Un gigante en los Andes: la altura real de Atahualpa y el mito del gigantismo andino

12 octubre 2025
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Las crónicas lo describieron como un coloso, pero la ciencia revela a un Atahualpa alto, no gigante, en medio de un mito andino que mezcló poder, símbolo y leyenda.

Durante siglos, la imagen de los incas se ha rodeado de un aura casi mítica. En pueblos y relatos del mundo andino aún se habla de guerreros enormes, de casi dos metros, capaces de dominar las alturas con solo su presencia. Algunos aseguran que Atahualpa, el último emperador, alcanzaba esa talla extraordinaria. Las crónicas coloniales lo describieron con una imponencia que rayaba en lo sobrehumano, y con el paso del tiempo su figura creció hasta confundirse con la de un gigante. Pero la historia y la ciencia cuentan algo distinto: tras los mitos y las exageraciones, los investigadores han intentado reconstruir la verdadera estatura de Atahualpa y entender por qué, entre montañas y leyendas, los Andes imaginaron gigantes donde hubo hombres de carne y hueso.

Para empezar, la evidencia arqueológica y antropológica pinta un panorama distinto al del mito. Estudios osteológicos de restos incas revelan que la población andina prehispánica era, en promedio, de estatura baja a moderada. Por ejemplo, un análisis de esqueletos de Machu Picchu dirigido por el antropólogo John Verano encontró que los hombres medían en promedio apenas 1.57 m (y las mujeres 1.49 m), sin que ningún esqueleto superara los 1.67 m.

Del mismo modo, excavaciones en antiguos asentamientos como el complejo de Maranga reportaron estaturas masculinas típicas de entre 1.50 y 1.65 m . Incluso retrocediendo milenios, al hombre de Lauricocha (10,000 a.C.), su estatura se estimó en 1.62 m. Las cifras desmontan la noción de una población de “gigantes” andinos: la gente común en el imperio incaico difícilmente alcanzaba siquiera los 1.70 m. De hecho, la estatura promedio de los conquistadores europeos del siglo XVI rondaba también 1.55-1.60 m debido a la malnutrición en la época, por lo que ni españoles ni incas eran notablemente altos en términos modernos.

Sin embargo, los nobles parecían ser una excepción. Diversos indicios sugieren que la élite andina gozaba de mejor alimentación y condiciones de vida, lo que se reflejaba en su físico. Un caso ilustrativo es el Señor de Sipán, un gobernante mochica del siglo III d.C., cuyo esqueleto mide 1.67 m, unos 12 cm por encima del promedio de su época. En la propia realeza inca, las crónicas describen individuos de porte distinguido y, al parecer, más corpulentos que el común. Atahualpa, como hijo de Huayna Cápac y miembro de la casta real, no habría sido la excepción: al contrario, todo apunta a que era considerablemente más alto que sus súbditos.

El cuarto de oro

La prueba histórica más concreta sobre la estatura de Atahualpa proviene del famoso Cuarto del Rescate en Cajamarca, la habitación donde estuvo prisionero tras su captura por Pizarro. Según relataron varios cronistas, el Inca ofreció llenar de oro y plata ese cuarto “hasta donde alcanzara su mano” a cambio de su libertad.

En una de las paredes de esa cámara quedó señalada una marca (a la altura que alcanzó Atahualpa al estirar el brazo) para indicar el nivel hasta el cual llegaría el tesoro. Dicha marca todavía puede apreciarse hoy en día, trazada a una altura aproximada de 2.10 m sobre el suelo.

Los españoles de la época se sorprendieron al ver lo alto que fijó la barra el Inca: el cronista Cristóbal de Mena, en 1534, anotó que Atahualpa prometió llenar la habitación de oro hasta una raya blanca en la pared “que un hombre alto no allegava a ella con un palmo” (sic.).

Tomando en cuenta la proporción del brazo levantado, se estima que Atahualpa medía alrededor de 1.80 a 1.83 metros. Esto lo situaría unos 25 cm por encima del promediode sus contemporáneos andinos , confirmando que efectivamente era un individuo inusualmente alto para su pueblo –aunque no un “gigante” de dos metros como la leyenda popular exageró.

En otras palabras, Atahualpa probablemente medía cerca de seis pies de altura (alrededor de 1.83 m) y destacó notablemente entre los indígenas del Tahuantinsuyo por su elevada talla. Para los conquistadores españoles, cuyo propio jefe Francisco Pizarro apenas rondaba los 1.65 m según cálculos, la imponente figura del Inca debió ser impactante. No es casual que varios cronistas resaltaran la majestad y presencia del cautivo: Francisco de Xerez escribió que era cosa maravillosa ver preso en tan breve tiempo a tan gran señor que tan poderoso venía”.

Los mitos

Entonces, ¿de dónde provienen las leyendas andinas de gigantes? Mucho antes de Atahualpa, los pueblos de los Andes ya narraban historias sobre gigantes en su pasado remoto. De hecho, los cronistas de Indias se hicieron eco de mitos indígenas que hablaban de razas de hombres descomunales.

Un famoso relato recopilado por Pedro Cieza de León (cronista español de mediados del XVI) cuenta que gigantes llegados por mar desembarcaron en la costa, específicamente en la Punta de Santa Elena, actual Ecuador. Según los nativos, estos seres arribaron “en balsas hechas de cañas, tan grandes como buques y tenían unas piernas cuya longitud equivalía a toda la altura de un hombre común”, es decir, cada pierna era tan alta como una persona .

Estos gigantes forasteros, de aspecto algo deforme y cabellos largos, habrían construido pozos enormes excavados en la roca para aprovisionarse de agua y se dedicaban principalmente a la pesca. Al no haber mujeres entre ellos, raptaban a las nativas para saciar sus instintos, pero las mataban en el proceso, ganándose el odio de la gente local. Finalmente –según la leyenda– los dioses castigaron su violencia y “pecados contra natura” (se alude a la sodomía) enviando “fuego del cielo temeroso: una bola de fuego cayó y un ángel resplandeciente con espada fulminó de un golpe a todos los gigantes, reduciéndolos a cenizas. Así desaparecieron aquellos colosos impíos de la faz de la tierra.

Este asombroso mito, registrado con todo detalle por Cieza de León en 1553, impresionó a los españoles. El propio Cieza, generalmente un observador sobrio, creyó que podía haber algo de verdad detrás de la historia. Los indígenas de la costa norte le mostraron al cronista los supuestos restos del poblado construido por los gigantes e incluso gigantescos pozos tallados en piedra que atribuían a ellos. Más convincente aún: varios españoles aseguraron haber hallado huesos descomunales en la región. Estas evidencias palpables llevaron al cronista a concluir que “seguramente se tratase de la misma raza” de gigantes sobre la cual hablaban las leyendas.

El hallazgo en 1543 de enormes restos óseos en el valle de Puerto Viejo por el capitán Juan de Olmos –costillas enormes y dientes de 8-10 cm de largo, según otro historiador, Agustín de Zárate– no hizo sino reafirmar la creencia de que allí yacían los vestigios de aquellos gigantes del pasado.

¿Eran reales esos “gigantes andinos”? La ciencia moderna indica que no, al menos no en el sentido literal. Las enormes “osamentas” resultaron pertenecer a megafauna extinta–mastodontes, megaterios y otros grandes vertebrados prehistóricos– cuyos huesos fueron confundidos con huesos humanos por los primeros exploradores.

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