El acicate de la competencia Por:Enrique Martínez y Morales

15 enero 2017
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 El acicate de la competencia

La semana pasada caminé como hacía mucho tiempo no lo hacía. Completé casi 90 mil pasos, alrededor de 77 kilómetros, en 5 días, medidos con una pulsera para tal efecto. ¿Cómo? Me levanté temprano a correr, contesté las llamadas telefónicas andando, atendí audiencias caminando por las calles, usé mínimamente el automóvil y disfruté increíbles paseos familiares. ¿La razón? Una competencia entre amigos, aprovechando la novedad de una aplicación tecnológica.

El espíritu del ser humano es competitivo por naturaleza. Así está inscrito en nuestro ADN desde hace cientos de miles de años. La competencia es sana y benéfica, y las personas participan en concursos, aun con remuneraciones simbólicas o nulas, por simple el placer de competir.

Sin duda la calidad cinematográfica que disfrutamos actualmente mucho tiene que ver con el aliciente otorgado por los premios Óscar y los Globos de Oro. El periodismo norteamericano se ha profesionalizado gracias al Pulitzer y la ciencia ha avanzado en mucho por el acicate de los galardones Nobel y Príncipe Asturias.

Hace 20 años, Peter Diamandis, presidente de la Fundación Premio X, reunió de la filantropía 10 millones de dólares para otorgarlos como recompensa a quien desarrollara un modelo de viaje comercial tripulado al espacio, un sueño acariciado por él desde su infancia. No sólo obtuvo el prototipo, sino una derrama de más de 100 millones de dólares en investigación y desarrollo sobre el tema, cortesía del resto de los participantes.

En tiempos de vacas flacas, una alternativa interesante para multiplicar la inversión en ciencia y tecnología es que el gobierno, las universidades y las fundaciones dedicadas a promover el emprendimiento promuevan concursos y competencias con propósitos específicos y con premios atractivos.

El ingenio sólo espera ser motivado por el incentivo correcto: una competencia ordenada y dirigida a resolver los grandes retos de nuestra sociedad, a desterrar el conformismo y desarrollar el enorme potencial de nuestras mujeres y hombres.

Ya lo dijo René Descartes: “No basta tener buen ingenio; lo principal es aplicarlo bien”.

Y para ingeniosos, nadie como los mexicanos.

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