ciudadanos nos vemos reducidos a simples espectadores despolitizados, que ante la carencia de propuestas y desinterés por la cosa pública, nos conformamos y, peor todavía, exigimos que los políticos monten un espectáculo, un circo, malas imitaciones de la lucha libre –al menos el pancracio sí divierte−?

Insisto, de propuestas nada, no las recuerdo. Telma Guajardo, la aspirante del PRD, autodefiniéndose como experta en todas las materias, pero ausentes en sus intervenciones alternativas innovadoras y progresistas, desperdició el único espacio para la auténtica izquierda a cambio de intentar, sin mucho éxito, denostar a sus adversarios. Sin duda, el “neoprogresista”, José Ángel Pérez, fue el más certero, lástima que mostró sólo eso, dardos acusatorios, ofrecimiento de ‘sangre’ (cárcel y sangre, tienden a ser lo mismo en los actuales tiempos, como en el mítico coliseo romano: espectáculo).

Los independientes, Javier Guerrero y Luis Horacio Salinas, desaprovecharon una fantástica oportunidad –no habrá muchas más− para, como dicen los economistas, diferenciar su producto y enfatizar su independentismo, transmitir con firmeza a la tribuna que no cargan la pesada loza que agobia a los candidatos de partido.

En fin, la narrativa del primer debate: “los ataques eclipsaron a las propuestas; las mansiones y los relojes desmerecieron a la falta de medicinas en los hospitales”. No hay otra historia.

Nos divertimos, pero toda borrachera tiene sus consecuencias: ¿no te sucede que después de haber visto el debate, las confusión crece, las dudas te incomodan, ya no las de votar por uno u otro aspirante, sino la misma disyuntiva de acudir o no a votar invade tus pensamientos?

Toda distracción tiene su precio: la política desaparece de entre tus prioridades, te despolitizas. Y eso es un pésimo ingrediente para la democracia.

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