El Santo Oficio del Markes de Sade: El Monaguillo Fiel

2 octubre 2015
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sade“A mis 60 años confieso que no creo en Dios. Por ende tampoco en religiones que tengan que ver con esa deidad que en mi infancia aquí en Sabinas un sacerdote pederasta me metió en la cabeza para satisfacer sus más vulgares instintos bestiales.
Conozco poco al Marqués de Sade, pero luego de compartir conmigo una docena de tazas de té me ha convencido de que le revelase de una vez por todas aquellas cosas que me sucedieron en aquel tiempo que servía como monaguillo en una de esas iglesias grandes y abominables de esta ciudad de Sabinas. Hoy vivo en paz, revelar mi nombre sería romper con esa armonía. Ello me obliga a cambiar los nombres. Mi ahora confesor lo ha entendido muy bien y confiando en ello me dispongo a describir los abusos de un súbdito del mal disfrazado de un vasallo de bien.
Actualmente vivo en la colonia Jorge B. Cuellar, pero en aquel entonces y siendo todavía un pequeño de 10 años, en el famoso Callejón del Carmen. Fui hijo único de madre soltera. Curiosamente nací cuando nadie imaginaba que mamá por su edad planease traer un hijo al mundo. Nadie desconocía el fervor que ella tenía en la virgen. Haberme concebido fuera de matrimonio la llevó a buscar la voluntad de Dios para su salvación. Nunca faltaba a las misas y desfilaba en toda peregrinación. Siempre creyó que la voz del pastor era la mismísima voluntad de Dios y por lo tanto irrefutable. Su defensa hacia el párroco iba más allá de la sensatez. Más de una vez salió en la madrugada y bajo la lluvia al tener, según ella, el presentimiento de que algo le pasaba al sujeto. Mi pobre madre siempre llevaba la peor parte en todos estos asuntos. El sacerdote le pedía de favor que aseara las efigies, los pasillos, que si podía le comprara algún vinito o que le llevara de cuando en cuando un buen platillo.
Un mal día lo encontramos en el pasillo de la iglesia finalizada una misa. Yo ya había advertido en repetidas ocasiones las miradas un tanto extrañas que el tipo tenía hacía mí, pero no lograba imaginar, por mi clara inocencia lo que se proponía.
─ El niño ya es todo un hombre ─ expuso despeinándome cariñosamente.
─ Es un buen chico, obediente y sabe rezar el rosario al derecho y al revés.
─ Si es así, lo necesito de monaguillo, hermana Guille.
─ ¡Monaguillo! ¡Por Dios, claro que sí, Padre Ramiro! ¡Qué bendición!
─ Sólo que ya sabe, terminada la misa tendrá que quedarse un rato más para dejar listo todo para el día siguiente, pero no se preocupe hija, yo lo llevo a casa.
─ ¡Qué bueno es usted, padre Ramiro!
Una noche, y como siempre lo hacía, limpié la mesa sacramental y me conduje a la sacristía. Al abrir la puerta el padre se quitaba el atuendo sacerdotal quedando totalmente desnudo. Me quedé frío. Era algo inusual, comúnmente se lo ponía sobre su vestimenta civil. Me comenzó a invadir un extraño temor que de inmediato desalojé persuadiéndome de que me encontraba frente a un siervo de Dios. Nunca había visto a un hombre íntegramente desnudo, mucho menos con todas aquellas características que yo estaba muy lejos de alcanzar. Indudablemente aquello me afectó en sobremanera.
─ Vamos, Mario, eres buen chico y ejemplo de diligencia. Dios está contento contigo, también tu madre… Si deseas seguir siendo ejemplo de vida cristiana deberás hacer todo cuanto te diga que hagas…
Nunca imaginé que sus peticiones tuvieran que ver con ayudarlo a secarse después del baño, verlo depilarse los genitales y callar el que se masturbara frente a mí. En pocos días tuve que guardar como en secreto de confesión el que viera publicaciones pornográficas y el que me invitara a contemplarlas junto a él.
─ Nunca olvides que si alguien sabe de esto podrías caer en el desagrado de Cristo ─ Decía.
Y así me sedujo durante tres meses en los que me obligaba con sermones a observarlo mientras que tocándose se retorcía entre los mantos sagrados esparcidos en una pequeña cama. Cuando por fin un día decidió extenderme la mano para que me acercara, supe que tocaría un límite del que si no me retractaba ya no tendría vuelta. Aguardé estático pero su voz me hizo cambiar de opinión.
─ Tu madre se decepcionará si sabe que no podrás hacer tu primera comunión, Mario… Y eso para Cristo no está nada bien… Así es que mejor, ven, vamos, acércate…
Y me acerqué hasta caer en un abismo en el que ese albacea de Dios me tomó a placer para hacer de mí cuanto quiso.
─ Entregándote a mí es como lo hacen las monjas a Cristo ─ Expresaba jadeante y enloquecido.
Así viví por ocho años en un extraño romance en el que desahogadamente me pedía sexo oral segundos antes de oficiar; le encantaba que me introdujera bajo su hábito para excitarlo o que le untara aceite en todo el cuerpo luego de acostarse conmigo finalizada la misa.
Un día lo cambiaron a Monclova. Mi madre lloró a cántaros cuando esto sucedió. Cinco años después ésta falleció en paz. Siempre creyó que fui un niño feliz y muy bendecido. La imagino viéndome desde su sitio en aquella actitud virginal mientras yo oficiaba embutido en aquel trajecito de monaguillo fiel.
Yo seguí visitando al padre Ramiro en aquella ciudad hasta que un día, intentando darle una sorpresa, lo encontré con un chiquillo haciendo aquello que por mucho tiempo había hecho conmigo. No le reclamé nada. Volví a Sabinas. No sé cómo hice para sobrevivir ante semejante realidad, pero lo hice. Me casé, pero me divorcié a los tres años de una vida matrimonial imposible, y así he ido envejeciendo.
Un día supe que el párroco había fallecido en Piedras Negras. Fui a su entierro únicamente a escupir sobre su ataúd cuando todos le lanzaban flores y ante la mirada estupefacta de quienes se dieron cuenta. Hoy por eso digo que a mis 60 confieso que no creo en religiones, mucho menos la que ha creado a ese dios cristiano que me destruyó mi infancia y mi futuro. Creo que la religión es obra de los hombres y nada más.
Por eso le digo a mi buen oyente el Marqués que mi grito al mundo es que se cuide mucho a la infancia; que sean los adultos receptivos a cualquier peligro que pueda torcerles la vida a sus hijos para siempre. Es mi grito al mundo que se pare a esos verdugos inmundos que van por el mundo vestidos de ángeles… Yo fui víctima en mi propia ciudad de un pederasta, de un pedófilo… Seguro hoy su dios lo tiene colmado de bendiciones luego de haberle dado unos cuantos azotes”

Quiero corregir a mi buen amigo con respecto a que no fue una docena de tazas de té, creo que fueron dos… No fue nada fácil para un hombre como él, contarme lo que han leído.

Escrito por Juan De Dios Jasso Arevalo

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